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martes, 28 de enero de 2025
martes, 8 de febrero de 2022
ALLÁ EN LAS INDIAS
EL PADRECITO LEÍA A CIEZA DE LEÓN?
lunes, 31 de enero de 2022
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
LOS CANÍBALES DEL KREMLIN
Mi vida.
Marxists Internet Archive.
lunes, 3 de enero de 2022
OBITER DICTUM
viernes, 19 de noviembre de 2021
OBITER DICTUM
lunes, 4 de octubre de 2021
OTRA BALSA EN EL AQUEROTE
DE ALCOHÓLICOS, MUJERES Y ALGO DE JAZZ
«Y nosotros somos especímenes bastante normales. Nos encanta un tobillo bien torneado o incluso unas pulgadas por encima del tobillo, vestido, si es posible, con unas medias de nailon bien ajustadas. Somos aficionados a los trucos, y a las mentiras, y a las falsedades que usan las mujeres para engañar y atrapar a los inocentes y estúpidos hombres. Nos gustan mucho esas cosas: bonitos peinados, y los perfumes, y la ropa bonita, y el esmalte de uñas, y el carmín, y la sombra de ojos, y las pestañas postizas. Teníamos un ansia definitiva de ser engañados y mentidos. Nos gustan las intrincadas salsas francesas, y los vinos de cosecha, y el champán Pierre-Jouet, aproximadamente de 1934. Nos gusta que el jabón de baño huela dulce, y nos gustan las camisas blancas suaves. Nos gusta la música cíngara tocada por todo un batallón endiablado de violines. Nos gusta el son enloquecido de la trompeta de Louis Armstrong, y la risa histérica del clarinete de Pee Wee Russell. Y ahora llevábamos una vida de prístina virtud. Nos mostrábamos circunspectos a conciencia. Los ataques más comunes contra los extranjeros en la Unión Soviética se basan en la embriaguez y la lascivia. Y a pesar de que solo somos razonablemente alcohólicos, y no más lascivos que la mayoría de la gente, aunque esto es algo variable, estábamos decididos a vivir una vida de santos.»
John Steinbeck.
Diario de Rusia.
Editorial Capitan Swing.
sábado, 8 de mayo de 2021
OBITER DICTUM
sábado, 24 de abril de 2021
OBITER DICTUM
martes, 13 de octubre de 2020
lunes, 21 de septiembre de 2020
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
LA CHICA DE IÓSIF
«Probablemente estuvimos unos veinte minutos en el despacho de Stalin, aunque no fuimos conscientes del paso del tiempo. El reloj se detuvo para nosotros. Mijáilov nos presentó uno a uno y me dejó a mí para el final. Iósif Vissariónovich se limitó a decir unas pocas palabras sobre la comprometida misión del Partido y el gobierno, los Aliados y su negativa a abrir un segundo frente, y sobre el pueblo estadounidense y la necesidad de transmitirle la verdad acerca de nuestra lucha contra el nazismo.
—¿Tenéis alguna petición, camaradas? —preguntó.
Krasavchenko y Pchelintsev estaban completamente paralizados y se produjo un momento de silencio en el despacho. Yo no reaccioné como ellos y noté algo distinto, un entusiasmo sin precedentes. Quería escuchar algunas palabras del comandante en jefe supremo dirigidas especialmente a mí.
—Sí, camarada Stalin, tengo una petición —dije en voz baja—. Necesitamos encarecidamente un diccionario inglés-ruso y ruso-inglés, y un manual de gramática. Porque también es importante conocer bien a los aliados, ¡igual que a los enemigos!
—Bien dicho, camarada Pavlichenko. —El líder del proletariado mundial sonrió—. Recibiréis esos libros. Os los enviaré yo personalmente.»
Liudmila Pavlichenko.
La francotiradora de Stalin.
Editorial Crítica.
jueves, 19 de marzo de 2020
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
EN EL PATIO DEL PADRECITO
«Por donde quiera que fuéramos en Rusia —en Moscú, en Ucrania, en Stalingrado—, el nombre mágico de Georgia surgía constantemente. Gente que nunca había estado allí, y que posiblemente nunca podría ir, hablaba de Georgia con una especie de nostalgia y gran admiración. Hablaban de los georgianos como superhombres, como grandes bebedores, grandes bailarines, grandes músicos, grandes trabajadores y amantes. Y hablaban del país del Cáucaso y de las orillas del Mar Negro como una especie de segundo cielo. De hecho, empezamos a creer que la mayoría de los rusos esperan que si llevan una vida muy buena y virtuosa, cuando mueran no irán al cielo, sino a Georgia. Es un país privilegiado por el clima, de suelo muy rico, y tiene su pequeño océano. Los grandes servicios al Estado se premian con un viaje a Georgia. Es un lugar de recuperación para la gente que ha estado enferma durante mucho tiempo. E incluso en la Guerra fue un lugar privilegiado, porque los alemanes nunca llegaron allí, ni con aviones ni con tropas. Es uno de los lugares que no sufrieron ningún daño. »
John Steinbeck.
Diario de Rusia.
Editorial Capitan Swing.
miércoles, 15 de mayo de 2019
OBITER DICTUM
sábado, 2 de marzo de 2019
OBITER DICTUM
domingo, 16 de julio de 2017
OBITER DICTUM
domingo, 22 de enero de 2017
OBITER DICTUM
domingo, 13 de noviembre de 2016
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
descansando de luchas y de viajes,
cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano.
Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una
ola grande.
De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta
ola.
De historia, espacio y tiempo recogió su materia
y se elevó llorando sobre el mundo
hasta que frente a mí vino a golpear la costa
y derribó a mis puertas su mensaje de luto
con un grito gigante
como si de repente se quebrara la tierra.
Era en 1914.
En las fábricas se acumulaban basuras y dolores.
Los ricos del nuevo siglo
se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales.
Ni una sola bandera levantó sus colores
sin las salpicaduras de la sangre.
Desde Hong Kong a Chicago la policía
buscaba documentos y ensayaba
las ametralladoras en la carne del pueblo.
Las marchas militares desde el alba
mandaban soldaditos a morir.
Frenético era el baile de los gringos
en las boîtes de París llenas de humo.
Se desangraba el hombre.
Una lluvia de sangre
caía del planeta,
manchaba las estrellas.
La muerte estrenó entonces armaduras de acero.
El hambre
en los caminos de Europa
fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos.
El otoño soplaba los harapos.
La guerra había erizado los caminos.
Olor a invierno y sangre
emanaba de Europa
como de un matadero abandonado.
Mientras tanto los dueños
del carbón,
del hierro,
del acero,
del humo,
de los bancos,
del gas,
del oro,
de la harina,
del salitre,
del diario El Mercurio,
los dueños de burdeles,
los senadores norteamericanos,
los filibusteros
cargados de oro y sangre
de todos los países,
eran también los dueños
de la Historia.
Allí estaban sentados
de frac, ocupadísimos
en dispensar condecoraciones,
en regalarse cheques a la entrada
y robárselos a la salida,
en regalarse acciones de la carnicería
y repartirse a dentelladas
trozos de pueblo y de geografía.
Entonces con modesto
vestido y gorra obrera,
entró el viento,
entró el viento del pueblo.
Era Lenin.
Cambió la tierra, el hombre, la vida.
El aire libre revolucionario
trastornó los papeles
manchados. Nació una patria
que no ha dejado de crecer.
Es grande como el mundo, pero cabe
hasta en el corazón del más
pequeño
trabajador de usina o de oficina,
de agricultura o barco.
Era la Unión Soviética.
Junto a Lenin
Stalin avanzaba
y así, con blusa blanca,
con gorra gris de obrero,
Stalin,
con su paso tranquilo,
entró en la Historia acompañado
de Lenin y del viento.
Stalin desde entonces
fue construyendo. Todo
hacía falta. Lenin recibió de los zares
telarañas y harapos.
Lenin dejó una herencia
de patria libre y ancha.
Stalin la pobló
con escuelas y harina,
imprentas y manzanas.
Stalin desde el Volga
hasta la nieve
del Norte inaccesible
puso su mano y en su mano un hombre
comenzó a construir.
Las ciudades nacieron.
Los desiertos cantaron
por primera vez con la voz del agua.
Los minerales
acudieron,
salieron
de sus sueños oscuros,
se levantaron,
se hicieron rieles, ruedas,
locomotoras, hilos
que llevaron las sílabas eléctricas
por toda la extensión y la distancia.
Stalin
construía.
Nacieron
de sus manos
cereales,
tractores,
enseñanzas,
caminos,
y él allí,
sencillo como tú y como yo,
si tú y yo consiguiéramos
ser sencillos como él.
Pero lo aprenderemos.
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día,
cada día nos ayuda a ser hombres.
¡Ser hombres! ¡Es ésta
la ley staliniana!
Ser comunista es difícil.
Hay que aprender a serlo.
Ser hombres comunistas
es aún más difícil,
y hay que aprender de Stalin
su intensidad serena,
su claridad concreta,
su desprecio
al oropel vacío,
a la hueca abstracción editorial.
Él fue directamente
desentrañando el nudo
y mostrando la recta
claridad de la línea,
entrando en los problemas
sin las frases que ocultan
el vacío,
derecho al centro débil
que en nuestra lucha rectificaremos
podando los follajes
y mostrando el designio de los frutos.
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
En la guerra lo vieron
las ciudades quebradas
extraer del escombro
la esperanza,
refundirla de nuevo,
hacerla acero,
y atacar con sus rayos
destruyendo
la fortificación de las tinieblas.
Pero también ayudó a los manzanos
de Siberia
a dar sus frutas bajo la tormenta.
Enseñó a todos
a crecer, a crecer,
a plantas y metales,
a criaturas y ríos
les enseñó a crecer,
a dar frutos y fuego.
Les enseñó la Paz
y así detuvo
con su pecho extendido
los lobos de la guerra.
Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana,
icé a media asta la bandera de Chile.
Estaba solitaria la costa y una niebla de plata
se mezclaba a la espuma solemne del océano.
A mitad de su mástil, en el campo de azul,
la estrella solitaria de mi patria
parecía una lágrima entre el cielo y la tierra.
Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo,
y se sacó el sombrero.
Vino un muchacho y me estrechó la mano.
Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo
y poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.
«Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo
mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo.
Y luego por largo rato no dijimos nada.
Una ola
estremeció las piedras de la orilla.
«Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.
Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?
¿De dónde, en esta costa solitaria?
Y comprendí que el mar se lo había enseñado.
Y allí velamos juntos, un poeta,
un pescador y el mar
al Capitán lejano que al entrar en la muerte
dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida.
Pablo Neruda




















