Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta Thesiger. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Thesiger. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de julio de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN ABU DHABI

            “Media hora después salió un árabe de barba canosa, nos hizo unas cuantas preguntas y volvió a entrar en el castillo. Apareció de nuevo un poco más tarde y nos invitó a entrar. Nos condujo por unas escaleras hasta una pequeña habitación alfombrada donde estaban sentados Shakhbut, el gobernante de Abu Dhabi, y sus hermanos Hiza y Khalid. Vestían al estilo saudí, largas túnicas blancas, capas bordadas en oro y turbantes blancos que caían alrededor de sus rostros y se sujetaban con cordones de lana negros. La daga de Shakhbut llevaba ornamentos de oro. Se levantaron al entrar nosotros, y una vez les hubimos saludado y estrechado las manos, Shakhbut nos invitó a tomar asiento. Era un hombre de tez pálida y complexión ligera, rasgos menudos y regulares, una barba negra cuidadosamente recortada y grandes ojos oscuros. Se mostró cortés, casi amistoso, pero distante. Hablaba con suavidad, se movía despacio y con deliberación y parecía imponer una rígida contención a un temperamento excitable por naturaleza. Supuse que desconfiaba de todos los hombres, y razones no le faltaban, ya que de los catorce gobernantes anteriores de Abu Dhabi sólo dos habían muerto en el poder. Ocho habían sido asesinados y a cuatro los habían apartado del poder rebeliones instigadas por sus familias. Hiza era muy diferente a Shakhbut. Era grande y jovial, con una tupida barba negra que le cubría la mitad del pecho, mientras que Khalid se hacía notar sobre todo por un diente incisivo suelto que se hurgaba con la lengua.
         Shakhbut pidió café, que trajo un asistente vestido con una camisa de color azafrán. Cuando lo hubimos tomado acompañado de unos dátiles, se interesó por nuestro viaje. Más tarde mencioné que había estado en los alrededores de Liwa el año anterior, al oír lo cual Hiza comentó:
         --Algunos awamir trajeron el rumor de que había estado allí un cristiano, pero no les creímos. No podíamos creer que un europeo hubiera podido ir y venir sin ser visto. Las noticias de los bedu, como bien sabes, no siempre son de fiar. Pensamos que debían de referirse a Thomas, que atravesó las Arenas hace dieciséis años.
         Shakhbut habló a continuación sobre la guerra en Palestina y terminó con una diatriba contra los judíos. Bin Kabina estaba claramente perplejo y me susurró:
         --¿Quiénes son los judíos? ¿Son árabes?
         Mas tarde los jeques nos escoltaron a una enorme y destartalada casa cerca del mercado. Subimos por una desvencijada escalera hasta una habitación desnuda, alfombrada justo para nuestra llegada. Shakhbut ordenó a dos de sus asistentes que nos atendieran, y añadió que nos dejaba ahora porque debíamos de estar cansados, pero que volvería a vernos por la mañana. Cuando le preguntamos por nuestros camellos dijo que los llevarían al desierto, donde había pasto, y los volverían a traer cuando los necesitáramos; pero eso, añadió, no sucedería hasta dentro de muchos días, porque veníamos de muy lejos ya ahora debíamos descansar allí cómodamente. Me sonrió y dijo:
         --Éste es tu hogar mientras estés entre nosotros.
         Cuando oscureció, aparecieron unos criados que traían una gran bandeja repleta de arroz y cordero, y muchos platos pequeños llenos de dátiles y varias clases de dulces. Cuando terminamos de comer se sentaron entre nosotros con despreocupada informalidad y conversamos. En Arabia los criados de la casa cuentan como parte de la familia. No hay distinción social entre ellos y sus señores.
         Comerciantes del mercado y bedu que estaban de visita en la ciudad vinieron a oír nuestras noticias. Un quinqué humeaba a través de un cristal roto, pero daba un poco de luz. Era una atmósfera acogedora y muy amistosa, resultaba francamente agradable sentir que por un tiempo no nos impedía la necesidad de viajar, que podíamos comer y dormir a voluntad. Me pregunté por qué la gente llenaba siempre sus habitaciones de muebles, pues esta desnuda simplicidad me parecía infinitamente preferible.”

Wilfred Thesiger. 
Arenas de Arabia
Ediciones Península.

lunes, 22 de agosto de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EN LAS ARENAS


“Paramos al atardecer para la comida nocturna y darles a los camellos el tríbulo que habíamos traído. Todos los odres rezumaban y estábamos preocupados por el agua. Habían perdido de forma regular y ominosa a lo largo de todo el día: gota tras gota que cae en la arena cada pocos metros a lo largo del camino, como sangre que mana de una herida irrestañable. No se podía hacer nada salvo apretar la marcha, pero forzar demasiado a los camellos equivaldría a hundirlos. Ya mostraban signos de sed. Al Auf había decidido continuar después de la cena, y mientras Musallim y bin Kabina cocían el pan le pregunté sobre sus anteriores viajes por las Arenas.
--Las he cruzado dos veces –explicó--. La última vez que vine por aquí fue hace dos años. Venía de Abu Dhabi.
--¿Con quién ibas?
--Iba solo –contestó.
--Pensando que le había entendido mal, repetí:
--¿Quiénes eran tus compañeros?
--Dios me acompañaba.
         Haber cabalgado solo por esta pavorosa desolación era una hazaña increíble. Ahora viajábamos por ella, pero llevábamos nuestro pequeño mundo con nosotros: un mundo pequeño de cinco personas, que sin embargo nos proporcionaba a cada uno compañía, conversación y risa, y el convencimiento de que los otros estaban allí para compartir las dificultades y el peligro. Sabía que si viajara solo por aquellos parajes el peso de su vasta soledad me aplastaría por completo.
         Sabía también que al Auf no había hablado en forma retórica cuando dijo que Dios era su compañero. Para estos bedu, Dios es una realidad, y la convicción de su presencia les infunde valor para soportarlo todo. Dudar de su existencia sería para ellos tan inconcebible como blasfemar. La mayoría reza de forma regular, y muchos observan el ayuno del Ramadán, que dura todo un mes, durante el cual un hombre no puede comer ni beber del amanecer hasta la puesta del sol. Cuando este ayuno cae en verano (y al ser lunares, los meses árabes se adelantan once días cada año) hacen uso de la exención que permite a los viajeros observar el ayuno una vez hayan acabado su viaje, y lo guardan durante el invierno. Varios de los árabes que habíamos dejado en Mughshin estaban ayunando para compensar el no haberlo hecho un poco antes en el año. He oído a gentes de ciudades y aldeas del Hadramaut y el Heyaz hablar desdeñosamente de los bedu, tachándoles de ser un pueblo sin religión. Cuando he protestado, han insistido:
         --Aunque recen, sus oraciones no son aceptables para Dios, porque antes no llevan a cabo las abluciones correctas.
         Estos bedu no son fanáticos. Una vez viajaba con un grupo importante de Rashid, uno de los cuales me sugirió:
         --¿Por qué no te haces musulmán y  entonces serías uno de nosotros de verdad?
         Ante lo que yo repuse:
         --¡Que Dios me proteja del Diablo!
         Se echaron a reír. Esta invocación es la que los árabes utilizan de forma invariable para rechazar algo vergonzoso o indecente. No me habría atrevido a usarla jamás de haber sido otros los  árabes que me habían formulado esa pregunta, pero el hombre que había hablado no habría dudado en utilizarla si hubiera sugerido yo que se hiciera cristiano.”

Wilfred Thesiger. Arenas de Arabia. Ediciones Península.