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sábado, 12 de noviembre de 2016

OBITER DICTUM






Al lado de la prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío y de la extravagante, adorable, arrebatadoramente cursi y fosforescente voz de Herrera y Reissig y del gemido del uruguayo y nunca francés Conde de Lautreamont, cuyo canto llena de horror la madrugada del adolescente, la poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura y sinceridad.


                                                                   Federico Garcia Lorca

viernes, 14 de octubre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






WILDE


“Yo hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fue para mí un deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza, Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y dalmio, siamés y cowboy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las cercanías  de la torre  Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.
Había un bar en los grandes bulevares que se llamaba Calisaya. Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse me presentaron allí a un caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultratumba. Era el gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado una distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil. Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. Él había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con un nombre balzaciano, Sebastián Melmoth. En la Inglaterra le habían embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con todo respeto, le ofreció el dinero necesario un barman de nombre John, que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo a la Bodega, que está en la calle de Rivoli, esquina a la de Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde y yo no pude ir a su entierro porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su gloria...”


Rubén Darío. La vida de Rubén Darío…

sábado, 6 de junio de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





¿CÓMO DECÍA USTED, AMIGO MÍO?


¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Qué el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que, uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.


              Rubén Darío

viernes, 3 de enero de 2014

OBITER DICTUM






LIII


“La exposición de París de 1900 estaba para abrirse. Recibí orden de la La Nación de trasladarme en seguida a la capital francesa. Partí. En París me esperaba Gómez Carrillo y me fui a vivir con él, al número 29 de la calle Faubourg Montmartre. Carrillo era ya gran conocedor de la vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos.
--¿Con cuánto cuenta usted mensualmente? --me preguntó.
--Con esto --le contesté, poniendo en la mesa un puñado de oros de mi remesa de La Nación. Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y una grande.
--Esta --me dijo, apartando la pequeña-- es para vivir, guárdela. Y esta otra, es para que la gaste toda.
Y yo seguí con placer aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche estaba en Montmartre, en una Boite llamada Cyrano, con joviales colegas y trasnochadores estetas, danzarinas, o simples peripatéticas.
Poco después, Carrillo tuvo que dejar su casa y yo me quedé con ella; y como Carrillo me llevó a mí, yo me llevé al poeta mexicano Amado Nervo, en la actualidad cumplido diplomático en España y que ha escrito lindos recuerdos sobre nuestros días parisienses, en artículos sueltos y en su precioso libro El éxodo y las flores del camino. A Nervo y a mí nos pasaron cosas inauditas, sobre todo cuando llegó a hacernos compañía un pintor de excepción, famoso por sus excentricidades y por su desorbitado talento: he señalado al belga Henri de Grunx. Algún día he de detallar tamaños sucedidos, pero no puedo menos que acordarme en este relato, de los sustos que me diera el fantástico artista de larga cabellera y de ojos de tocado, afeitado rostro y aire lleno de inquietudes, cuando en noches en que yo sufría tormentosas nerviosidades o invencibles insomnios, se me aparecía de pronto, aliado de mi cama, envuelto en un rojo ropón, con capuchón y todo, que había dejado olvidado en el cuarto, no sé cuál de las amigas de Gómez Carrillo... Creo que la llamada Sonia.”

Rubén Darío.

jueves, 29 de agosto de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




ELOGIO DE LOS GORDOS


“Viene a bordo un hombre de una gordura dominante y eminente. Este hombre gordo es comunicativo, conversador y ocurrente, amable y de un humor risueño que no varía, ni aun con los calores ecuatoriales. Lo acompaña una dama graciosa y capitosa, cuyos “appas" son de los que siempre alaban con preferencia los poetas que cira en sus narraciones la sutil Scheherezada de Las mil y una  noches. El gran portugués Eça de Queiroz dice en alguna parte, hablando de no recuerdo cuál de sus personajes: era um gordo, e por tanto um prudente. Quizá la prudencia sea lo que falte a nuestro robusto compañero de navegación, pues a pesar de sus ciento cincuenta kilos, se atreve a danzar sobre cubierta, con su alegre dama y otras gentiles pasajeras. Yo he de decir el elogio de los gordos, porque ellos no dan entrada a la mal aconsejadora melancolía. Casi siempre están de buen ánimo y saben el precio de la vida. Ríen de verdad, con risa franca y sabrosa. Gozan de buen apetito y digieren en la paz de su completa satisfacción. Los favorece el sentido común, la tranquilidad y la feliz armonía con los demás hombres. Raro, rarísimo será el gordo suicida. Si Bruto hubiera sido gordo, no habría asesinado a su bienhechor. No lo dice así propiamente Shakespeare, pero recordad los versos de julio César. Los sueños y las visiones que perturban el ánimo, no frecuentan  a los gordos. Ved al flaco Don Quijote, asaeteado de penas y cuidados, y al gordo Sancho, que sabe aprovechar el paso de la hora y llena el bandullo. Todo flaco para en lívido y todo lívido en maligno, por causa del mal funcionamiento corporal; la sana y bienhechora risa huye de los flacos, gentes a quien meser Goster  no es propicio y cuyo hígado, órgano ilustre para los orientales, les hace malas bilis y peligrosas cóleras. Rabelais sabía bien todo esto, y en ello pudo extenderse M. Bergeret, maestro de conferencias, cuando su visita a Buenos Aires. El gordo del barco es ameno y afectuoso. Cuenca cuentos picantes; trata a los amigos ocasionales con regocijada confianza; juega a los juegos ingleses; come sandwichs, ríe con convicción y salud. Es un ser feliz. Y por su causa he escrito estas líneas, recordando a los abades conventuales, al noble rey Gambrinus, y a sir John Falstaff, todos ellos de opulenta y rozagante memoria.”


Rubén Darío. Retratos y figuras. Editorial Torino.