Al lado de la
prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío y de la extravagante, adorable,
arrebatadoramente cursi y fosforescente voz de Herrera y Reissig y del gemido
del uruguayo y nunca francés Conde de Lautreamont, cuyo canto llena de horror
la madrugada del adolescente, la poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono
nunca igualado en América, de pasión, de ternura y sinceridad.
Federico
Garcia Lorca