Mi lista de blogs

miércoles, 30 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 




GOZAR DEL MOMENTO



«Mi actual opinión es que echar menos lo pasado a nada conduce, como no sea a los cuidados y a la tristeza que enflaquecen el cuerpo y acaban con la inteligencia, y que desazonarse por lo que ya no existe es ganas de fatigarse y atormentarse. Por eso los filósofos dicen que, supuesto que el hombre no encuentra placer en lo pasado y además ignora lo por venir, no le queda más que gozar del momento en que se halla, u obrar como pueda con vistas a su futura vida. Porque si Dios ha de darnos un buen fin, no nos aflijamos por lo pasado ni nos hagamos viejos antes de tiempo; si, en cambio, lo que ha de venir es peor que lo que tenemos, justo es que gocemos de nuestras horas, que por fiestas las tengamos y que hagamos obras que nos procuren el beneplácito divino, y si hemos de permanecer siempre como ahora estamos, sin mudanza alguna, cosa que no es nada segura, lo mejor y más consolador es que el alma se resigne a ese estado que sabe ha de durar siempre.»



Abd Allãh Nãsir.

«Memorias».


lunes, 28 de abril de 2014

OBITER DICTUM






“Yo he andado por Francia desde que mi padre me llevó allí cuando era un muchacho, y París era la única capital extranjera que conocía. A mi padre le debo el haber sido un viajero y no un turista. La distinción no es esnobismo; en realidad, tiene que ver más con la época que con la educación, pues gran parte del problema del hombre moderno es que le educan para aprender lenguas extranjeras y malinterpretar a los extranjeros. El viajero ve lo que ve; el turista ve lo que ha ido a ver. Un auténtico viajero, en una narración épica primitiva o en un cuento popular, no simulaba que le gustara una hermosa princesa por su hermosura. Lo mismo puede decirse de un marinero pobre, de un vagabundo, en suma de un viajero. No necesita formarse una opinión de los periódicos parisinos, pero si quisiera tenerla, probablemente los leería. El turista nunca. El turista nunca los lee, los llama periodicuchos y sabe tanto de ellos como el chiffonnier que los recoge con el pincho.”

G. K. Chesterton.

viernes, 25 de abril de 2014

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




        THE ALIEN


A petal drifted loose
From a great magnolia bloom,
Your face hung in the gloom,
Floating, white and close.

We seemed alone: but another
Bent o'er you with lips of flame,
Unknown, without a name,
Hated, and yet my brother.

Your one short moan of pain
Was an exorcising spell:
The devil flew back to hell;
We were alone again.


   Aldous Huxley

martes, 22 de abril de 2014

OBITER DICTUM






«—¿Y Marlene? —le pregunté.
—Aún no está decidida. Los directivos de la UFA son tan necios que todavía no creen en el éxito de mi película y tampoco en el de ella; ni siquiera se han aprovechado de la opción que tenían en favor de la Dietrich.
Le conté a Von Sternberg que ya me había sucedido algo parecido con Greta Garbo. Cuando en 1925 fui a ver en Berlín la película Bajo la máscara del placer con Asta Nielsen, Werner Krauss y Greta Garbo, quedé tan fascinada por esta mujer, que llevé al cine a Fanck y a Sokal para que la vieran. Estaba entusiasmada con su exquisita belleza y convencida de que llegaría a ser famosa en todo el mundo, pero ni Fanck ni Sokal le vieron nada especial. »

Leni Riefenstahl.

lunes, 21 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





EN UN TREN NOCTURNO


“…Había conseguido escapar del Instituto Geográfico Militar donde trabajaba, que se hallaba casi en la frontera con Austria. En Venecia había encontrado refugio en casa de un viejo sastre, una especie de Gepeto, el señor Calzavara, que me había ofrecido un cuartito en el desván.
         En aquel tiempo, sobre todo para alguien que venía de las montañas donde yo trabajaba, existía una verdadera fiebre por los jerséis con ciervos corriendo unos tras otros (una moda que ha vuelto en estos años, porque veo muchas camisetas llenas de dibujos). El problema era que yo no tenía ni una lira. Algún dinerillo ahorrado sí, porque algo nos daban en el Instituto Geográfico Militar. Pero se me ocurrió una idea genial: deshice todos los jerséis que me había dado mi madre. Entonces había unas camisetas interiores que estaban hechas con lo que se llamaba “lana marquiana” y que picaban cuando te las ponías; al cabo de dos o tres días empezaban a perder la rigidez, pero recién puestas eran como una piel de cabra. Como decía, las deshice todas, y enrollé la lana en ovillos. Y no sé cómo, me enteré de que en Bassano del Grappa había hilanderías donde quizá me harían un jersey con ciervos.
         Una cosa de locos. ¡Sólo a los diecinueve años se pueden tener ideas semejantes, con los riesgos de entonces, los alemanes, los fascistas, vamos, un verdadero infierno! En resumidas cuentas, que un buen día me fui para allá con mis ovillos.
         En Mestre, al atardecer, casi anochecido ya, tomé un tren que iban en dirección a Bassano del Grappa. Como había peligro de que se produjeran ataques aéreos, los trenes viajaban con las luces apagadas. Recuerdo aquel tren lleno hasta los topes de gente, toda apretujada, donde no se veía ni jota. En determinado momento sentí una presencia femenina, una mujer que hablaba, tal con unos amigos, tal vez iban al campo en busca de comida, no sé. El hecho es que pasado un rato, pese a la falta de espacio, yo que he sido siempre un fumador empedernido encontré el modo de encender un cigarrillo. Y al hacerlo, como es natural, iluminé mi rostro; pero, un tanto cegado por esta luz, no vi a quién tenía enfrente de mí. Y aquella mujer se acercó, nos rozamos y luego nos dimos un beso.
         Fue algo de una emoción fulgurante. ¡Tan misterioso!
         Yo no puede ver quién era, ni si era joven o vieja. No lo sé, no llegué a verla. Porque recuerdo que en la primera estación, todavía a oscuras, aquel grupo de personas bajó y… Y nunca he sabido a quién besé. Que era una mujer, seguro. Pero si era guapa o fea, no lo sé. En cualquier caso, aquel beso fue muy hermoso. Dio a aquel viaje absurdo un sentido casi romántico.
A pesar de los años que han pasado, aquel momento sigue aquí; la verdad es que es uno de los recuerdos más intensos de mi vida. La memoria es extraña, ¿eh?”



Marcello Mastroianni. Sí, ya me acuerdo… Ediciones B.

sábado, 19 de abril de 2014

OBITER DICTUM





            “Ayer al acostarme a medianoche, salí del primer momento de sueño con la impresión de que la hélice estaba callada y que el Polynésien se había detenido. A continuación hubo un tumulto de gritos, de aullidos; una voz de mujer pedía socorro, una carrera desenfrenada a través de la confusión y por los corredores. Admiro mi sangre fría: estaba convencido de que se había producido un gran accidente; pero para apretar el botón de encendido hay que levantarse. No lo hice. Informes suministrados esta mañana aseguran que un joven canaco del Polynésien había entrado trepando en el camarote de dos muchachas, que viajaban en segunda, para hacerles cosquillas. Le han perseguido por todo el barco y finalmente le han encontrado acurrucado entre los sumideros de la cocina. Le han cargado de cadenas con todas las formas prescritas; pero creo que harán la vista gorda acerca de su desatino.”


Marcel Schwob. Viaje a Samoa. Ediciones Folio.

miércoles, 16 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN SIRIA


“Siria no es un país unificado ya sea en razas, religiones o costumbres, y sus habitantes, muchos de ellos enfrentados entre sí, sólo tienen un punto de cohesión que son las manifestaciones.
         La agitación popular proporciona un entretenimiento que no puede compararse con nada de lo que conllevan los días festivos. Implica un tumulto temporal al abrigo del cual se pueden realizar muchas cosas. Los universitarios, olfateando la bronca, toman partido indiscriminadamente. Después de todo, tienen que divertirse mientras aún son jóvenes. Las mujeres, escudándose en su sexo, disfrutan con la conmoción. Hay muchas cosas atractivas para la mente femenina que se pueden llevar a cabo cuando la atención de sus hombres está desviada. En cuanto a los hombres, cualquier ocasión es buena para distraerlos de sus labores diarias y les viene bien ejercitar sus órganos vocales.
         --¡Abajo el mandato! –gritan los estudiantes, y la policía desaparece discretamente. Ansiosamente, observan a los manifestantes desde una cierta distancia. Después de todo, resultaría entretenido unirse a la diversión, pero deben tener cuidado. La multitud mantenía un cierto orden y unos cuantos gritos honrados no hacían daño a nadie. Además, sería embarazoso tener que arrestar a un primo o a un cuñado. Es molesto porque en casa las mujeres no acaban de entender el funcionamiento del gobierno y los vecinos tienden aponerse despectivos.
         Cuando entré en Damasco me encontré con una escena similar. Más gente se unía a los manifestantes. Rápidamente se cerraron las tiendas y los tenderos se apresuraron a unirse a la manifestación. La multitud frente a las oficinas gubernamentales era considerable.
--¿Por qué se manifiestan? –le pregunté a un hombre que aullaba como un chacal.
Me miró inexpresivamente, se encogió de hombros y siguió chillando más fuerte. Me volví a otro manifestante, intentando enterarme.
--Oh –dijo en respuesta a mi pregunta--, han arrestado a un nabi y es una cuestión religiosa.
--No era un nabi –interrumpió el chacal, haciendo una pausa en sus aullidos--. Se dice que el Alto Comisionado ha rechazado injustamente una petición de los sacerdotes alauitas.
--Nada de eso –protestó su vecino con vehemencia--, esta manifestación es para demostrar a las autoridades nuestro desagrado por la nueva escala de impuestos.
--Abajo los tiranos! –chillaban los estudiantes, y su demostración se cargaba con más veneno cuando pensaban en sus profesores dispuestos a atormentar a los jóvenes de la nación con innecesarias ecuaciones de variadas incógnitas.
Todo ello bajo una temperatura de 40 grados a la sombra. Al cabo de un rato, se produjo una conmoción entre los que se hallaban más cerca del edificio y pronto corrió la voz de que la manifestación carecía de sentido. Todo había sido un error. No habían arrestado a un nabi, los sacerdotes no se habían ofendido y todo lo que ocurría es que habían detenido a un ladrón muy buscado en las montañas.
Con tristeza, la multitud comenzó a dispersarse. Los estudiantes abatidos pensaron en los problemas que les quedaban por resolver; los hombres regresaron lenta y desconsoladamente a sus trabajos; las tiendas abrieron de nuevo y las mujeres bajaron decorosamente sus párpados.
En las dependencias del gobierno, las máquinas de escribir volvieron a teclear y Damasco retornó a su soñolienta y pacífica canción de cuna oriental.”


Sirdar Ikbal Ali Shah. Solo en las noches de Arabia. Editorial Sufi.

viernes, 11 de abril de 2014

OBITER DICTUM






           “Se dice que los animales sienten como nosotros, se empieza a  decir que hablan.  Todavía no se ha dicho que se suiciden.  Rectifico.  Se lo he oído decir a Valle-Inclán, el cual no podía satisfacer la pasión que sentía como D´annunzio, por los galgos, no tuvo más que uno, un galgo cordobés que le regale yo y se quemó el rabo en la estufa junto a la que Valle-Inclán pasaba el invierno. Como galgo sin rabo no se concibe, desapareció. Valle-Inclán me dijo muy serio que, desesperado por sentirse rabón, había subido al tejado de la casa y se había tirado de cabeza. La humanidad que siendo rabona ¿hará lo mismo que el perro de Valle-Inclán?”


Corpus Barga

martes, 8 de abril de 2014

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                  FEAR


Fear passes from man to man
               Unknowing,
As one leaf passes its shudder
To another.
All at once the whole tree is trembling
and there is no sign of the wind.


Charles Simic

sábado, 5 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



DURBAR I


       “A eso de las dos comienza la marcha: según las reglas de la etiqueta, el más elevado en rango debe llegar el último, y por consiguiente avanzan en primer término los feudatarios del rajá británico, siguiendo los príncipes soberanos en razón inversa a su importancia. Desde el pórtico veo perfectamente el desfile, que es la parte más notable de la ceremonia; cada sowari penetra a su vez en la gran avenida; las tropas inglesas presentan las armas; resuena el estampido de los cañones; el elefante real se arrodilla a la puerta del Chamiana, y el maestro de ceremonias da la mano al rajá para conducirle a su trono.
        Los cortejos se suceden sin interrupción con una magnificencia ascendente, desde el del principillo Bundela de Alipoura hasta el del alto y poderosos señor de Gwalior. Por último se sientan todos, los reyes indos a la derecha del trono, con sus nobles y ministros detrás; y a la izquierda los gobernadores generales y oficiales ingleses, cuyos brillantes uniformes parecen pobres y ridículos frente al lujo asiático.
        Pasados algunos momentos, los tchoubdars, vestidos de rojo, y empuñando sus largos bastones dorados, anuncian la llegada del virrey; se levanta la asamblea; sir John Lawrence, de gran uniforme y descubierta la cabeza, atraviesa lentamente la sala y franquea las gradas del trono, mientras resuenan las salvas de artillería, mezclándose con los dulces acordes del himno real: «Dios salve a la Reina.»
        A una señal vuelven a sentarse todos, y el secretario del Estado proclama la apertura del Durbar, comenzando acto continuo la larga ceremonia del Nuzzur. Cada rajá, seguido de su dewan y del primer thakur de sus Estados, avanza hacia el trono, e inclinándose ligeramente ante el virrey, le presenta una moneda de oro, que éste no hace más que tocar; la moneda representa una cantidad bastante considerable, que varía según el rango del rajá, y que debe ser entregada a las autoridades inglesas después del Durbar.
        Mientras se efectúa esta ceremonia, que no dura menos de una hora, pasamos rápidamente revista a los príncipes que asisten al Durbar.
        El primero, a la derecha del trono, es Scindia, Maha-Rajá de Gwalior, representa en el Durbar a esos terribles maharatas que durante un siglo recorrieron la India a sangre y fuego y derribaron el imperio mogol, preparando con sus actos vandálicos la conquista británica: su único rival en poderío y altivez es el rey maharata de Baroda, que ya conocen mis lectores: Scindia viste con cierta sencillez; lleva un ropaje de brocado, sin más adorno que algunos diamantes en el pecho, y cubre su cabeza un turbante de alas levantadas, que le comunica cierta remota semejanza con el aspecto de Enrique VIII; la expresión de semblante es feroz, y siempre tiene las cejas fruncidas.
        A la izquierda del virrey no hay más que un rajá, que es nuestro amigo Ram Sing, Maha-Rajá de Jeypore; cubre su cabeza un turbante de pedrerías, y viste el manto de la Estrella de la India. Así él, como el Maha-Rajá de Judpore, sentados junto a Scindia, son los representantes de la raza solar, descendientes del dios Rana; no son inferiores en nobleza sino al Rana de Udeypur. Estos dos rajputs se consideran como iguales en rango, y para zanjar la grave cuestión de precedencia, está Jeypore a la izquierda, y Judpore a la derecha.
        Después de los personajes que acabamos de citar, se presenta la reina Begaum de Bhopal, la soberana mahometana más importante del Rajastán; es una mujer de unos cincuenta años, de tipo enérgico y varonil, como lo es también su traje; lleva pantalón ceñido de paño de oro, y una chaquetilla de seda, engalanada con varias condecoraciones. Entre los nobles que están sentados detrás de ella, se observa a la reina viuda Quodsia Begaum, y a una anciana señora con traje indio, a quien el maestro de ceremonias llama Isabel de Borbón…
        Cerca de ellas se ve al Maha-Rao Rajá de Kotah, y al rajá de Kishengurh, ambos rajputs, que visten el antiguo ropaje de muselina estampada.
        El Maha-Rao de Kerowly, el joven rajá jata de Bhurtpore, y el Maha-Rao de Ulwur, constituyen un grupo resplandeciente de joyas. Sheodan Sing viste una larga túnica de terciopelo negro, sobre la cual resalta un río de diamantes; junto a él está sentado el antiguo bandolero pindari, el Nawab de Tonk, que sólo lleva una hopalanda de seda, sin el menor adorno; más lejos se halla el rajá de Dholepore, venerable anciano de largas patillas teñidas de rojo, que ha venido al Durbar como a una batalla, todo cubierto de hierro; y sigue después una larga línea de príncipes, bundelas y rajputs, luciendo todos los trajes de lo más pintorescos. Después de estos príncipes, que son todos soberanos, se hallan los seis Mirzas, individuos de la ex familia imperial de Delhi; estos descendientes da Akber, vestidos con la mayor riqueza, y adornados con la toca de los príncipes de sangre, llenan humildemente a doblar la rodilla ante el virrey inglés, de quien son los súbditos. Los últimos que se presentan son feudatarios directos de la corona inglesa, zeminndars, rajás y yaghirdars, algunos de los cuales, así como el rajá de Burdwan, poseen provincias enteras y rentas enormes.”


Louis Rousselet. Viaje a la India de los Rajas. Anjana Ediciones.

jueves, 3 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




AL ENTRAR EN RÍO DE JANEIRO


“Muy de madrugada, todos los pasajeros, llevando prismáticos y máquinas fotográficas, aguardan con impaciencia, agolpados a la borda; ninguno de ellos quiere dejar de ver la célebre entrada a Río de Janeiro, por más veces que la haya admirado. Pero todavía no se ve sino el brillo del mar, azul y metálico, como desde hace muchos días: monotonía sedante y que cansa. Y, sin embargo, sentimos que nos aproximamos a la costa; respiramos la tierra cercana antes de verla, pues el aire se torna de repente húmedo y suave, acariciándonos la boca y las manos, y un perfume misterioso llega hasta nosotros imperceptiblemente; perfume preparado en el fondo de la inmensa selva con el hálito de las plantas y la humedad de los cálices, esas indescriptibles exhalaciones de las regiones tropicales, cálidas, bochornosas y en fermentación, que nos embriagan y nos cansan de un modo delicioso.
Ahora, por fin, una silueta a lo lejos: en lontananza una cadena de montañas perfilase vagamente, como unas nubes, sobre el cielo límpido y, en la medida que el vapor se va aproximando, los contornos resaltan más nítidos: es la serie de montañas que con los brazos abiertos protege la bahía de Guanabara, una de las más grandes del mundo. Esta bahía, con sus muchos recodos y promontorios, es tan ancha y tan ensenada que todas las embarcaciones de todas las naciones cabrían en ella, una junto a otra, y en el interior de esta gigantesca concha abierta, hállanse diseminadas, cual perlas, numerosísimas islas, cada una de las cuales es de forma y de color distintos. Unas emergen grises y uniformes del mar de color amatista; vistas de lejos, semejan unas ballenas por la desnudez y la tersura de sus lomos. Otras son de forma oblonga, pedregosas y cubiertas de tubérculos como la piel de cocodrilo; otras: están pobladas, otras convertidas en fortalezas; y otras parecidas a unos jardines flotantes con palmeras y vergeles; y mientras admiramos con curiosidad, a través de unos prismáticos, la insospechada multiplicidad de sus formas, cobran plasticidad las montañas del fondo, cada una de ellas, también, de figura particular. Allí están los montes: uno, sin árboles; otro, cubierto de una envoltura de verdes palmeras; otro, peñascoso; y otro, ceñido con un resplandeciente cinturón de casas y jardines, como si la naturaleza, escultora atrevida, hubiera tratado de colocar, una al lado de otra, todas las formas existentes en este mundo, y por eso la fantasía popular dio nombres de este mundo a las figuras pétreas y montañosas --la Viuda, el Corcovado, el Perro, los Dedos de Dios--, llamando Pan de Azúcar a la más sobresaliente de ellas, la que se eleva frente a la ciudad con repentino empinamiento, cual la estatua de la Libertad a la entrada de Nueva York, como símbolo antiquísimo e inamovible de la ciudad. Mas a todos esos monolitos y montes les domina el Corcovado, el jefe de la tribu de gigantes, que alza sobre Río de Janeiro una cruz gigantesca (que de noche se ilumina con luz eléctrica) para la bendición, como un sacerdote alza la Custodia sobre un grupo de gente arrodillada.
Ahora, finalmente, luego de haber atravesado el laberinto de islas, divisamos la ciudad. Pero no la divisamos de una vez. Este panorama de edificios no se puede abrazar de una ojeada como los de Nápoles, de Argel o de Marsella, que se ofrecen en forma de anfiteatro abierto con gradas de piedra: Río de Janeiro se abre como un abanico, una imagen después de otra, un sector después de otro, una perspectiva después de otra, y esto es lo que da su carácter dramático a la entrada, tan abundante en sorpresas. Cada una de las ensenadas pobladas, cuya suma forma la playa, se halla aislada por cadenas de montañas, que son como las varillas del abanico que separan las imágenes a la par que las reúnen. Surge, por fin, la playa, de hermosa curvatura. ¡ Qué aspecto más encantador! Un paseo costanero, ancho, siempre cubierto de espuma de olas, con casas y chalets y jardines, y ahora ya se distinguen bien el hotel de gran lujo y los chalets, rodeados de parques y trepando por las colinas. Pero nos hemos equivocado; aquello no es más que la playa de Copacabana, una de las más hermosas del mundo, y Copacabana es un arrabal nuevo de Río de Janeiro, y no la ciudad propiamente dicha. Aun hay que doblar el Pan de Azúcar, que quita la vista: sólo entonces vemos la ciudad dentro de la bahía, esa ciudad blanca y compacta, mirando al mar y fundiéndose indistintamente en las alturas vestidas de verde. Vemos los jardines, recién plantados junto al mar, y el aeródromo, que se acaban de ganar al océano: no tardaremos en desembarcar y satisfacer nuestra impaciencia. ¡ Otra vez estamos equivocados! Ésta es la bahía de Botafogo y de Flamengo; tenemos que seguir adelante, abriendo otro pliegue de este abanico divino, reluciente con todos los colores imaginables, al pasar por delante de la isla de la Marina y aquella otra, pequeña, con el palacio de estilo ojival, donde el emperador Pedro ofreció, sin sospechar nada, su último sarao, dos días antes de su destronamiento. Sólo ahora nos saludan los rascacielos, que forman una compacta mole vertical; sólo ahora se echan de ver los diques, y el vapor puede atracar al desembarcadero, y estamos en la América del Sur, en el Brasil, en la ciudad más hermosa del mundo.”


Stefan Zweig. Brasil, país de futuro. Espasa Calpe.

martes, 1 de abril de 2014

ALLÁ EN LAS INDIAS






AMAUTAS Y HARÁUECES


«No les faltó habilidad a los amautas, que eran los filósofos, para componer comedias y tragedias, que en días y fiestas solemnes representaban delante de sus Reyes y de los señores que asistían en la corte. Los representantes no eran viles, sino Incas y gente noble, hijos de curacas y los mismos curacas y capitanes, hasta maeses de campo, porque los autos de las tragedias se representaban al propio, cuyos argumentos siempre eran de hechos militares, de triunfos y victorias, de las hazañas y grandezas de los Reyes pasados y de otros heroicos varones. Los argumentos de las comedias eran de agricultura, de hacienda,  de cosas caseras y familiares. Los representantes, luego que se acababa la comedia, se sentaban en sus lugares conforme a su calidad y oficios. No hacían entremeses deshonestos, viles y bajos: todo era de cosas graves y honestas, con sentencias y donaires permitidos en tal lugar. A los que se aventajaban en la gracia  del representar les daban joyas y favores de mucha estima.
De la poesía alcanzaron otra poca, porque supieron hacer versos cortos y largos, con medida de sílabas: en ellos ponían sus cantares amorosos con tonadas diferentes, como se ha dicho. También componían en verso las hazañas de sus Reyes y de otros famosos Incas y curacas principales, y los enseñaban a sus descendientes por tradición, para que se acordasen de los buenos hechos de sus pasados y los imitasen. Los versos eran pocos, porque la memoria los guardase; empero muy compendiosos, como cifras. No usaron de consonante en los versos; todos eran  sueltos. Por la mayor parte semejaban a la natural compostura española que llaman redondillas. Una canción amorosa compuesta en cuatro versos me ofrece la memoria; por ellos se verá el artificio de la compostura y la significación abreviada, compendiosa, de lo que en su rusticidad querían decir. Los  versos amorosos hacían cortos, porque fuesen más fáciles de tañer  en la flauta. Holgara poner también la tonada en puntos de canto de órgano, para que se viera lo uno y lo otro, mas la impertinencia me excusa del trabajo.
La canción es la que se sigue y su traducción en castellano:

Caylla llapi                                              Al cántico
Puñunqui                quiere decir             Dormirás
Chaupituta                                              Media noche
Samúsac                                                Yo vendré

Y más propiamente dijera: veniré, sin el pronombre yo, haciendo tres silabas del verbo, como las hace el indio, que no nombra la persona, sino que la incluye en el verbo, por la medida del verso. Otras muchas maneras de versos alcanzaron los Incas poetas, a los cuales llamaban haráuec, que en propia significación quiere decir inventador.»


Inca Garcilaso de la Vega. 
Comentarios Reales.