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viernes, 28 de octubre de 2011

OBITER DICTUM




     “Camaradas, no se ha visto jamás en la historia que una clase dominante, en su conjunto, tenga condiciones de existencia inferiores a las de ciertos elementos y estratos de la clase dominada y supeditada. La historia ha reservado esta inaudita contradicción al proletariado; en esta contradicción residen los mayores peligros para la dictadura del proletariado, particularmente en los países donde el capitalismo no ha alcanzado un gran desarrollo y no ha logrado unificar las fuerzas productivas. Y es de esta contradicción, que por otra parte aparece también bajo ciertos aspectos en algunos países capitalistas en los que el proletariado ha alcanzado objetivamente una elevada función social, de donde nacen el reformismo y el sindicalismo, el espíritu corporativo y las estratificaciones de la aristocracia obrera. Y sin embargo, el proletariado no puede convertirse en clase dominante si no supera con el sacrificio de los intereses corporativos esta contradicción, no puede mantener su hegemonía y su dictadura si, pese a haberse transformado en clase dominante, no sacrifica sus intereses inmediatos a los intereses generales y permanentes de la clase.”


Antonio Gramsci

martes, 25 de octubre de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






ANTIGUO AMOR


Hoy en la calle sola,
cayendo a plomo el sol en las veletas,
comprendí que la vida
a veces abre heridas que no cierra.

Venía de lo suyo.
Yo iba a lo mío por la misma acera.
Pero hacía tantos años,
tantos recuerdos que dejé de verla,
que fue verla y sentirme
como alfileres dentro de las venas,
como una mano que oprimiera el cuello
y me pusiera la saliva seca.

Fue subirme a la boca
una palabra tonta, una cualquiera,
fue hacer un gesto absurdo con la mano
mientras pasaba, amor antiguo, ella.

No fue buscarla. No.
No fue decirla, ni quererla.
Venía de lo suyo
y cruzó por lo mío, viva, muerta.


Antonio Murciano.

domingo, 23 de octubre de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






CHANSON D'AUTOMNE


Les sanglots  longs
Des violons  De
l'automne Blessent
mon coeur D'une
langueur Monotone.

Tout  suffocant
Et blême, quand
Sonne l'heure,
Je me souviens
Des jours  anciens
Et je pleure;

Et je m'en  vais
Au vent  mauvais
Qui m'emporte
Deçà, delà,
Pareil  à  la
Feuille morte.

                                               Paul Verlaine

miércoles, 19 de octubre de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





CALCUTA


“Al alba, síntomas de reuma despiertan al pobre europeo arrebujado entre sus chales. Le queda una hora. Antes de las seis de la mañana ya está en el patio, medio desnudo, y se lava vertiéndose agua de una pila de piedra estrecha como un sepulcro. En todo el barrio tiene lugar el baño, cada bomba en las calles es una fuente para las familias pobres. El té, y todavía la agitación de las muchachas, y las plegarias de los fieles y, porque es la Puja, juegos, danzas y risas por todas partes, junto a las ofrendas.
         El templo de Kali, célebre en toda la India, es el más solicitado de los altares dedicados a Durga. Tengo un amigo entre los brahmanes que lo dirigen y viven de sus rentas. Me guía entre los miles de peregrinos, algunos venidos del Orissa –las mujeres son angulosas, oscuras de piel, los ojos vivos--, otros de la frontera con Nepal, otros del Assam. Me zarandean por entre las filas apretadas de fieles y pobres que esperan desde hace días y días poder disfrutar las ofrendas en una hoja de palmera. El altar de Siva y su pozo sagrado (en donde una mirada penetrante puede descubrir el lingam del dios) son tomados al asalto por las mujeres, que vierten allí el agua del Ganges y murmuran mantras, adorando con una increíble devoción al dios que preside su fecundidad. Se me autoriza a observar por encima del altar y veo a mujeres de la aristocracia de Calcuta, cubiertas de sedas, junto a campesinas de Aoudh, viejas piadosas, muchachas descalzas con los cabellos sueltos. Reconozco rostros y me acuerdo de nombres encontrados en tiempos de los festivales artísticos. Desde lo alto de la escalera, con el joven brahmán a mi lado, miro las filas de mujeres cuyas plegarias a Siva han sido atendidas y comprendo el significado del cactus vecino, con los pinchos cargados de anillos de hierro, sus ofrendas.
         En el bullicio de las calles que conducen al templo, un mismo grito, una misma llamada: “Duurga…! ¡Duurga…!”. Las gentes esperan bajo el sol, con sus presentes de flores y ungüentos, y llegan de continuo, y las ofrendas se acumulan aplastadas a los pies de la diosa que los fieles no alcanzan a ver en la oscuridad del templo asediado. Imposible abrirme paso ni tan siquiera hasta el muro. Rodeo la turba y llego ante el pórtico bajo el que sacrifican cabras. Dos mil al día, porque es la Puja. También allí hay gran cantidad de curiosos y fieles. Soy el único blanco, pero me acompaña un brahmán del templo. Cabras y más cabras, el sacrificador se afana con prodigiosa destreza y la sangre salpica todo el entorno. Las cabezas y miembros son recogidos por hábiles servidores. Todavía calientes, las cabras degolladas pasan de unos a otros, y las desuellan, descuartizan, extraen las vísceras y las deshuesan. No veo lo que sigue pero el fuego que asciende me permite entender. No se puede permanecer mucho rato: los animales, hipnotizados por el miedo y el olor de la sangre, se abandonan mansamente entre las manos ejercitadas del inmolador. Los vapores de sangre te excitan, despiertan los instintos inhibidos. El sol arde, la gente te zarandea gritando: “¡Duurga…! ¡Duurga…!”.
         Me dirijo hacia el río, pues para todo hindú el rito termina con las abluciones en el Ganges sagrado –de una suciedad repulsiva, de aguas grasientas y fétidas--. En la calle, cada tenderete también es un altar: Ganesa, Lakshmi, Krishna, Siva. Se venden ídolos e imágenes rojas: Durga. A cada paso, pedigüeños lisiados, leprosos incurables, brahmanes estafadores, yoghis y faquires de feria con la cabellera gris de ceniza de los saddhus. En las márgenes del camino, charlatanes con la cabeza enterrada, mientras sus compadres recogen las monedas de cobre de las mujeres del Aoudh. O bien falsos faquires que parlotean sobre planchas de clavos, o incluso vacas de cinco patas y toda suerte de otras exhibiciones grotescas, odiosas, repugnantes, que los peregrinos admiran y que las mujeres premian con sus limosnas.
         Al comienzo, el espectáculo divierte, sobre todo si se entiende que pertenece a un hinduismo degenerado, el hinduismo que ha ofrecido sacrificios humanos a la misma Durga y la prostitución orgiástica que poca gente conoce y que nadie puede desvelar. Enseguida, abandonado al cansancio, uno siente disgusto, un tipo de cólera desesperada contra esa mezcla de piedad y barbarie. La única consolación: la serenidad de las mujeres de la élite, que cumplen con su deber indiferentes al jaleo, las pasiones, la sangre, los gritos. Me refugio en la avenida que conduce, a lo largo del río, hacia el ghat en donde queman los cadáveres. Una madre espera el haz de leña para su hijo muerto, envuelto en un paño. Una hoguera acaba de devorar el cuerpo de un rico comerciante de Shambazar. Un miembro de la familia rebusca entre los tizones y encuentra huesos medio blancos.  Se trae otra leña pequeña y otra hojarasca. Debe desaparecer todo, hasta la última señal. Cuando se enfría la brasa, un cuervo viene a posarse sobre la ceniza que todavía huele a carne quemada. Picotea desesperado la madera; pero nada, no encuentra nada, ya que el cuerpo está desde ahora en el cielo de Durga.
         Delante del ghat, un jardín, arbustos perfumados, cipreses. Me esperan tantos amigos. Y todos me decían que… Pero ¿para qué repetirlo aquí? En la India lo sublime se mezcla con las atrocidades, el disgusto, las supersticiones. Por eso fascina y no perdona.”


Mircea Eliade. 
El vuelo mágico. 
Ediciones Siruela.

domingo, 9 de octubre de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





UN TEATRO EN SHANGHAI


“Mientras me abría camino entre la muchedumbre, en China, llegué a lo que fue una llanura fangosa en la desembocadura del Whangpoo. Traficantes de opio y de té habían construido una pequeña ciudad y ese asentamiento, conocido como Shanghai, había ido creciendo. En realidad, era China, pero una China en la que se veían pancartas que anunciaban: «Prohibida la entrada a los perros y a los chinos». Aparentemente, la ciudad era la imagen del orden: dividida en sectores, en cada uno de ellos los súbditos tenían sus propios tribunales y, hasta 1923, sus estafetas de Correos, donde las cartas llevaban sellos emitidos en Estados Unidos, Hong Kong, Francia, Japón, Rusia, Alemania e incluso India.
Sin embargo, bajo esa apariencia, las cosas eran muy distintas y eso era lo que me interesaba. Ahora mi guía –un funcionario consular—tenía todas las condiciones de su puesto. Era una verdadera autoridad en lo que tenía que ver con la ciudad. Se enteraba de todo lo que pasaba en Shanghai y enseguida me di cuenta de sus vastos conocimientos de los bajos fondos.
Fuera de esta excursión, pase malos momentos en un teatro muy agitado que estaba en la intersección de la carretera del Tíbet y de la avenida de Eduardo II, llamado «El gran mundo». Ese mundo tan extenso no era para los «diablos extranjeros», sino para los chinos. Merece ser descrito porque cuando los japoneses invadieron Shanghai, fue destruido por (curiosamente) bombas lanzadas desde aviones chinos y en un momento en que estaba lleno de gente, lo que provocó más de mil muertos y heridos.
El recinto tenía seis pisos que se llenaban de vida y de bullicio; de todas las diversiones que se puedan imaginar, inventadas por el pueblo chino. Al entrar en ese tumulto, no había posibilidad de retroceder, aunque se quisiera. En la primera planta, había mesas de juego, chicas que cantaban, magos, carteristas, tragaperras, fuegos de artificio, jaulas con pájaros, abanicos de todo tipo, palos con incienso y jengibre. Más arriba, restaurantes, una docena de troupes de actores, insectos en jaulas, celestinas, matronas, peluqueros y curanderos especialistas en sacar tapones de cera. En la tercera planta, prestidigitadores, puestos de plantas medicinales, heladerías, fotógrafos, grupos de muchachas con vestidos abiertos que dejaban al descubierto los muslos y, como último acontecimiento, varias filas de váteres (los funcionarios que se encargaban de aquellas instalaciones sanitarias aconsejaban a los clientes no agacharse y tomar una postura acorde con los aparatos de plomo importados). En la cuarta planta había salones de tiro al blanco y otros juegos, norias giratorias, tumbonas de masaje, gabinetes de acupuntura, distribuidores de toallas calientes, pescado mareado y pistas de baile atendidas por toda una tribu de productores de música, en competencia unos con otros para aclarar quién podría aturdir mejor a los demás con el ruido. En la quinta planta había ocasión de pretender a chicas para todos los gustos, con vestidos abiertos hasta las axilas. Pero también se podía contemplar una ballena llena de paja o escuchar a los narradores de hazañas pasadas. Había muchos globos, máscaras y espectáculos en miniatura que se podían observar con anteojos. Por último, llamaba la atención un laberinto lleno de espejos, estaños objetos de goma y un templo lleno de dioses feroces y palos aromáticos.
En la última planta de esta casa de infinitos deleites, una amalgama de artistas caminaba de un sitio a otro sobre cuerdas tensadas. Había también columpios, juegos de ajedrez, de mahjong, tracas, lotería y agencias matrimoniales. Cuando me abría paso para bajar, me enseñaron un espacio vacío donde decían que cientos de chinos habían acelerado su bajada tirándose a la calle desde el tejado, tras dejar en el juego sus últimas monedas. Ingenuamente pregunté la razón por la que no había una barandilla en ese lugar para evitar consecuencias tan trágicas, me respondieron con otra pregunta: ¿Cómo puede usted evitar que un hombre se mate?». Pues sí: «¿Cómo se puede evitar que los hombres se maten y maten a los demás?”

Josef von Sternberg. Memorias. Ediciones JC CLEMENTINE.

sábado, 8 de octubre de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






CANCIÓN PARA FRANQUEAR LA SOMBRA

Un día nos veremos
al otro lado de la sombra del sueño.
Vendrán a ti mis ojos y mis manos
y estarás y estaremos
como si siempre hubiéramos estado
al otro lado de la sombra del sueño.


José Angel Valente.

jueves, 6 de octubre de 2011

OBITER DICTUM




“Únicamente un hombre que trabaja como Trotsky, que se cuida tan poco como Trotsky, que puede hablar a los soldados como Trotsky puede hacerlo, sólo un hombre así, podía ser el abanderado del pueblo trabajador en armas. Ha sido todo esto en una sola persona. Ha reflexionado sobre los consejos estratégicos dados por los expertos militares y los ha combinado con una evaluación correcta de la relación entre las fuerzas sociales; ha sabido unir en un movimiento único los avances de catorce frentes, de diez mil comunistas que informaban al cuartel general sobre lo que era en realidad el ejército y sobre la forma en que uno podía aprovecharse de él; comprendía cómo había que combinar todo esto en un único plan estratégico y un plan de organización única. Y, en el curso de este espectacular trabajo, comprendía mejor que nadie como tenía que aplicar su conocimiento de la significación del factor moral en la guerra.”


Karl Radek

martes, 4 de octubre de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





PARA EL FIN DEL TIEMPO


Que ya es tarde. Y más bien estamos muertos.
¿Qué haces, entonces, dime, y a qué vienes?

(Ya habrás mordido el día, como el perro
muerde a oscuras el nombre de los meses.)

No vengas más. No necesito a nadie
que pisotee mi sombra y tenga al llanto
de pie en mi puerta, oyéndome la sangre.

¡Qué no bebí! Amor y muerte a tragos.

Tú lo sabes. Soy un ayer de astillas
clavado en este humo que levanta
mi raza de fantasmas y cenizas.

No preguntes por mí. Cercena para
siempre tu corazón y el mío. Déjalos
como el día y la noche del olvido.


Juan Bañuelos

domingo, 2 de octubre de 2011

ALLÁ EN LAS INDIAS




EL ÚLTIMO SEÑOR


         “El noveno rey de México fue Moteccuzoma, segundo de este nombre, y reinó diecinueve años y en su tiempo hubo grande hambre; por espacio de tres años no llovió, por lo cual los de México se derramaron a otras tierras; y en su tiempo también aconteció una maravilla en México, en una casa grande donde se juntaban a cantar y a bailar, porque una viga muy grande que estaba atravesada encima de las paredes cantó como una persona este cantar: Ueya noqueztepule uel tomitotía, atlan tiuétztoz, que quiere decir: ¡guay de ti, mi anca, baila bien que estarás echada en el agua! Lo cual aconteció cuando la fama de los españoles ya sonaba en esta tierra de México. En su tiempo del mismo Moteccuzoma, el diablo que se nombraba Cihuacóatl de noche andaba llorando por las calles de México, y lo oían todos diciendo: “¡Oh hijos míos, guay de mí, que ya os dejo a vosotros!...”. Acaeció otra señal en este tiempo de Moteccuzoma: que una mujer vecina de Tenochtitlan murió de una enfermedad y fue enterrada en el patio, y encima de su sepultura pusieron unas piedras, la cual resucitó después de cuatro días de su muerte, de noche, con grande miedo y espanto de los que se hallaron allí, porque se abrió la sepultura y las piedras derramáronse lejos; y la dicha mujer que resucitó fue a casa de Moteccuzoma, y le contó todo lo que había visto, y le dijo: “La causa porque he resucitado es para decirte que en tu tiempo se acabará el señorío de México, y tú eres el último señor, porque vienen otras gentes y ellas tomarán el señorío de la tierra y poblarán en México”. Y la dicha mujer que resucitó después vivió otros veintiún años y parió otro hijo. El dicho Moteccuzoma conquistó estas provincias: Icpatépec, Cuezcoma, Ixtlahuacan, Coznllan, Tecomaixtlahuacan, Zacatépec, Tlachquiauhco, Yolloxonecuilan, Atépec, Mictlan, Tlaoapan, Nopallan, Iztaclalocan, Cuextlan, Quetzaltépec, Chichiualtatacalan. En su tiempo también, ocho años antes de la venida de los españoles, veíase, y espantábanse las gentes, porque de noche se levantaba un gran resplandor como una llama de fuego, y duraba toda la noche, y nacía de la parte de oriente y desaparecía cuando ya quería salir el sel; y esto se vio cuatro años arreo, siempre de noche, y desapareció después de cuatro años antes de la venida de los españoles. Y en tiempo de este señor vinieron a estas tierras los españoles que conquistaron a la ciudad de México, donde ellos están al presente, y a toda la Nueva España, la cual conquista fue en el año de 1519."


Bernardino de Sahagún. El México antiguo.