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martes, 1 de julio de 2025

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA


 


INTENSIDAD Y ALTURA

 

Quiero escribir, pero me sale espuma,

Quiero decir muchísimo y me atollo;

No hay cifra hablada que no sea suma,

No hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;

Quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay toz hablada, que no llegue a bruma,

No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

Carne de llanto, fruta de gemido,

Nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

 

César Vallejo.


lunes, 30 de diciembre de 2024

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA


PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

 

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

 

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

 

César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

 

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos...



César Vallejo.


lunes, 30 de enero de 2023

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA



VERANO

 

Verano, ya me voy.  Y me dan pena

las manitas sumisas de tus tardes.

Llegas devotamente; llegas viejo;

y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

 

Verano!  Y pasarás por mis balcones

con gran rosario de amatistas y oros,

como un obispo triste que llegara

de lejos a buscar y bendecir

los rotos aros de unos muertos novios.

 

Verano, ya me voy.  Allá, en setiembre

tengo una rosa que te encargo mucho;

la regarás de agua bendita todos

los días de pecado y de sepulcro.

 

Si a fuerza de llorar el mausoleo,

con luz de fe su mármol aletea,

levanta en alto tu responso, y pide

a Dios que siga para siempre muerta.

Todo ha de ser ya tarde;

y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

 

Ya no llores, Verano!  En aquel surco

muere una rosa que renace mucho…


César Vallejo.


martes, 11 de octubre de 2022

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





DE FILOSOFOS Y ZANGANOS


«En la sociedad soviética, el estatuto social del trabajo es otro. El ejercicio del trabajo cesa de ser una libertad para constituirse en una obligación, y no ya simplemente moral, sino jurídica y coercible ante la ley. El trabajo es una obligación en cuanto a que el individuo debe siempre trabajar, y en cuanto a que no es de su sola incumbencia personal optar por tal o cual oficio, profesión o actividad. Aquí residen dos de las más esenciales diferencias entre la concepción burguesa del trabajo y la concepción soviética. Dentro de la primera hay el error de entender por libertad de trabajo lo que, en verdad, no es más que un libertinaje. El trabajo, material o intelectual es, en efecto, una ley esencialmente humana. Se argumentará que ésta no es una ley universal, citando el caso de ciertas especies zoológicas que no trabajan, tales como los marmas y los zánganos. Los filósofos antiguos han podido, asimismo; predicar el desprecio al trabajo, considerándolo como degradante para el hombre. Pero conviene rechazar el primer argumento, recordando el lindero que, desde este punto de vista, existe entre la sociedad humana y la sociedad animal. Ya el socialismo utópico cayó, hace cien años, en el error de identificar ambas sociedades, en su mecánica y destinos esenciales, tomando la convivencia de las bestias como modelo de la convivencia humana. Marx destruyó este absurdo, que, como casi todos los principios del socialismo utópico, es en el fondo burgués y hasta reaccionario en medio de su fachada revolucionaria. Por lo que respecta a los filósofos antiguos, se trata de una opinión de elite, de una postura aristocrática, de la moral clasista de los parásitos que viven a expensas del obrero o del esclavo y para los que Lafargue reclama, burlándose de ellos, un derecho a la pereza.»

Cesar Vallejo.
Rusia en 1931.
Editora Perú Nuevo

martes, 1 de enero de 2019

OBITER DICTUM





«Una breve distinción a hacer entre El acorazado Potemkin y La línea general: la primera película contiene el momento criticista del proceso de la producción; la segunda contiene, sobre todo, el momento constructivo de este proceso. La primera es más psicológica; la segunda es más sociológica. Aquélla es más dolorosa y episódica; ésta es más indolora y permanente. Aquélla expone los hechos de la historia como son; ésta los expone como deberían ser. Ambas, por eso, se completan en la explicación cinemática del proceso social, como anverso y reverso de una misma medalla.
—¡Qué lejos andamos aquí de Hollywood y todo su dressing room de decadencia y pacotilla!»

Cesar Vallejo.


miércoles, 19 de julio de 2017

Y ÉL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





ACABA DE PASAR EL QUE VENDRÁ…

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola,

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mí y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.


Acaba de pasar sin haber venido.


César Vallejo

lunes, 15 de diciembre de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






ISADORA DUNCAN

“A esta hora están quemando en el Columbarium de París un cuerpo natural. Mientras cuarenta mil unidades de la Legión Americana desfilan del Arco del Triunfo al Hotel de Ville, están a estas horas quemando en el cementerio del Pére Lachaise, las últimas falanges y los postreros carpos del cuerpo, mediano y regular, de Isadora Duncan. Suenan, por el anverso de la vida, del lado de los cowboys, vencedores de Verdun, bombos de primera y tibias bárbaras y resuenan, por el reverso de la vida, del lado de la artista caída, las sinfonías de duelo de Chopin y de Beethoven. La orquesta de Valvé está a esta  hora  acompañando al cuerpo de la mujer más rítmica del mundo a danzar, entre llamas verdaderas, el número más rojo y más cordial de las esferas. Raf Lawton ejecuta luego el Concierto en Re de Bach...
Son los funerales, castos y sonrosados, de Isadora Duncan. La pira griega recibe alegremente un leño antiguo, familiar por la estatura, rico en esencias combustibles. Son los funerales, castos y dionisiacos, de Isadora Duncan. Al resplandor del fuego en que ahora está ardiendo el cuerpo, humano y regular, de Isadora Duncan, vemos con nuestros ojos humanos, regulares, que es la carne y nada más cuanto ha sido la bailarina de los pies desnudos. Ni  figura de los vasos griegos ni estatua de Tanagra. Ni velos ligeros ni arabescos. Tampoco bajorrelieve antiguo ni musa que juega a los huesecillos sobre los arenales de Salamina. La bailarina de los pies desnudos fue sólo carne viva, acto caminante y orgánico del universo.  ¿A qué más  sino a carne puede aspirar el ritmo  universal?  La más dinámica estatua  del friso más  perfecto, no vale en euritmia una  corriente de sangre que riega la segunda  cabeza de un monstruo de carne y hueso. Y en Isadora  Duncan  fue la carne  más carne, el hueso  más hueso, el dolor más dolor, la alegría más alegre, la célula más dramática: todo para  violentar la inquietud del ser  humano y para hacer la vorágine vital más dionisiaca.
Isadora Duncan fue la bailarina más grande de la época y la mujer más trágica de todas las mujeres.

La prodigiosa  aventura  de esta  joven americana –dice André Levinson- misionera  de una estética nueva, no admite  rival en  la historia  de la danza  y  aún  del teatro.  La venida al mundo de Isadora Duncan  fue como la realización de uno de esos sueños que a menudo consuelan  a los hombres,  en  las horas sombrías  de la historia:  el retorno  a la edad  de oro, la promesa  del paraíso recuperado, en fin, aquel 'estado de naturaleza' que Juan Jacobo Rousseau  había imaginado. Ella venía a liberar  al instinto de las trabas que le opone  la civilización y  a hacer  triunfar  la emoción  espontánea  de la convención  razonada.

Y Fernand Divoire, añade, refiriéndose a la vida circunstancial de la artista:

En verdad, Isadora Duncan, para todos los que la conocieron, estaba desde hacía tiempo  muerta. Esta mujer, cuya voluntad y aspiración  no fueron sino un inmenso impulso hacia la Belleza, hacia la Libertad y hacia la Juventud,  había visto quebrarse de un solo golpe todas las fuerzas de su vida, el día en que un automóvil cayó en el Sena, ahogando a sus tiernos hijos. Patrick y Deardree. Desde aquel día, la vida de la Gran  Bailarina no fue más que un suicidio largo, voluntario y tenaz...

Estos dos párrafos de Divoire y Levinson sintetizan lo que ha sido Isadora  Duncan: la creadora de la danza  moderna y la mujer  dramática por excelencia.  Norteamericana de San Francisco, penetró en  el espíritu dionisiaco de la danza  pagana, bailando al pie del mismo Acrópolis. Al presentarse, por la primera vez en  París,  en  1903, predicó toda su estética en estas breves palabras: "Lo que es contrario  a la naturaleza  no es bello". Su aparición en el Teatro Sarah Bernhardt  revolucionó  la plástica  y el  movimiento  académicos. Casó con Mr. Singer, el célebre fabricante  de máquinas de coser. Atacó, en la persona  de las bailarinas de corset, a todo lo que es artificio elaborado. Dirigió a Maeterlinck una carta, invitándole exabrupto  a crear con ella un hijo, que tuviese el genio de sus dos procreadores. Bailó por primera vez lo que antes se creyó que no era bailable: las sinfonías  de Beethoven,  de Brahms  y Chopin  y los lieds de Wagner.  (Yo la vi en su último recital del Teatro  Mogador, en julio de este año, bailar con ya moribundo brillo- la Sinfonía Inconclusa de Schubert y Tannhauser). Luego viajó por Viena, Berlín, Budapest, Moscú, donde  casó con Sergio Essenin, el poeta comunista, que después suicidose en 1925. Todos sus hijos perecieron ahogados en el Sena. Murió ahorcada por un velo, recorriendo en automóvil y a ciento veinte caballos de fuerza, la luminosa Costa Azul, una tarde de estío de 1927. Su cuerpo, envuelto  en una túnica violeta, fue quemado en el Columbarium de París, entre lises, rosas y margaritas  y a los sones de un coro  de canéforas. Biografía, como  se ve, digna de una tragedia de Esquilo.
Isadora  Duncan acaba, de este modo, en un poco de humo ligero y otro  poco de ceniza. Pero la tierra  retiene para siempre el latido de sus pies desnudos, que ritman el latido de su corazón.”


Cesar Vallejo.
Crónicas de poeta.
Biblioteca Ayacucho.

viernes, 20 de enero de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





LXXV


Estáis muertos.

            Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

            Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.

            Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

            Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamas. Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.

            Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.


César Vallejo.