LXXV
Estáis muertos.
Qué
extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en
verdad, estáis muertos.
Flotáis
nadamente detrás de aquesa membrana que péndula del zenit al nadir, viene y va
de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a
vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que
vosotros sois el original, la muerte.
Mientras
la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo
cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan,
entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no
es vuestra.
Estáis
muertos, no habiendo antes vivido jamas. Quienquiera diría que, no siendo
ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de
una vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El
ser hoja seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y
sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía
no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos.
César Vallejo.