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miércoles, 28 de diciembre de 2022

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


 







ENTRE LA MARIANI, LA REITER, LA VITALIANI Y LOS GENERALILLOS


«Y en verdad, la capital de entonces no era el cementerio en que han convertido al México moderno los constantes asesinatos; pero ya contenía los gérmenes del actual canibalismo. Ningún buen ejemplo daba la capital, y sí el espectáculo de placeres sórdidos sin la aureola de la ironía y la libertad. Cada uno de los generalillos que a la sombra de la revolución han medrado, escuchaba el relato de las orgías vulgares de una metrópoli cortesana y aplazaba su hambre de goces brutales. Su primitivismo no les permitía estimular lo valioso de la metrópoli, las costumbres corteses y humanas y la cultura, la pasión de la música que sostenía ya una orquesta sinfónica y un cuarteto; la buena ópera cada año; el teatro italiano de drama y comedia. No ha vuelto México a disfrutar el rango que le daban las temporadas en que desfilaron Virginia Reiter, la Vitaliani, la Mariani. Nunca habíamos oído llorar como Reiter, ni ha pasado después por nuestra escena una trágica como la Vitaliani.»


José Vasconcelos.

Ulises criollo.

Ediciones Botas.

viernes, 24 de septiembre de 2021

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





SIGLO XIX


«De pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a brillar unos puntos de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de vivísima coloración bermeja o dorada. Con mi madre y mis hermanas éramos cinco para atestiguar el prodigio. Al principio creíamos que se trataba de manchas producidas por el deslumbramiento de ver el sol. Nos restregábamos los ojos, nos consultábamos y volvíamos a mirar. No cabía duda; los discos giraban, se hacían esferas de luz; se levantaban de la llanura y subían, se acercaban casi hasta el barandal en que nos apoyábamos. Como trompo que zumbara en el aire, las esferas luminosas rasgaban el tenue vapor ambiente. Hubiérase dicho que la niebla misma cristalizaba, se acrisolaba para engendrar forma, movimiento y color. Asistíamos al nacimiento de seres de luz. Conmovidos comentábamos, emitíamos gritos de asombro, gozábamos como quien asiste a una revelación. En tantos años de lecturas diversas no he topado con un explicación del caso, ni siquiera con un relato semejante, y todavía no sé si vimos algo que nace del concierto de las fuerzas físicas o padecimos una alucinación colectiva de las que estudian los psicólogos.»

José Vasconcelos.
Ulises criollo.
Ediciones Botas.

lunes, 15 de octubre de 2018

OBITER DICTUM





«El atrio enverjado del costado poniente dejaba ver un jardín lateral con el mercado de flores, anexo sobre la calle de las Escalerillas. Ramos de claveles, manojos de rosas recién abiertas, refrescadas con finas gotas de agua que semejan el rocío; gardenias de carne blanca y aroma intenso, violetas fragantes, amapolas como llamas, lirios de rojo y gualda o de azul violáceo, begonias en macetas, tulipanes vistosos, pensamientos aterciopelados, dalias cárdenas, crisantemos y azucenas; flora de todos los climas gracias a la meseta sin estaciones y a la inexhausta fecundidad de la costa inmediata.»

José Vasconcelos.

jueves, 14 de mayo de 2015

OBITER DICTUM






«La escuela me había ido ganando lentamente. Ahora no la hubiera cambiado por la mejor diversión. Ni faltaba nunca a clase. Uno de los maestros nos puso expeditos en sumas, restas, multiplicaciones, consumadas en grupo en voz alta, gritando el resultado el primero que lo obtenía. En la misma forma nos ejercitaba en el deletreo o spelling, que constituye disciplina aparte en la lengua inglesa. Periódicamente se celebraban concursos. Gané uno de nombres geográficos, pero con cierto dolo. Mis colegas norteamericanos fallaban a la hora de deletrear Tenochtitlán y Popocatépetl. Y como protestaran, expuse:

—¿Creen que Washington no me cuesta a mí trabajo?»

José Vasconcelos.

domingo, 21 de abril de 2013

OBITER DICTUM













«Algunas noches, cuando el calor arreciaba y no había serenata, así que las cornetas del cuartel vecino tocaban la retreta, sacábamos al patio los catres de lona. Encima una sábana y otra más para envolvernos, sobre la bata, y a estarse en cama contemplando las estrellas antes de dormir. De todos los goces del verano fronterizo ninguno es más profundo. El clima caliente y seco invita a pernoctar bajo la bóveda celeste. En aquella topografía de llanuras devastadas, el cielo es más ancho que en otros sitios de la Tierra, y las constelaciones refulgen dentro de una inmensidad engalanada de bólidos.»

José Vasconcelos.

martes, 22 de mayo de 2012

OBITER DICTUM







«Cuando penetré por primera vez al anfiteatro, un practicante aserraba con calma el cráneo recién rapado de un muerto. La cabeza de otro cadáver al lado, tenía ya cortada la tapa y se veían en los sesos las circunvoluciones. Aquella ocasión, de regreso del hospital, no pude comer. Al día siguiente comí doble. Contra la tenacidad del cuerpo que insiste en vivir y gozar, hay el disolutivo eficaz de la cadaverina. Pero en auxilio de la vida llega el olvido y actúan las apetencias. Con todo, años después, en la voluptuosidad de un amor que declinaba, sentí de pronto algo como el tufo de la cadaverina. Como si el interior de la entraña se adelantase y se diese a la muerte antes que la piel y el rostro, antes de que la muerte se imponga.»

José Vasconcelos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

OBITER DICTUM





«Si vienen los apaches y te llevan consigo, tú nada temas, vive con ellos y sírvelos, aprende su lengua y háblales de Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y por ellos, por todos los hombres. Lo importante es que no olvides: hay un Dios Todopoderoso y Jesucristo, su único hijo. Lo demás se irá arreglando solo. Cuando crezcas un poco más y aprendas a reconocer los caminos, toma hacia el Sur, llega hasta México, pregunta allí por tu abuelo, se llama Esteban… Sí; Esteban Calderón, de Oaxaca; en México le conocen; te presentas, le dará gusto verte; le cuentas cómo escapaste cuando nos mataron a nosotros… Ahora bien: si no puedes escapar o pasan los años y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo; únicamente no olvides que hay un solo Dios Padre y Jesucristo, su único hijo; eso mismo dirás entre los indios…» Las lágrimas cortaron el discurso y afirmó: «Con el favor de Dios, nada de eso ha de ocurrir…; ya van siendo pocos los insumisos…»

José Vasconcelos.