SIGLO XIX
«De pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a
brillar unos puntos de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de
vivísima coloración bermeja o dorada. Con mi madre y mis hermanas éramos cinco
para atestiguar el prodigio. Al principio creíamos que se trataba de manchas
producidas por el deslumbramiento de ver el sol. Nos restregábamos los ojos,
nos consultábamos y volvíamos a mirar. No cabía duda; los discos giraban, se
hacían esferas de luz; se levantaban de la llanura y subían, se acercaban casi
hasta el barandal en que nos apoyábamos. Como trompo que zumbara en el aire,
las esferas luminosas rasgaban el tenue vapor ambiente. Hubiérase dicho que la
niebla misma cristalizaba, se acrisolaba para engendrar forma, movimiento y
color. Asistíamos al nacimiento de seres de luz. Conmovidos comentábamos,
emitíamos gritos de asombro, gozábamos como quien asiste a una revelación. En
tantos años de lecturas diversas no he topado con un explicación del caso, ni
siquiera con un relato semejante, y todavía no sé si vimos algo que nace del
concierto de las fuerzas físicas o padecimos una alucinación colectiva de las
que estudian los psicólogos.»
José Vasconcelos.
Ulises criollo.
Ediciones Botas.