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miércoles, 24 de mayo de 2017

OBITER DICTUM





    “De regreso en la fanza, me puse a escribir mi diario como de costumbre. Dos chinos se sentaron a continuación a mi lado para observar mi mano, y se asombraron de la rapidez de mi escritura. Como ocurrió que tracé maquinalmente algunas palabras sin mirar el papel, dieron un grito de admiración. Al instante muchos otros chinos saltaron de sus camas y, al cabo de algunos minutos, estaba rodeado de casi todos los habitantes de la fanza, pidiéndome todos sin cesar que repitiera mi hazaña.”


                                                       Vladimir Arseniev

viernes, 1 de febrero de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LUCIERNAGAS


            “Estaba muy calmo, verdadera suerte para los insectos nocturnos. Pero lo que vi frente a mí era tan sorprendente que olvidé todos los mosquitos y me entregué encantado al espectáculo que se me ofrecía. El aire entero estaba invadido por un parpadeo de chispas azuladas: eran luciérnagas, y su luz intermitente duraba un solo instante. Observando estas chispas una por una, se podía seguir el vuelo de todas las luciérnagas. No llegaban de una vez, sino que aparecían aisladamente, una tras otra. Me aseguraron que colonos rusos, encontrándose por primera vez en presencia de estos fulgores intermitentes, habían disparado contra ellos huyendo después con espanto. Aquella noche, no se trataba de algunos bichos de luz aislados; se trataba de millones. Había por todas partes, en la hierba, entre las zarzas y por encima de los árboles. A estas chispas vivientes, venía a responder desde el cielo la reverberación de las estrellas. Era una verdadera danza luminosa.
            Pero, de repente, un rayo vino a aclarar toda la tierra. Era un meteorito enorme que dejaba una larga estela luminosa a través del cielo. Un instante que dejaba una larga estela luminosa través del cielo. Un instante después, el bólido se quebró en mil chispas y cayó más allá de la montañas. La luz se extinguió. Como por un toque de varita mágica, los insectos fosforescentes desaparecieron. Pero dos o tres minutos más tarde, una chispa se volvió a iluminar en una zarza; a continuación, una segunda y después otras, hasta que el aire se llenó de nuevo, al cabo de treinta segundos, de millares de luces remolinantes.

            Por muy bella que me pareciese aquella noche y por imponentes que fueran esos fenómenos de insectos luminosos y de un bólido en plena caída, no pude quedarme mucho tiempo sobre el prado. Los mosquitos me habían cubierto el cuello, las manos, el rostro y acababan de penetrar en mis cabellos. Así que volví a la casa para acostarme sobre el kang. La fatiga ganó, y me dormí.

Vladimir Arseniev. Dersu Uzala. Editorial Mondadori.

martes, 17 de julio de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




UN PULPO DE HULUAY


       “Sentado sobre las piedras miraba yo el mar cuando, de repente, escuché gritos a mi izquierda. Volviéndome de ese lado, pude contemplar una lucha que se desarrollaba en el agua. Los chinos se esforzaban en arrojar sobre la orilla, con sus pértigas, una especie de animal: pero de momento lo pisoteaban entre las olas. Al parecer, experimentaban un cierto miedo de la bestia pero no querían dejarla escapar. Corrí y vi un gran pulpo en pleno combate con los pescadores. Con sus potentes tentáculos se agarraba a las piedras, y a veces sacudía en el aire; después, se apartaba súbitamente como para meterse en alta mar. Pero otros tres chinos vinieron en auxilio de los pescadores. El enorme pulpo estaba tan cerca de la orilla que pude examinarlo a mi gusto. Su color cambiaba sin cesar, pasando de un azul más bien oscuro a un verde luminoso, para tomar en seguida un tono gris, o más bien amarillento. Cuanto más empujaban los chinos al gran molusco hacia la orilla más le faltaban las fuerzas al pulpo. Finalmente, lo tiraron a la orilla. Era como un saco inmenso, provisto de una cabeza de donde partían los largos tentáculos, con numerosas ventosas. Levantando dos o tres tentáculos a la vez, el pulpo dejaba entrever una especie de gran pico. Éste se extendía a veces con fuerza y se retraía a continuación completamente, mostrando nada más una pequeña hendidura. Pero lo más interesante eran los ojos; es difícil encontrar un animal cuyos ojos se parezcan tanto a los de un hombre.
       Poco a poco, los movimientos del pulpo se hicieron más lentos. Su cuerpo se sacudió en calambres y su coloración se oscureció. Acusando cada vez más un tono uniforme, una especie de grisáceo tirando a violeta. Este espécimen curioso hubiera merecido estar en un museo. Pero como yo no disponía de un recipiente apropiado ni de una cantidad suficiente de solución de formol, me conformé con seccionarle un tentáculo y meterlo en el mismo cacharro donde conservaba conchas y cangrejos ermitaños. Por la noche, examine el contenido de este recipiente y quedé asombrado al notar que faltaban dos conchas: simplemente, habían sido absorbidas por el fragmento de tentáculo del pulpo. O sea que las ventosas habían funcionado algún tiempo después que el tentáculo fuera cortado y colocado en cacharro que contenía la solución de formol.
       La visita a las pesquerías y la caza del pulpo me había ocupado casi toda la jornada. Por la noche, los chinos me ofrecieron la carne del pulpo. Cocida al agua de mar, en una marmita, aparecía blanca, elástica al tacto; su gusto recordaba un poco el de los hongos.


Vladimir Arseniev. Dersu Uzala. Editorial Mondadori.