UN PULPO DE HULUAY
“Sentado
sobre las piedras miraba yo el mar cuando, de repente, escuché gritos a mi
izquierda. Volviéndome de ese lado, pude contemplar una lucha que se
desarrollaba en el agua. Los chinos se esforzaban en arrojar sobre la orilla,
con sus pértigas, una especie de animal: pero de momento lo pisoteaban entre
las olas. Al parecer, experimentaban un cierto miedo de la bestia pero no
querían dejarla escapar. Corrí y vi un gran pulpo en pleno combate con los
pescadores. Con sus potentes tentáculos se agarraba a las piedras, y a veces
sacudía en el aire; después, se apartaba súbitamente como para meterse en alta
mar. Pero otros tres chinos vinieron en auxilio de los pescadores. El enorme
pulpo estaba tan cerca de la orilla que pude examinarlo a mi gusto. Su color
cambiaba sin cesar, pasando de un azul más bien oscuro a un verde luminoso,
para tomar en seguida un tono gris, o más bien amarillento. Cuanto más
empujaban los chinos al gran molusco hacia la orilla más le faltaban las
fuerzas al pulpo. Finalmente, lo tiraron a la orilla. Era como un saco inmenso,
provisto de una cabeza de donde partían los largos tentáculos, con numerosas
ventosas. Levantando dos o tres tentáculos a la vez, el pulpo dejaba entrever
una especie de gran pico. Éste se extendía a veces con fuerza y se retraía a
continuación completamente, mostrando nada más una pequeña hendidura. Pero lo
más interesante eran los ojos; es difícil encontrar un animal cuyos ojos se
parezcan tanto a los de un hombre.
Poco
a poco, los movimientos del pulpo se hicieron más lentos. Su cuerpo se sacudió
en calambres y su coloración se oscureció. Acusando cada vez más un tono
uniforme, una especie de grisáceo tirando a violeta. Este espécimen curioso
hubiera merecido estar en un museo. Pero como yo no disponía de un recipiente
apropiado ni de una cantidad suficiente de solución de formol, me conformé con
seccionarle un tentáculo y meterlo en el mismo cacharro donde conservaba
conchas y cangrejos ermitaños. Por la noche, examine el contenido de este
recipiente y quedé asombrado al notar que faltaban dos conchas: simplemente,
habían sido absorbidas por el fragmento de tentáculo del pulpo. O sea que las
ventosas habían funcionado algún tiempo después que el tentáculo fuera cortado
y colocado en cacharro que contenía la solución de formol.
La
visita a las pesquerías y la caza del pulpo me había ocupado casi toda la
jornada. Por la noche, los chinos me ofrecieron la carne del pulpo. Cocida al
agua de mar, en una marmita, aparecía blanca, elástica al tacto; su gusto
recordaba un poco el de los hongos.
Vladimir Arseniev. Dersu Uzala. Editorial Mondadori.