Mi lista de blogs

martes, 17 de julio de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




UN PULPO DE HULUAY


       “Sentado sobre las piedras miraba yo el mar cuando, de repente, escuché gritos a mi izquierda. Volviéndome de ese lado, pude contemplar una lucha que se desarrollaba en el agua. Los chinos se esforzaban en arrojar sobre la orilla, con sus pértigas, una especie de animal: pero de momento lo pisoteaban entre las olas. Al parecer, experimentaban un cierto miedo de la bestia pero no querían dejarla escapar. Corrí y vi un gran pulpo en pleno combate con los pescadores. Con sus potentes tentáculos se agarraba a las piedras, y a veces sacudía en el aire; después, se apartaba súbitamente como para meterse en alta mar. Pero otros tres chinos vinieron en auxilio de los pescadores. El enorme pulpo estaba tan cerca de la orilla que pude examinarlo a mi gusto. Su color cambiaba sin cesar, pasando de un azul más bien oscuro a un verde luminoso, para tomar en seguida un tono gris, o más bien amarillento. Cuanto más empujaban los chinos al gran molusco hacia la orilla más le faltaban las fuerzas al pulpo. Finalmente, lo tiraron a la orilla. Era como un saco inmenso, provisto de una cabeza de donde partían los largos tentáculos, con numerosas ventosas. Levantando dos o tres tentáculos a la vez, el pulpo dejaba entrever una especie de gran pico. Éste se extendía a veces con fuerza y se retraía a continuación completamente, mostrando nada más una pequeña hendidura. Pero lo más interesante eran los ojos; es difícil encontrar un animal cuyos ojos se parezcan tanto a los de un hombre.
       Poco a poco, los movimientos del pulpo se hicieron más lentos. Su cuerpo se sacudió en calambres y su coloración se oscureció. Acusando cada vez más un tono uniforme, una especie de grisáceo tirando a violeta. Este espécimen curioso hubiera merecido estar en un museo. Pero como yo no disponía de un recipiente apropiado ni de una cantidad suficiente de solución de formol, me conformé con seccionarle un tentáculo y meterlo en el mismo cacharro donde conservaba conchas y cangrejos ermitaños. Por la noche, examine el contenido de este recipiente y quedé asombrado al notar que faltaban dos conchas: simplemente, habían sido absorbidas por el fragmento de tentáculo del pulpo. O sea que las ventosas habían funcionado algún tiempo después que el tentáculo fuera cortado y colocado en cacharro que contenía la solución de formol.
       La visita a las pesquerías y la caza del pulpo me había ocupado casi toda la jornada. Por la noche, los chinos me ofrecieron la carne del pulpo. Cocida al agua de mar, en una marmita, aparecía blanca, elástica al tacto; su gusto recordaba un poco el de los hongos.


Vladimir Arseniev. Dersu Uzala. Editorial Mondadori.