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jueves, 20 de agosto de 2020

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA


Para Jesús, Angel y Suso.


                            EL AMOR DEL SOLDADO



En plena guerra te llevó la vida

a ser el amor del soldado.



Con tu pobre vestido de seda,

tus uñas de piedra falsa,

te tocó caminar por el fuego.



Ven acá, vagabunda,

ven a beber sobre mi pecho

rojo rocío.



No querías saber dónde andabas,

eras la compañera de baile,

no tenías partido ni patria.



Y ahora a mi lado caminando

ves que conmigo va la vida

y que detrás está la muerte.



Ya no puedes volver a bailar

con tu traje de seda en la sala.



Te vas a romper los zapatos,

pero vas a crecer en la marcha.



Tienes que andar sobre las espinas

dejando gotitas de sangre.



Bésame de nuevo, querida.



Limpia ese fusil, camarada.



                  Pablo Neruda.





When the gods wish to punish us,

they listen to our prayers.



                   Oscar Wilde.

viernes, 14 de octubre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






WILDE


“Yo hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fue para mí un deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza, Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y dalmio, siamés y cowboy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las cercanías  de la torre  Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.
Había un bar en los grandes bulevares que se llamaba Calisaya. Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse me presentaron allí a un caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultratumba. Era el gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado una distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil. Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. Él había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con un nombre balzaciano, Sebastián Melmoth. En la Inglaterra le habían embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con todo respeto, le ofreció el dinero necesario un barman de nombre John, que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo a la Bodega, que está en la calle de Rivoli, esquina a la de Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde y yo no pude ir a su entierro porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su gloria...”


Rubén Darío. La vida de Rubén Darío…