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miércoles, 17 de abril de 2019

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN CONCORD


Después de escardar o quizá de leer y escribir por la mañana, solía bañarme de nuevo en la laguna, nadando durante cierto tiempo a través de una de sus caletas, y lavaba de mi cuerpo el polvo del trabajo o suavizaba la reciente arruga que me había provocado el estudio y, por la tarde, gozaba de absoluta libertad. Todos los días, o cada dos, caminaba hasta la aldea para oír algo de la charla que allí existe incesantemente, circulando ya de boca en boca, ya de diario en diario, y que, tomada en dosis homeopáticas, era realmente tan refrescante en su curso como el susurro de las hojas o el croar de las ranas. Como yo paseaba por los bosques para ver las aves y ardillas, así también paseaba por la aldea para ver los hombres y muchachos; en lugar del viento entre los pinos, oía el crujido de los carros. A cierto lado de mi casa había una colonia de ratas almizcleras en los prados del río; bajo el soto de olmos y plátanos, en dirección opuesta, encontrábase una aldea de hombres ocupados, tan curiosos para mí como si hubieran sido perros salvajes, sentado cada cual en la boca de su madriguera, o corriendo hacia un vecino para charlar. Frecuentemente, fui allá a observar sus costumbres. La aldea me parecía un gran salón de noticias; y para alimentarla, como anteriormente en la casa Redding y Compañía de la State Street, aquéllos guardaban sobre un lado nueces y uvas, o sal y harina y otras vituallas. Algunos tienen tan pronunciado apetito por el primer artículo, es decir, las noticias, y órganos digestivos tan robustos que sin vacilar, siempre pueden sentarse en avenidas públicas, y estarse barbotando y cuchicheando a través de ellas como los vientos Etesios, o como si inhalaran éter, produciendo ellos solamente hormigueo e insensibilidad al dolor, de otra manera el escuchar  sería doloroso, sin afectar la conciencia. Cuando deambulaba a través de la aldea rara vez dejé de ver una fila de tales dignas personas ya fuese sentadas tomando el sol sobre una escalera, los cuerpos inclinados hacia adelante y los ojos siguiendo la recta del camino, y ello, de vez en cuando, con voluptuosa expresión, ya con las manos al bolsillo, apoyándose contra un granero, semejantes a cariátides, como para apuntalarlo. Ellas, que se encontraban frecuentemente en la calle, oían todo lo que el viento les llevaba. Esos son los molinos más groseros, en los que toda charla se digiere o fracciona primero rudamente, antes de que se vacíe en tolvas más finas y delicadas dentro de las casas. Observé que los lugares vitales de la aldea eran el almacén, el bar, el correo y el banco; y, como una parte necesaria del mecanismo, guardaban una campana, un cañón, y una bomba de incendios en lugares adecuados; y las casas estaban arregladas de manera que formaban la mayor parte del género humano en callejuelas, enfrentándose unas a otras, de manera que todo viajero tenía que correr las baquetas y que todo hombre, mujer y niño podía darle un vergajazo.



Henry D. Thoreau. 
Walden, la vida en los bosques. 
Espasa-Calpe.

miércoles, 15 de abril de 2015

OBITER DICTUM






“Puedo caminar fácilmente quince, veinte, treinta kilómetros, o los que sean, a partir de mi puerta, sin pasar delante de ninguna casa ni cruzar camino alguno salvo los marcados por los zorros y visones; primero junto al río, después al lado del arroyo y por último por la pradera y los confines del bosque. Hay, por los alrededores, hectáreas sin habitantes. Desde muchas colinas logro ver de lejos la civilización y las moradas humanas. Los campesinos y sus labores no son mucho más visibles que las marmotas y sus madrigueras. Me alegra ver que el ser humano y sus asuntos, la Iglesia, el Estado y la escuela, el tráfico y el comercio, la industria y la agricultura, y hasta la política —lo más alarmante de todo— ocupan tan poco espacio en el paisaje. La política es sólo un terreno estrecho, y más estrecho aún ese camino distante que lleva a ella. A veces se lo señalo al viajero. Si queréis ir al mundo de la política, seguid ese camino, seguid al comerciante mientras os echa polvo en los ojos y os llevará directamente; pues ella también tiene sencillamente un sitio, y no ocupa todo el espacio. Paso por allí como quien pasa por un campo de judías para entrar en el bosque, y me olvido de ella. Al cabo de media hora llego a una parte de la superficie terrestre en la que ningún hombre está de un año a otro, y, por consiguiente, la política no existe, ya que no es más que el humo del cigarro de un hombre.”


Henry David Thoreau.