“Puedo caminar fácilmente quince, veinte, treinta kilómetros, o los
que sean, a partir de mi puerta, sin pasar delante de ninguna casa ni cruzar
camino alguno salvo los marcados por los zorros y visones; primero junto al
río, después al lado del arroyo y por último por la pradera y los confines del
bosque. Hay, por los alrededores, hectáreas sin habitantes. Desde muchas
colinas logro ver de lejos la civilización y las moradas humanas. Los
campesinos y sus labores no son mucho más visibles que las marmotas y sus
madrigueras. Me alegra ver que el ser humano y sus asuntos, la Iglesia, el
Estado y la escuela, el tráfico y el comercio, la industria y la agricultura, y
hasta la política —lo más alarmante de todo— ocupan tan poco espacio en el
paisaje. La política es sólo un terreno estrecho, y más estrecho aún ese camino
distante que lleva a ella. A veces se lo señalo al viajero. Si queréis ir al
mundo de la política, seguid ese camino, seguid al comerciante mientras os echa
polvo en los ojos y os llevará directamente; pues ella también tiene
sencillamente un sitio, y no ocupa todo el espacio. Paso por allí como quien
pasa por un campo de judías para entrar en el bosque, y me olvido de ella. Al
cabo de media hora llego a una parte de la superficie terrestre en la que
ningún hombre está de un año a otro, y, por consiguiente, la política no
existe, ya que no es más que el humo del cigarro de un hombre.”