DE PROFUNDIS
Si vais por la carretera del arrabal, apartaos, no os
inficione mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción
quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer
de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la
cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro
del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo
de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también
la podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido en el año de la mala
cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer,
que nadie compra,
y donde casi ni escarban las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las
últimas briznas de
mi
ser,
para que un día sea mantillo de tus
huertos!
Dámaso Alonso.