Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta Cervantes de Salazar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cervantes de Salazar. Mostrar todas las entradas

martes, 9 de abril de 2019

ALLÁ EN LAS INDIAS




SOBRE EL MATRIMONIO



«Cosa cierta es y averiguada que la firmeza del matrimonio consiste en el libre consentimiento de la mujer y el varón, y éste en todas las nasciones ha sido y es, porque es cierto que también entre los infieles hay verdadero matrimonio; y porque el consentimiento de las voluntades, en el cual tiene su fuerza, por diversos modos y maneras le declararon las nasciones, según sus rictos y costumbres, no poco hará al propósito de nuestra historia, aunque me alargue algo, tractar los rictos y ceremonias con que los moradores desta tierra hacían sus casamientos, para lo cual es de saber que entre los mexicanos, el que era principal y quería casar su hijo o hija, lo comunicaba primero con sus parientes y amigos, y tomado el parescer dellos, los casamenteros preguntaban qué docte tendría la novia y qué hacienda el novio, lo cual sabido, se tractaba con cuántas gallinas y cántaros de miel se habían de celebrar las bodas. Concertado, y venidos los novios, se asentaban en una estera, asidos de las manos, añudando la manta del novio con la ropa de la novia, en la cual ceremonia principalmente consistía el matrimonio. Hecho esto, el padre del novio, y si no el pariente más cercano, daba de comer con sus propias manos a la novia, sin que ella tocase con las suyas la comida, la cual había de ser guisada en casa del mismo padre del novio; luego, por consiguiente, la madre de la novia o la parienta más cercana, daba de comer al novio. Acabada desta suerte la comida y de estar todos bien borrachos, que era lo que más solemnizaba la fiesta, los convidados se iban a sus casas, y los novios, en los cuatro días siguientes, no entendían en otra cosa que en bañarse una vez por la mañana y otra a media noche, y el quinto día se juntaban, y si la novia no estaba doncella, quexábase el novio a sus padres como a personas que debieran guardarla, los cuales tornaban a llamar los convidados al sexto día, y de los cestillos en que ponen el pan, horadaban uno por el suelo y poníanle entre los otros para servir el pan en la comida, la cual acabada, el que se hallaba con el cestillo en la mano y el pan en las faldas, entendía luego el negocio, y, haciendo que se espantaba lo echaba de sí juntamente con el pan. Luego, todos a una, levantándose, reprehendían a la novia por la mala cuenta que de sí había dado, y así, enojados, se despedían. Por esto muchas veces los novios repudiaban y desechaban sus mujeres. Al contrario, si en la tornaboda todos los cestillos estaban sanos, los convidados acabada la comida, se levantaban, daban la norabuena a los novios y especialmente el más anciano hacía una larga plática a la novia alabándola de buena y de la buena cuenta que había dado de sí, y entre otras cosas le decía que en buen signo y estrella había nascido, y que el sol la había guardado, y que con muy gran razón la había de querer su marido; que los dioses la guardasen y hiciesen bien casada. Acabado este razonamiento, que duraba gran rato, muy contentos se volvían los convidados a su casa.»


Francisco Cervantes de Salazar. 
La Crónica de la Nueva España.

lunes, 1 de enero de 2018

ALLÁ EN LAS INDIAS



ORO


«El más noble y precioso metal, como todos saben es el oro, el cual, aunque de todas las nasciones ha sido siempre tenido en mucho por la nescesidad que hay dél para las contrataciones y otros negocios importantísimos, esta gente no lo tenía tanto, aunque todavía le tenían en más que a los otros metales, y del hacían joyas presciosas, porque las plumas ricas y las de virtud eran las más estimadas y más principales joyas que los indios tenían. Las minas del oro se hallan por la mayor parte en tierra caliente, en los ríos y arroyos. Su nascimiento es cerca dellos, porque a la orilla toman el seguimiento hasta dar en el oro. Cógese en polvo, entre la arena, y, lavándolo en unas bateas que son ciertos vasos acomodados para ello, despidiendo el arena con el agua, queda el oro, el cual también se halla en las sierras y en tierra llana. Hanse descubierto granos muy finos y de muy gran peso. También se saca plata, y en ella, incorporado el oro. Apártase el un metal del oro con agua fuerte. Síguense muy poco las minas del oro, porque es menester hacer mucho gasto, y son pocos los que puedan sufrillo.
Las minas de la plata son más generales y hállanse en muchas partes. Florescieron en un tiempo las de Tasco, y ahora las de los Zacatecas. También éstas son costosas, por la falta que hay de esclavos e indios, y por lo mucho que cuestan los negros y la poca maña que para ello se dan. Las minas de plata, cuando andan buenas, sustentan y engruesan la tierra, y cuando van de caída, paresce que todo está muerto. Nescesidad tienen los mineros de que su Majestad les dé favor, pues aliende el aprovechamiento destos reinos, con ninguna cosa se adelantan tanto sus rentas reales como con el buen aviamiento de las minas.»


Francisco Cervantes de Salazar. 
La Crónica de la Nueva España.

lunes, 18 de agosto de 2014

ALLÁ EN LAS INDIAS




“De algunas aves de maravillosa propriedad y naturaleza que hay en la Nueva España.


Muchas aves hay en la Nueva España muy semejantes a las de Castilla; pero hay otras en todo tan diferentes, que paresció ser justo, de la multitud dellas, escoger algunas, para que, entendiendo el lector su maravillosa diversidad, conozca el poder del Criador maravilloso en todas sus obras. El ave que en la lengua mexicana se llama tlauquechul es, por su pluma y por hallarse con gran dificultad, tan presciada entre los indios, que por una (en tiempo de infidelidad) daban cuarenta esclavos, y por gran maravilla se tuvo que el gran señor Montezuma tuviese tres en la casa de las aves, y fue costumbre, por la grande estima en que se tuvo esta ave, que a ningún indio llamasen de su nombre, si no fuese tan valeroso que hubiese vencido muchas batallas. Tiene la pluma encarnada y morada; el pico, según la proporción de su cuerpo, muy grande, y en la punta una como trompa; críase en los montes. El ave que se dice aguicil es muy más pequeña que gorrión, preciosísima también por la pluma, con la cual los indios labrán lo más perfecto de las imágenes que hacen; es de diversas colores, y dándole el sol, paresce tornasol; es tan delicada que no come sino rocío de flores, y cuando vuela, hace zumbido como abejón; hay alguna cantidad de ellas. El quezaltotol es ave toda verde; críase en tierras extrañas; la cola es lo principal Della, porque tiene plumas muy ricas, de las cuales los indios señores usaban como de joyas muy ricas para hacer sus armas y devisas y salir a sus bailes y recibimientos de Príncipes; tiene esta ave tal propiedad que, de cierto a cierto tiempo, cuando está cargada de plumas, se viene a do hay gente para que le quite la superflua. El pico es tan fuerte, que pasa una encina con el pico; tiene cresta como gallo, y silba como sierpe.
         Hay otro pájaro que, naturalmente, cuando canta hable en indio una razón y no más, que dice tachitouan, que en nuestra lengua suena: «padre, vámonos»; tiene la pluma parda; anda siempre solo, y dice esta razón dolorosamente. Otro que se llama cenzontlatlol, que en nuestra lengua quiere decir «cuatrocientas palabras» llámanle así los indios porque remeda en el canto a todo género de aves y animales cuando los oye, y aun imita al hombre cuando lo oye reír, llorar o dar voces; nunca pronuncia más de una voz, de manera que nunca dice razón entera. El cuzcacahtl es pájaro blanco y prieto y no de otro color; tiene la cabeza colorada; náscele en la frente cierta carne que le afea mucho; aprovecha para conservar la pluma y que no se corrompa; muestra en sí cierta presunción y lozanía, como el pavón cuando hace la rueda; es de mucha estima entre los indios.
         De los papagayos hay cinco maneras: unos colorados y amarillos, y destos hay pocos; otros amarillos del todo; otros verdes o colorados, sin tener pluma de otro color, otros verdes y morados; otros muy chiquitos, poco menores que codornices; éstos son tantos que es menester guardar las simenteras dellos. El chachalaca, que, por ser tan vocinglero, los indios le llaman así; tiene tal propriedad que, pasando alguna persona por do está, da muy grandes gritos. Hay un pájaro del tamaño de un gorrión, pardo y azul, que dice en su canto tres veces arreo, más claro que un papagayo bien enseñado, «Jesucristo nasció»; jamás se posa cuando anda en poblado sino sobre los tempos, y si hay cruz, encima Della; cosa es cierto memorable y que paresce fabulosa, si muchos no lo hobiesen oído, de los cuales, sin discrepancia, tuve esta relación. Hay otra ave cuyo nombre no sé, que las más veces, aunque es rara, se cría en los huertos, o donde hay arboledas, de tan maraviflosa propiedad, que los seis meses del año está muerta en el nido, y los otros seis revive y cría; es muy pequeña, y en cantar, muy suave. Han tenido desto que digo algunos religiosos cierta experiencia, que la han visto en sus huertos.
         Hay otra ave que, por ser de mucha estima, la presentaron al Virrey D. Luis de Velasco, no menos extraña que las dichas, mayor que un ánsar; cómese medio carnero; tiene las plumas de muchas y diversas colores, y las de la garganta, porque van las unas contra las otras, hacen excelente labor; ladra como perro, y las plumas son provechosas para el afeite de las mujeres; llámanla los indios ave blanca, y cuentan della otras propiedades no menos maravillosas que las que hemos dicho de otras. Hay otra ave que tiene la cabeza tan grande como una ternera, muy fiera y espantosa, y el cuerpo conforme a ella; las uñas muy grandes y fuertes; despedaza cualquier animal por fuerte que sea; nunca se vee harta, y suele, de vuelo, llevar un hombre en las uñas.
         Aves de agua hay muchas, como patos y otros que llaman patos reales; garzas, muchas y muy hermosas. En la tierra hay ánsares muy grandes, y grúas. De volatería, muy buenos halcanos, que por tales los llevan a España; hay azores no menos buenos.”


Francisco Cervantes de Salazar. La Crónica de la Nueva España