SOBRE EL MATRIMONIO
«Cosa cierta es y averiguada que la firmeza del
matrimonio consiste en el libre consentimiento de la mujer y el varón, y éste
en todas las nasciones ha sido y es, porque es cierto que también entre los
infieles hay verdadero matrimonio; y porque el consentimiento de las
voluntades, en el cual tiene su fuerza, por diversos modos y maneras le
declararon las nasciones, según sus rictos y costumbres, no poco hará al
propósito de nuestra historia, aunque me alargue algo, tractar los rictos y ceremonias
con que los moradores desta tierra hacían sus casamientos, para lo cual es de
saber que entre los mexicanos, el que era principal y quería casar su hijo o
hija, lo comunicaba primero con sus parientes y amigos, y tomado el parescer
dellos, los casamenteros preguntaban qué docte tendría la novia y qué hacienda
el novio, lo cual sabido, se tractaba con cuántas gallinas y cántaros de miel
se habían de celebrar las bodas. Concertado, y venidos los novios, se asentaban
en una estera, asidos de las manos, añudando la manta del novio con la ropa de
la novia, en la cual ceremonia principalmente consistía el matrimonio. Hecho
esto, el padre del novio, y si no el pariente más cercano, daba de comer con
sus propias manos a la novia, sin que ella tocase con las suyas la comida, la
cual había de ser guisada en casa del mismo padre del novio; luego, por
consiguiente, la madre de la novia o la parienta más cercana, daba de comer al
novio. Acabada desta suerte la comida y de estar todos bien borrachos, que era
lo que más solemnizaba la fiesta, los convidados se iban a sus casas, y los
novios, en los cuatro días siguientes, no entendían en otra cosa que en bañarse
una vez por la mañana y otra a media noche, y el quinto día se juntaban, y si
la novia no estaba doncella, quexábase el novio a sus padres como a personas
que debieran guardarla, los cuales tornaban a llamar los convidados al sexto
día, y de los cestillos en que ponen el pan, horadaban uno por el suelo y
poníanle entre los otros para servir el pan en la comida, la cual acabada, el
que se hallaba con el cestillo en la mano y el pan en las faldas, entendía
luego el negocio, y, haciendo que se espantaba lo echaba de sí juntamente con
el pan. Luego, todos a una, levantándose, reprehendían a la novia por la mala
cuenta que de sí había dado, y así, enojados, se despedían. Por esto muchas
veces los novios repudiaban y desechaban sus mujeres. Al contrario, si en la
tornaboda todos los cestillos estaban sanos, los convidados acabada la comida,
se levantaban, daban la norabuena a los novios y especialmente el más anciano
hacía una larga plática a la novia alabándola de buena y de la buena cuenta que
había dado de sí, y entre otras cosas le decía que en buen signo y estrella
había nascido, y que el sol la había guardado, y que con muy gran razón la
había de querer su marido; que los dioses la guardasen y hiciesen bien casada.
Acabado este razonamiento, que duraba gran rato, muy contentos se volvían los
convidados a su casa.»
Francisco Cervantes de Salazar.
La Crónica de la Nueva España.
La Crónica de la Nueva España.