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lunes, 10 de agosto de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




SERMONES


“Hoy, domingo, estuve en la iglesia donde se me bautizó. El párroco ofreció un largo sermón lleno de palabras bíblicas. En el centro de las consideraciones, plenas de unción, estaban las palabras del apóstol Pablo: “Yo no sé lo que hago, porque no hago lo que quiero, sino lo que detesto. Así lo veo yo, que quiero hacer el bien, pero la ley me impone que lo único que me quede a disposición sea lo malo. Que se compadezca el señor de quien él quiera y permita ser empedernido a quien él quiera. Oh, yo hombre desdichado, ¿quién me librara de este cuerpo mortal”.
         Después del servicio divino que durante un largo rato me cayó como una pesadilla horrorosa, me fui solo a la ciudad. Y me eché a mí mismo un sermón.
         Comencé con las palabras de Schiller: “Sé como tu quieras, inefable en el más allá –sólo mi yo mismo me permanece fiel--. Sé como tú quieras, cuando yo me lleve solo a mí mismo al otro lado. Las cosas exteriores son sólo una apariencia del hombre. Yo soy mi cielo y mi infierno. La prerrogativa más noble de la naturaleza humana es determinar por sí mismo para hacer lo mejor por el amor de lo mejor. Los hombres nobles pagan con aquello que ellos son”.
         Continué mi sermón con palabras del maestro Eckhart: “El hombre justo no sirve a Dios ni a las criaturas. Permanece tan firme en la justicia que, por el contrario, no toma en consideración las penas del infierno ni las alegrías del cielo. El hombre justo toma tan en serio la justicia que si Dios no fuese justo no daría ni un comino por él. El hombre no debe temer a Dios. Dios es un Dios del presente. No hay que buscarlo o pensarlo fuera de sí, sino tomarlo como mi propio yo y que está en mí.
         La verdad es, por lo tanto, noble, y ¡si Dios quiere hacer caso omiso de la verdad, yo querría aferrarme a la verdad y dejar a Dios!”
         También las palabras dichas por sabios de nuestro tiempo permito que ejerzan su impulso sobre mí: Esta es la sabiduría de los valientes: Quien quiera huir de la culpa, huye de la vida. Pero aquél que expía sus culpas por toda la vida y encuentra en ella la eternidad, aquél será nuevo en ella. No es la salvación del mundo la que nos hace falta, no: ¡sino que salvemos al mundo! Así y sólo así vence la vida más allá de la muerte. Sólo con un fortalecimiento de la bondad, de lo noble en nosotros, por nuestras propias acciones, por un buen ejemplo a seguir en forma irresistible, puede llegar a ser nuestro propio yo la ayuda: liberarse a sí mismo y decidirse. Toda salvación, toda justificación, son anticipadas gracias a que nosotros seremos solamente por la voluntad. El castigo es la consecuencia: sólo hay un verdadero castigo del pecado, y este castigo será ejecutado por el propio culpable sobre sí mismo de forma inevitable y al unísono con sus decisiones: el ser peor. También la penitencia es consecuencia: solamente hay una expiación, y ella también es recompensa, involuntaria, pero insalvablemente ejecutada por el culpable en sí mismo: el llegar a ser más noble. De sus acciones y trabajos finalmente  sale  –hacia arriba o hacia abajo--, --para mejor o para peor--, como resultado, el propio ser humano. Sólo tenemos una realidad: actuar. Tenemos sólo un hecho: la acción”.”


Otto Rahn. La corte de Lucifer. Ediciones Internacionales Rigal.

lunes, 21 de febrero de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





MARBURG


            “Hace setecientos años vivió y actuó aquí el Magíster y maestro inquisidor Konrad: Gran Inquisidor de Alemania.
         En el año 1231 el Papa Gregorio IX escribió una carta al Magíster Konrad en la que le expresaba su agradecimiento y a él su “hijo amado” le otorgaba los siguientes poderes: Konrad debía alistar ayudantes idóneos, de donde quisiera; podía imponer el interdicto a su arbitrio, como también el destierro. El maestro inquisidor y sus cómplices (uno de ellos, de nombre Hans, se alababa de poder ver a través de las paredes de una casa al hereje que allí estuviera) organizaron un regimiento terrorífico sin precedentes en Alemania. Prestaron oídos a toda denuncia y pidieron cuentas a todo aquél que algo dijera de cualquier herejía. Aquél que negaba era quemado “el mismo día de haber sido sentenciado sin que fuera posible ningún tipo de defensa o apelación”. Para todo acusado inocente había una sola posibilidad: declarase hereje arrepentido. Así salvaba la vida, se le cortaba el pelo hasta las orejas, tenía que coser una cruz sobre su vestimenta y todos los domingos, semidesnudo, ir a la iglesia entre la epístola y el evangelio para se azotado.
         Cuando alrededor del año 1212 fueron detenidos los herejes de Estrasburgo, “se hizo abrir una fosa profunda y amplia para la cremación que en el día de hoy se llama la fosa de los herejes: a su interior se condujo a los herejes entre grandes lamentaciones; sus hijos y sus amigos les rogaban que se convirtieran al cristianismo, pero ellos permanecían impertérritos y cantaban y oraban invocando a Dios, decían que no podían abandonar a su Dios; por propia voluntad caminaron al fuego, fueron rodeados con leños y calcinados entre grandes lamentaciones. Deben haber siso más de cien, entre ellos, muchas nobles personas”. Konrad von Marburg, como muchos suponen, estuvo involucrado en esas ejecuciones masivas. Por doquiera, en Alemania fueron “interrogados incontables herejes por Magíster Konrad como autoridad apostólica y luego sentenciados por veredicto profano y quemados”. Una vez detuvo, en su ciudad materna de Marburg, algunos caballeros, sacerdotes y otra gente selecta; unos se convirtieron, otros fueron quemados detrás del castillo de Marburg y por esto aún se llama el Arroyo de los Herejes”.
El Arroyo de los Herejes se ha transformado actualmente en una calle igual a cualquier otra. Sólo su nombre advierte sobre las atrocidades allí cometidas por un representante especial de Roma: Tampoco la iglesia de Santa Isabel, construida en estilo gótico temprano, como catedral sepulcro de Santa Isabel y cerrando con su pesadez el Arroyo de los herejes, habría recordado aquellos sucesos si Konrad no hubiese sido el director espiritual de Isabel. –Sin Konrad von Marburg hubiese habido una condesa, Isabel von Thuringen, pero ninguna Santa Isabel.”


Otto Rahn. La corte de Lucifer. Ediciones Internacionales Rigal