SERMONES
“Hoy, domingo, estuve en la iglesia donde
se me bautizó. El párroco ofreció un largo sermón lleno de palabras bíblicas.
En el centro de las consideraciones, plenas de unción, estaban las palabras del
apóstol Pablo: “Yo no sé lo que hago, porque no hago lo que quiero, sino lo que
detesto. Así lo veo yo, que quiero hacer el bien, pero la ley me impone que lo
único que me quede a disposición sea lo malo. Que se compadezca el señor de
quien él quiera y permita ser empedernido a quien él quiera. Oh, yo hombre
desdichado, ¿quién me librara de este cuerpo mortal”.
Después
del servicio divino que durante un largo rato me cayó como una pesadilla
horrorosa, me fui solo a la ciudad. Y me eché a mí mismo un sermón.
Comencé
con las palabras de Schiller: “Sé como tu quieras, inefable en el más allá
–sólo mi yo mismo me permanece fiel--. Sé como tú quieras, cuando yo me lleve
solo a mí mismo al otro lado. Las cosas exteriores son sólo una apariencia del
hombre. Yo soy mi cielo y mi infierno. La prerrogativa más noble de la
naturaleza humana es determinar por sí mismo para hacer lo mejor por el amor de
lo mejor. Los hombres nobles pagan con aquello que ellos son”.
Continué
mi sermón con palabras del maestro Eckhart: “El hombre justo no sirve a Dios ni
a las criaturas. Permanece tan firme en la justicia que, por el contrario, no
toma en consideración las penas del infierno ni las alegrías del cielo. El
hombre justo toma tan en serio la justicia que si Dios no fuese justo no daría
ni un comino por él. El hombre no debe temer a Dios. Dios es un Dios del
presente. No hay que buscarlo o pensarlo fuera de sí, sino tomarlo como mi
propio yo y que está en mí.
La
verdad es, por lo tanto, noble, y ¡si Dios quiere hacer caso omiso de la
verdad, yo querría aferrarme a la verdad y dejar a Dios!”
También
las palabras dichas por sabios de nuestro tiempo permito que ejerzan su impulso
sobre mí: Esta es la sabiduría de los valientes: Quien quiera huir de la culpa,
huye de la vida. Pero aquél que expía sus culpas por toda la vida y encuentra
en ella la eternidad, aquél será nuevo en ella. No es la salvación del mundo la
que nos hace falta, no: ¡sino que salvemos al mundo! Así y sólo así vence la
vida más allá de la muerte. Sólo con un fortalecimiento de la bondad, de lo
noble en nosotros, por nuestras propias acciones, por un buen ejemplo a seguir
en forma irresistible, puede llegar a ser nuestro propio yo la ayuda: liberarse
a sí mismo y decidirse. Toda salvación, toda justificación, son anticipadas gracias
a que nosotros seremos solamente por la voluntad. El castigo es la
consecuencia: sólo hay un verdadero castigo del pecado, y este castigo será
ejecutado por el propio culpable sobre sí mismo de forma inevitable y al
unísono con sus decisiones: el ser peor. También la penitencia es consecuencia:
solamente hay una expiación, y ella también es recompensa, involuntaria, pero
insalvablemente ejecutada por el culpable en sí mismo: el llegar a ser más
noble. De sus acciones y trabajos finalmente sale –hacia
arriba o hacia abajo--, --para mejor o para peor--, como resultado, el propio
ser humano. Sólo tenemos una realidad: actuar. Tenemos sólo un hecho: la
acción”.”
Otto Rahn. La corte
de Lucifer. Ediciones Internacionales Rigal.