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jueves, 1 de agosto de 2019

OBITER DICTUM






«—En nuestros países siempre había un poeta —me dijo Fidel— que no había tenido nada que ver con la Revolución y que más tarde se subía al carro desde afuera, y componía el himno nacional.

El comentario revelaba una concepción bastante singular del rol de los poetas. Puede que Fidel pensara en alguno de sus poetas oficiales, que habían volado desde las universidades de Estados Unidos y desde otros exilios igualmente cómodos a ocupar los cargos directivos de los organismos de la cultura. Después, ante la menor sugerencia soplada desde arriba, redactaban cartas de un revolucionarismo furibundo en contra de colegas que el Poder había resuelto condenar al purgatorio o al infierno. Me pareció que el menosprecio de Fidel se extendía por igual a poetas oficiales y poetas marginales, aun cuando su régimen entregaba algunas migajas en premio a la incondicionalidad de los primeros, en tanto que arrinconaba a los otros en sus covachas despapeladas y sórdidas, condenándolos al desarreglo nervioso, a la maledicencia estéril.»


Jorge Edwards

domingo, 16 de julio de 2017

OBITER DICTUM






Fidel no quiso mencionar expresamente a Stalin, pero sugirió con toda claridad, quizás para amedrentarme, y para amedrentar, por mediación mía, a mis amigos cubanos, que la política cultural de la Revolución ingresaba en un período estalinista. Conocía las críticas que esto suscitaría en Europa, precisamente entre los intelectuales que antes habían apoyado con entusiasmo a Cuba, y declaraba de antemano que ellas no alterarían su línea en un ápice. Sabía, por lo demás, que esas críticas ya habían comenzado; ahora optaba por tomar la iniciativa y precipitar él la ruptura. El gran pretexto, como siempre, era la necesidad de sentar las bases de una cultura proletaria.


Jorge Edwards

miércoles, 1 de junio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






ENTRE TRACTORES Y SOCIALISMO


Las hileras de tractores nuevos, rojos o verdes, seguían alineadas en terraplenes a la orilla del camino. Algunos continuaban adentro de sus embalajes de madera. Filas de máquinas agrícolas amarillas. Al otro lado de la ruta se divisaban las construcciones y los campos de esparcimiento y deporte de un manicomio modelo.
—¿Por qué no usan esas máquinas?
—¡Ah! —mi interlocutor levantaba las manos y me respondía en voz baja, lanzando miradas laterales a las invisibles orejas electrónicas—. Si continuaras aquí un año, observarías su enmohecimiento, su deterioro progresivo…
—En un país capitalista subdesarrollado —en Chile, por ejemplo—, la agricultura está bastante poco mecanizada. Pero si un agricultor compra un tractor, como tiene que invertir en eso sus ahorros, o endeudarse con el Banco del Estado, lo cuida y le saca el jugo.
—¡Ya te darás cuenta! —exclamaba mi interlocutor—. Lo que más caracteriza la economía socialista es el despilfarro. El empleado o el obrero, que no tienen derecho más que a un par de zapatos por año, miran esos tractores y piensan que sus zapatos están ahí, pudriéndose. ¿Comprendes?
—La economía de un determinado socialismo, dirás…
—¡Por supuesto! El socialismo no puede ser así. Lo que sucede es que aquí estamos rodeados de incapaces, ¡de comemierdas! ¡Comemierdas!


Jorge Edwards. 
Persona non grata. 
Alfaguara.