«—En nuestros países
siempre había un poeta —me dijo Fidel— que no había tenido nada que ver con la
Revolución y que más tarde se subía al carro desde afuera, y componía el himno
nacional.
El comentario
revelaba una concepción bastante singular del rol de los poetas. Puede que
Fidel pensara en alguno de sus poetas oficiales, que habían volado desde las
universidades de Estados Unidos y desde otros exilios igualmente cómodos a
ocupar los cargos directivos de los organismos de la cultura. Después, ante la
menor sugerencia soplada desde arriba, redactaban cartas de un revolucionarismo
furibundo en contra de colegas que el Poder había resuelto condenar al
purgatorio o al infierno. Me pareció que el menosprecio de Fidel se extendía
por igual a poetas oficiales y poetas marginales, aun cuando su régimen
entregaba algunas migajas en premio a la incondicionalidad de los primeros, en
tanto que arrinconaba a los otros en sus covachas despapeladas y sórdidas,
condenándolos al desarreglo nervioso, a la maledicencia estéril.»
Jorge Edwards