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sábado, 29 de diciembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


CARRUSEL DE LA MUERTE


“Las sepulturas reales se encuentran en la región de Gerro, lugar hasta donde es navegable el Borístenes. Así que muere un soberano, cavan allí una gran fosa cuadrada. Lista ésta, depositan el cadáver sobre un carro y lo conducen a tierras de otras tribus  Antes, ha sido embalsamado de la siguiente manera: abierto y vaciado el vientre, lo rellenan con una mezcla de azafrán, incienso, semillas de apio y de anís, todo bien machacado, antes de coserlo. Por último, se cubre todo el cuerpo de una capa de cera.

Cuando el muerto es transportado de una provincia a otra, quienes lo reciben hacen lo mismo que los escitas reales: se cortan un trozo de oreja, rapan sus cabellos, se hacen cortes alrededor del brazo, aráñanse la frente y la nariz y se atraviesan la mano izquierda con una flecha.

Por fin, después de llevar el carro mortuorio de un lado a otro, llegan al lugar conocido por Gerro, el más apartado de sus dominios, donde aguarda la tumba. Colocan el cadáver en la fosa, sobre un lecho de paja, a cuyos lados hunden lanzas en el suelo. Seguidamente apoyan palos en ellas y lo cubren todo con una enramada de mimbre. En el espacio sobrante de la fosa entierran a una de sus concubinas, al copero, a un cocinero, un caballerizo, un criado y un mensajero para recados, todos los cuales son estrangulados antes. Tampoco le han de faltar al rey muerto caballos ni toda clase de útiles, incluso vasos de oro, pero no se le ponen en la tumba objetos de plata ni de bronce. La última operación consiste en formar entre todos los acompañantes un gran túmulo, y cada cual procura colaborar a que sea lo más alto posible."

Werner Keller. El asombro de Herodoto. Bruguera. 1973.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




                  EN UN PUEBLECITO DE MILAN
        
Los amigos se habían ido
Y quedé solo en aquel bar al borde de la carreterra
Solo con todo el dolor de mi cuerpo con el peso de mi vida
Había una quietud suprema un silencio extraño y diferente
El silencio como un duelo con la disconformidad inapelable del mundo
Yo estaba en un pueblecito de Milán
Pero no se veía el pueblo
No se divisaba ningún caserío en mucho alrededor
Acaso alguna pequeña fábrica aislada como una prisión en la tierra calurosa de junio
Ella cruzó con el último sol de aquella tarde de verano
Cruzó aquella muchacha la carretera montada en su bicicleta con dos botellas de leche
         colgadas del manillar
¿Quedaría muy lejos el pueblo?
¿Llegaría tarde esta muchacha a su destino?
¿A lo largo de los años se ensangrentaría con la corona de los celos?
Yo seguía inmóvil frente a mi gran copa de coñac en aquel bar solitario al borde del camino
Inmóvil e ignorado por todo el universo
Lenta rueda la bicicleta de la muchacha segura de sus recados
Y lenta rodaba la tarde al aire libre de presagios
Mientras el tiempo se devoraba a si mismo sin consumir nunca la inmensidad de su angustia
Muchacha cruzaste muy despacio por la carretera
Pero también cruzaste muy despacio por la tierra de nadie que atraviesa mi alma
Al final de los siglos recuérdame Señor lo que vivi en ese pueblecito de Milán
Abrázame con aquel momento de dicha misteriosa y amarga
Abrázame con aquella muchacha de la bicicleta con aquel cielo resignado a su color
Abrázame con aquel instante silencioso desierto postrado en lejanías de tristeza insodable


                                                                                                                 Juan Sierra.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

ALLÁ EN LAS INDIAS





PANQUEZALIZTHI


        “En aquellos días de los meses que arriba quedan dichos, en uno de ellos que se llamaba Panquezalizthi, que era el catorceno, el cual era dedicado a los dioses de México, mayormente a dos de ellos que se decían ser hermanos y dioses de la guerra, poderosos para matar y destruir, vencer y sujetar; pues en este día, como pascua o fiesta más principal, se hacían muchos sacrificios de sangre, así de las orejas como de la lengua, que esto era muy común; otros se sacrificaban de los brazos y pechos y de otras partes del cuerpo; pero porque en esto de sacarse un poco de sangre para echar a los ídolos, como quien esparce agua bendita con los dedos, o echar la sangre en unos papeles y ofrecerlos de las orejas y lengua a todos y en todas partes era general; pero de las otras partes del cuerpo en cada provincia había su costumbre; unos de los brazos, otros de los pechos, que en esto de las señales se conocían de qué provincia eran. Demás de estos y otros sacrificios y ceremonias, sacrificaban y mataban a muchos de la manera que aquí diré.

        Tenían una piedra larga, de una brazada de largo, y casi palmo y medio de ancho, y un buen palmo de grueso o de esquina. La mitad de esta piedra estaba hincada en la tierra, arriba en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar, y el pecho muy tenso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote de los ídolos o su lugarteniente, que eran los que más ordinariamente sacrificaban, y si algunas veces había tantos que sacrificar que éstos se cansasen, entraban otros que estaban ya diestros en el sacrificio, y de presto con una piedra de pedernal con que sacan lumbre, de esta piedra hecho un navajón como hierro de lanza, no mucho agudo, porque como es piedra muy recia y salta, no se puede hacer muy aguda; esto digo porque muchos piensan que eran de aquellas navajas de piedra negra, que en esta tierra las hay, y sácanlas con el filo tan delgado como de una navaja, y tan dulcemente corta como navaja, sino que luego saltan mellas; con aquel cruel navajón, como el pecho estaba tan tenso, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, y el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar de parte de fuera, y allí dejaba hecha una mancha de sangre; y caído el corazón, estaba un poco bullendo en la tierra, y luego poníanle en una escudilla delante del altar. Otras veces tomaban el corazón y levantábanle hacia el sol, y a las veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones, a las veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanle por las gradas abajo a rodar; y allegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes llevábanlo, y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y le comían; y el mismo que le prendió, si tenía con qué lo poder hacer, daba aquel día a los convidados, mantas; y si el sacrificado era esclavo no le echaban a rodar, sino abajábanle a brazos, y hacían la misma fiesta y convite que con el preso en guerra, aunque no tanto con el esclavo; sin otras fiestas y días de más de muchas ceremonias con que las solemnizaban, como en estotras fiestas parecerá. Cuanto a los corazones de los que sacrificaban, digo: que en sacando el corazón a el sacrificado, aquel sacerdote del demonio tomaba el corazón en la mano, y levantábale como quien le muestra a el sol, y luego volvía a hacer otro tanto a el ídolo, y poníasele delante en un vaso de palo pintado, mayor que una escudilla, y en otro vaso cogía la sangre y daban de ella como a comer a el principal ídolo, untándole los labios, y después a los otros ídolos y figuras del demonio. En esta fiesta sacrificaban de los tomados en guerra o esclavos, porque casi siempre eran de éstos los que sacrificaban, según el pueblo, en unas veinte, en otros treinta, en otros cuarenta, y hasta cincuenta y sesenta; en México sacrificaban ciento, y de ahí arriba.”


Toribio de Motolinía. 
Historia de los indios de la Nueva España.

lunes, 24 de diciembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



EN UNA NOCHE DE FUEGO



“Nos paseamos de un lado para otro en la habitación; entonces ella se acercó a una de las paredes cuyas ventanas estaban cerradas para abrir un pórtico, y yo vi lo que sólo se ve una vez en la vida. No sé si lo hizo a propósito para sorprenderme, pero si ése fue el caso consiguió su objetivo. Miramos por una ventana del piso más alto y justo frente a nosotros apareció el Vesubio; como el sol ya se había puesto se veía claramente el ardiente flujo de lava y su reflejo dorado en el humo que lo acompañaba. Una inmensa nube de vapor permanecía inmóvil  sobre la montaña rugiente, y con cada nueva erupción sus diversas masas  se iluminaban por separado, como por un relámpago, adquiriendo formas corpóreas. Desde allí hasta el mar se divisaba toda una franja incandescente de la cual emanaba más vapor. Lo demás, el mar y la tierra, las rocas y la vegetación, bien definidas bajo la luz crepuscular, reposaban en una calma encantada. Poder abarcar todo esto con la mirada y ver subirse la luna llena por detrás de la montaña como broche de oro de este cuadro maravilloso por fuerza tenía que causar asombro.”


Johann W. Goethe. Viaje a Italia. Ediciones B. 2001.




sábado, 22 de diciembre de 2012

Y EL ÒBOLO LA LENGUA






    ÚTĚCHA


Slečno, slečno vy se mračite
že po celý den vám pršelo?
Co by měla říkat tamhle ta malá jepice
které pršelo po celý život?

Jaroslav Seifert.

martes, 18 de diciembre de 2012

OBITER DICTUM




.

«Hay, sobre todo, épocas en que la realidad humana, siempre móvil, se acelera, se embala en velocidades vertiginosas. Nuestra época es de esta clase porque es de descensos y caídas. De aquí que los hechos hayan dejado atrás el libro. Mucho de lo que en él se anuncia fue pronto un presente y es ya un pasado. Además, como este libro ha circulado mucho durante estos años fuera de Francia, no pocas de sus fórmulas han llegado ya al lector francés por vías anónimas y son puro lugar común. Hubiera sido, pues, excelente ocasión para practicar la obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos.»

José Ortega y Gasset.

domingo, 16 de diciembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






                  AMAR COMO LOS SIDHE


       “Uno de los grandes problemas de la vida es que no podemos tener ninguna emoción pura. Siempre hay en nuestro enemigo algo que nos gusta, y en nuestro amor algo que nos desagrada. Es este enredo químico lo que nos hace viejos, y nos arruga la frente y hace más profundos los surcos de nuestros ojos. Si fuéramos capaces de amar y odiar con tan buen corazón como los Sidhe, podríamos volvernos tan longevos como ellos. Pero hasta que llegue ese día sus incansables gozos y pesares siempre habrán de constituir la mitad de su fascinación. En ellos jamás se agota el amor, y las orbitas de los astros no pueden rendir a sus pies danzantes. Los campesinos de Donegal se acuerdan de esto cuando se doblan sobre la pala, o se sientan junta a la criba, al anochecer, absortos en la pesadez de los campos, y cuentan historias sobre lo que no se puede olvidar. Hace poco tiempo, dicen, dos criaturas de pequeño tamaño, la una igual que un joven, la otra igual que una joven, se introdujeron en la casa de un granjero, y se pasaron la noche deshollinando el hogar y limpiándolo todo. A la noche siguiente volvieron, y, mientras el granjero estaba fuera, metieron todos los muebles en una habitación del piso de arriba, y, tras ponerlos en círculos pegados a las paredes, al parecer para mayor grandiosidad, se pusieron a bailar. Bailaron y bailaron, y pasaron días y más días, y todo el paisanaje los venía a ver, pero sus pies seguían sin sentir cansancio en ningún momento. El granjero no se atrevía a vivir en la casa mientras tanto; y al cabo de tres meses decidió poner término a la situación, y fue y les dijo que iba a venir el cura. Al oír esto, las pequeñas criaturas se volvieron a su país, y en él su alegría durará mientas las puntas de los juncos sigan siendo marrones, dice la gente, y esto es hasta que Dios abrase el mundo entero con un beso.”


W. B Yeats. El crepúsculo celta. Ediciones Alfaguara.

jueves, 13 de diciembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


EL MAHARAJAH



«Me habían hecho una detallada descripción del Maharajah, pero no me habían preparado para la curiosa figura que ahora entraba cojeando al cuarto. Su rostro de nariz sin puente, labios hundidos, mentón prominente y protuberantes ojos castaños, sobre el que se había formado una película azulada, tenía un vigoroso parecido con el de un perro pekinés; por la mitad del puente derrumbado de su nariz, desde el centro de la frente, le chorreaban unas manchas de pintura amarilla; un diamante brillaba en el lóbulo de cada oreja, y del borde de su sombrerito redondo, que estaba hecho de terciopelo verde y brocado dorado, asomaba un rizo de cabello gris oscuro. Era pequeño y muy liviano, y su cuerpo de articulaciones rígidas estaba prolijamente enfundado en una levita de faldones largos de tweed violeta y gris con un alto cuello militar de terciopelo gris y puños de la misma tela; los pantalones eran de algodón blanco, arrugadamente ajustados en la mitad inferior de la pierna, pero amplios de la rodilla para arriba. Las medias eran de un violeta brillante, y llevaba los pies, largos y delgados, en escarpines de baile de charol. Aprecié lentamente estos detalles.»



JOSEPH RANDOLPH ACKERLEY.

VACACIÓN HINDÚ.

EDITORIAL ANAGRAMA.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





             EL RETORNO


Vieja alameda triste en que el árbol medita,
en que la nube azul contagia su quebranto
y en que el rosal se inclina al viento que dormita:
te traigo mi dolor y te ofrezco mi llanto.

He vuelto. Soy el mismo. La misma sed que me aqueja
y embelesa mi oído idéntica canción,
y soy aquel que ama el minuto que deja
un poco más de llanto dentro del corazón.

He vuelto. A tu silencio otoñal, he buscado
vanamente mis huellas entre todas las huellas,
y mi ilusión es una hoja muerta de aquellas
que estremecía el viento y que el sol ha dorado.

Y mientras quiero acaso recomenzar la senda
y un mal irremediable consume los destellos
del sol, vieja alameda, y te guardo mi ofrenda,
tú contemplas mis ojos y miras mis cabellos


Salvador Novo

lunes, 10 de diciembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






CORFÚ


“Al cabo de diez días de estancia en Atenas, sentí nostalgia de volver a Corfú. La guerra había comenzado, pero como los italianos habían anunciado su intención de permanecer neutrales, no veía razón para no volver a la isla y aprovechar hasta el máximo los días que quedaban de verano. Al llegar encontré a los griegos movilizados en la frontera albanesa. Cada vez que salía o entraba en la ciudad tenía que obtener un salvoconducto de la Policía. Karamenaios continuaba vigilando la playa desde su pequeña choza de cañas situada junto a la orilla. Nicola volvería pronto al pueblo de montaña para abrir la escuela. Se abría un maravilloso período de soledad. No tenía nada que hacer sino dejar pasar el tiempo. Spiro me envió a su hijo Lillis para que me diera lecciones de griego. Luego Lillis volvió a la ciudad, y me quedé solo. Era la primera vez en mi vida que estaba verdaderamente solo. Fue una experiencia que me produjo una enorme satisfacción. Al atardecer me paraba ante la casa de Nicola para charlar con él unos minutos y escuchar lo que decía sobre la guerra. Después de cenar, Karamenaios se dejaba caer por mi casa. Para nuestros intercambios lingüísticos disponíamos de un fondo de unas cincuenta palabras. Como pronto descubrí, no necesitábamos ni ésas siquiera. Hay mil maneras de hablar, y las palabras de nada sirven si el espíritu está ausente. Karamenaios y yo estábamos deseosos de hablar. Me daba igual que habláramos de la guerra o de cuchillos y tenedores. A veces nos dábamos cuenta de que una palabra o una frase que habíamos estado empleando durante días, él en inglés y yo en griego, tenía un significado completamente distinto al que creíamos. No importaba. Nos entendíamos igual aunque usáramos mal las palabras. Podía aprender cinco palabras nuevas una tarde y olvidar seis u ocho durante mi sueño. Lo importante era el afectuoso apretón de manos, el brillo de la mirada, las uvas que devorábamos juntos, el vaso que levantábamos en signo de amistad. De vez en cuando me excitaba y, usando una mezcla de inglés, griego, alemán, francés, choctaw, swahili o cualquier otro idioma que creía serviría para mi propósito, valiéndome de la silla, la mesa, la cuchara, la lámpara o el cuchillo del pan, le representaba una escena de mi vida en Nueva York, París, Londres, Chula Vista, Canarsie, Hackensack o en otro lugar en que jamás había estado, o donde había ido en sueños o cuando estaba dormido en la mesa de operaciones. Me sentía en tan buena forma, tan versátil y acrobático, que me subía a la mesa y me ponía a cantar en un idioma desconocido, o saltaba de la mesa a la cómoda y de la cómoda a la escalera, o me balanceaba en las vigas del techo, o hacía cualquier otra cosa para entretenerle, para divertirle y conseguir que se desternillase de risa. En el pueblo me tenían por viejo debido a mi calvicie y a mis canas. Nadie ha visto a un viejo hacer lo que hacía. «El viejo se va a bañar», decían, «El viejo sale en barca». Siempre «el viejo». Si estallaba una tormenta y sabían que me encontraba en medio del agua, enviaban a alguno a vigilar para que «el viejo» regresara sin daño. Si decidía dar una caminata por las colinas, Karamenaios se ofrecía a acompañarme para que no me sucediera nada malo. Si encallaba en cualquier parte, bastaba con decir que era americano para que doce manos se aprestaran a ayudarme. Salía por la mañana en busca de nuevas calas y entradas en donde bañarme. Nunca encontraba alma viviente. Era como Robinson Crusoe en su isla de Tobago. Durante largas horas permanecía tumbado al sol, sin hacer nada, sin pensar en nada. Mantener la mente vacía es una proeza, una proeza muy saludable. Estar en silencio todo el día, no ver ningún periódico, no oír ninguna radio, no escuchar ningún chisme, abandonarse absoluta y completamente a la pereza, estar absoluta y completamente indiferente al destino del mundo, es la más hermosa medicina que uno puede tomar. Poco a poco se suelta la cultura libresca; los problemas se funden y se disuelven; los ligámenes se rompen; el pensamiento, cuando uno se digna entregarse a él, se hace muy primitivo; el cuerpo se transforma en un nuevo y maravilloso instrumento; se mira a las plantas, a las piedras y a los peces con ojos diferentes; se pregunta uno a qué conducen las luchas frenéticas en que están envueltos los hombres; se sabe que hay guerra, pero no se tiene la menor idea de cuál es la causa o el porqué la gente disfruta matándose los unos a los otros; se mira a un lugar como Albania —lo tenía constantemente bajo mis ojos— y uno se dice: ayer era griega, hoy es italiana, mañana puede ser alemana o japonesa, y uno la deja ser lo que le plazca. Cuando se está de acuerdo consigo mismo, importa poco la bandera que flota sobre nuestra cabeza, o a quien pertenezca esa u otra cosa, o que se hable inglés o monongahela. No hay dicha más singular ni más grande que la ausencia de periódicos, la ausencia de noticias sobre lo que los hombres hacen en diferentes partes del mundo para que la vida sea pasadera o difícil. Estoy seguro de que si pudiéramos suprimir los periódicos tan sólo, daríamos un gran paso adelante. Los periódicos engendran mentiras, odio, codicia, envidia, sospecha, temor, malicia. No necesitamos la verdad tal como nos la sirve la prensa diaria. Lo que necesitamos es paz, soledad y ocio. Si pudiéramos ir todos a la huelga y sinceramente repudiar todo interés por lo que hace nuestro vecino, tal vez lograríamos un nuevo nivel de vida. Aprenderíamos a pasar sin teléfonos, radios y periódicos, sin máquinas de toda clase, sin fábricas, sin factorías, sin minas, sin explosivos, sin acorazados, sin políticos, sin abogados, sin latas de conserva, sin esto y lo otro, incluso sin hojas de afeitar, cigarrillos o dinero. Ya sé que esto es sueño, humo y nada más. La gente sólo va a la huelga para obtener oportunidades mejores para convertirse en otra cosa de lo que es.”


Henry Miller. El coloso de Marusi. Editorial Seix Barral.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





              REGRESO



Un instante la silla ha regresado
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.

Sus pájaros están dispersos, muertos,
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.

Ya no hay más que silencio nivelado
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.

Fiel a sus tablas, sólo da reposo,
cuando en tardes la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.

Eugenio Montejo.

viernes, 7 de diciembre de 2012

OBITER DICTUM






Viajar por vocación se considera aquí indicio de extravagancia; algo que se acerca a manía. Y es porque, en concepto del español, todo viaje representa una suma de padecimientos y de gastos muy superior a los goces que puede reportar.
Hablando en general, yo creo que no van descaminados los que tal presuponen. Para disfrutar viajando se necesita poseer una fuerte educación, o colectiva, como la del pueblo inglés, o individual: una cultura que comprenda nociones completas de historia, de arqueología, de crítica artística; otra cultura, que dicte la urbanidad más exquisita, unida a la reserva más grave en el trato con las gentes a quienes forzosamente se encuentra y habla el viajero; la firmeza mayor para hacer valer su derecho, y la rectitud más desinteresada para respetar el ajeno; la precaución más cauta en los ajustes, y la oportuna generosidad en las gratificaciones; el valor para arrostrar los peligros, y la prudencia para sortearlos, y, por último (no me cansaré de recordar esto a mis compatriotas), la locuacidad para averiguar lo que conviene saber y el mutismo ante todo lo que sea murmuración, impertinente curiosidad, conato de investigar lo que a nadie importa.
El español tiene la graciosa costumbre de intimar con los compañeros de viaje; de abrirles el corazón; de hablar en las mesas de las fondas como si estuviesen en su casa, y disputar rabiosamente con gentes a quienes no conoce ni ha visto nunca, y cuya opinión, por lo tanto, debiera importarle tres cominos.
En cierta mesa redonda ocurrió, no ha mucho, un curioso incidente.
Sentábase en ella una dama a quien, mientras estuvo presente, colmaron de exageradas atenciones dos o tres caballeros (uno de ellos ocupaba puesto oficial). Despidiose la dama a los postres y se retiró a su habitación, y los… ¿caballeros? Quedaron de sobremesa y entre chupada y chupada de cigarro, poniendo a la antes obsequiada señora como digan dueñas.
Hallábase presente un inglés que, aunque trataba a la señora lo mismo que la trataban sus despellejadores, se había contentado con dirigirle una rígida inclinación de cabeza al verla entrar. No obstante, al oír a los maldicientes, dio el inglés señales de impaciencia, y acabó por advertirles que aquella conversación le parecía muy inconveniente.
Como el más calumniador de todos (el del puesto oficial) replicase con desabrimiento, el inglés se levantó; de un revés de su ancha manaza arrojó al individuo contra la pared y, sin descomponerse ni apresurarse, salió del comedor a largas zancajadas… ¿Ustedes creerán que por eso se corrigieron ni aquél ni los demás indiscretos que en viaje hablan como en el gabinete de su propia casa, y aún peor, si a mano viene? ¡Quiá! Manos había de tener el inglés que los abofetease a todos.”


Emilia Pardo Bazán.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






NOCHE


Sobre la nieve se oye resbalar la noche

La canción caía de los árboles

Y tras la niebla daban voces

De una mirada encendí mi cigarro

Cada vez que abro los labios

Inundo de nubes el vacío

En el puerto

Los mástiles están llenos de nidos

Y el viento

gime entre las alas de los pájaros

Las Olas Mecen El Navío Muerto

Yo en la orilla silbando

Miro la estrella que humea entre mis dedos


                                Vicente Huidobro




sábado, 1 de diciembre de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





[…]

No fui dueño de fundo, ni marino, ni atorrante,
      ni contrabandista o arriero cordillerano,
mi voluntad no tuvo caballos ni mujeres en la edad
madura
y a mi amor lo arrasó la muerte azotándolo con su
aldabón trasnochado, despedazado e inútil y su huracán oliendo a manzana asesinada.
[…]


Pablo de Rokha.

viernes, 30 de noviembre de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL AIRE DE ROMA


“Lo que no mencionan las guías es la sensación de peligro que experimenta el turista en Roma. Al volver a la ciudad después de un fin de semana largo, ves la larga fila de coches fúnebres ante las puertas del Campo Verano. Casi todos los coches y carrozas fúnebres de Roma están ahí, y mientras observas, otros dos se suman a la cola. Debe de haber unos veinticinco. Preguntas a uno de los conductores qué sucede y responde que se debe a la epidemia. Hace tres días que transporta cadáveres sin un momento para comer o descansar. Se persigna y avanza lentamente hacia la entrada. En la ciudad, en la Piazza Venezia, es una noche de invierno, con la lúgubre humedad característica de esa parte del mundo. Los reflectores que apuntan al monumento, las nubes amarillas de una niebla de gran ciudad. Estacionas el coche, giras la llave de contacto, inmovilizas el volante y cierras bien todas las puertas, porque los robos son habituales en este barrio. Entras a un bar a comprar cigarrillos y son tales la humedad y el frío que la pobre chica que te atiende está temblando a pesar de sus tres jerséis de lana y las botas forradas de piel. Compras el periódico vespertino. En el bar y en las calles, todo el mundo tose. Le preguntas al portero de nuestra casa qué sabe sobre la epidemia y responde que hay peste, pero que por la gracia infinita de Dios, su casa y su familia están bien. Su hermana se ha llevado a los niños a Capranica para huir del aire envenenado de la ciudad, pero él no tiene adónde enviar a sus hijos. Sólo le queda rezar. Arriba, en tu casa, te sirves un buen whisky medicinal y sales al balcón a contemplar la peligrosa y extraña ciudad. Llamas a otro amigo y una voz desconocida te dice que se ha ido a Suiza. Llamas a otro amigo, que ha salido hacia Mallorca. Llamas al médico. Está de mal humor, porque tu llamada ha interrumpido su cena. Le preguntas si la ciudad es peligrosa. “Sí, claro que la ciudad es peligrosa –responde a gritos--. Roma siempre ha sido peligrosa. La vida es peligrosa. ¿Cree que vivirá siempre? Cuelga con violencia. Hojeas el diario en busca de noticias sobre la peste. Las habituales crisis ministeriales, un nuevo yacimiento de petróleo descubierto en Sicilia, un asesinato en la Via Cassia, pero la única noticia sobre la epidemia es que van a celebrar una misa cantada en seis iglesias por la salud de la ciudad de Roma. Podrías huir a Suiza o a Mallorca como tus amigos, pero ¿cómo vas a huir sin saber de qué huyes?”


John Cheever. Diarios. Emecé Editores.