AMAR COMO LOS SIDHE
“Uno de
los grandes problemas de la vida es que no podemos tener ninguna emoción pura.
Siempre hay en nuestro enemigo algo que nos gusta, y en nuestro amor algo que
nos desagrada. Es este enredo químico lo que nos hace viejos, y nos arruga la
frente y hace más profundos los surcos de nuestros ojos. Si fuéramos capaces de
amar y odiar con tan buen corazón como los Sidhe, podríamos volvernos tan
longevos como ellos. Pero hasta que llegue ese día sus incansables gozos y
pesares siempre habrán de constituir la mitad de su fascinación. En ellos jamás
se agota el amor, y las orbitas de los astros no pueden rendir a sus pies
danzantes. Los campesinos de Donegal se acuerdan de esto cuando se doblan sobre
la pala, o se sientan junta a la criba, al anochecer, absortos en la pesadez de
los campos, y cuentan historias sobre lo que no se puede olvidar. Hace poco
tiempo, dicen, dos criaturas de pequeño tamaño, la una igual que un joven, la
otra igual que una joven, se introdujeron en la casa de un granjero, y se
pasaron la noche deshollinando el hogar y limpiándolo todo. A la noche
siguiente volvieron, y, mientras el granjero estaba fuera, metieron todos los
muebles en una habitación del piso de arriba, y, tras ponerlos en círculos
pegados a las paredes, al parecer para mayor grandiosidad, se pusieron a
bailar. Bailaron y bailaron, y pasaron días y más días, y todo el paisanaje los
venía a ver, pero sus pies seguían sin sentir cansancio en ningún momento. El
granjero no se atrevía a vivir en la casa mientras tanto; y al cabo de tres
meses decidió poner término a la situación, y fue y les dijo que iba a venir el
cura. Al oír esto, las pequeñas criaturas se volvieron a su país, y en él su
alegría durará mientas las puntas de los juncos sigan siendo marrones, dice la
gente, y esto es hasta que Dios abrase el mundo entero con un beso.”
W. B Yeats. El crepúsculo celta. Ediciones Alfaguara.