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martes, 14 de junio de 2022

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






CAMARADAS


“Los protagonistas de la Asamblea replegaron sus fuerzas; habían sido puestos sobre aviso. Sólo que en su esfuerzo por contrarrestar la amenaza bolchevique contaban con una seria, si no fatal, desventaja. A sus ojos, los bolcheviques habían subvertido la democracia y perdido el derecho a gobernar, pero su destitución debía lograrse por las presiones de la opinión pública, nunca por la fuerza, porque el único beneficiario de un conflicto de aniquilación mutua entre los partidos socialistas sería la «contrarrevolución». En diciembre se supo en Petrogrado que los generales estaban concentrando tropas en el Don; su objetivo no podía ser otro que el de subvertir la revolución y arrestar, y quizá linchar, a todos los socialistas. Esto era para ellos una alternativa peor que los bolcheviques, que eran auténticos revolucionarios, si bien estaban equivocados; reconocidamente impetuosos, demasiado ávidos de poder, demasiado brutales, pero así y todo «camaradas», embarcados en un mismo objetivo compartido. Nadie podía negar, por otra parte, su influencia en las masas. La izquierda democrática estaba convencida entonces, y siguió estándolo en los siguientes años, de que los bolcheviques comprenderían tarde o temprano que no podían gobernar Rusia ellos solos. Una vez esto ocurriera y se invitara a los socialistas a compartir el poder, Rusia habría de retomar su avance hacia la democracia. Esta maduración política llevaría tiempo, pero estaba destina a ocurrir. Por esta razón, la resistencia a los bolcheviques debía quedar limitada a la propaganda y agitación pacífica. Solo unos pocos intelectuales de izquierdas, principalmente de las generaciones mayores, se planteaban la posibilidad de que los auténticos contrarrevolucionarios fuesen los propios bolcheviques. Los líderes de los socialistas revolucionarios y mencheviques nunca dejaron de percibir a los bolcheviques como camaradas de armas desviados del propósito, y esperaban confiadamente el momento en el que recuperarán la cordura.”

Richard Pipes.
La revolución rusa.
Editorial Debate.

sábado, 24 de abril de 2021

OBITER DICTUM






Aun cuando al concluir la guerra civil pusieran fin a las masacres indiscriminadas de 1918-19, se aseguraron de dejar intactas las leyes e instituciones que habían hecho posibles esos episodios. Una vez que Stalin se convirtió en amo indiscutido de la Rusia soviética, tenía a su alcance todos los instrumentos de que precisaba para reinstaurar el terror a una escala mucho más vasta. Este hecho por sí solo demuestra que, para los bolcheviques, el terror no era un arma defensiva, sino un instrumento de gobierno.

Richard Pipes.

sábado, 19 de mayo de 2018

OBITER DICTUM










El ejercicio sistemático del terror de Estado dista con mucho de ser un invento bolchevique; sus antecedentes se remontan a los jacobinos franceses. Aun así, la diferencia entre la práctica jacobina y la de los bolcheviques es tan abismal en este sentido que bien puede concederse a estos últimos el mérito de haber inventado el terror. Baste con decir que la Revolución francesa culmino con el terror, mientras que la rusa comenzó con él. Al primero se lo ha tildado de «un breve paréntesis», un hecho «a contracorriente» dentro de la tendencia general; el Terror Rojo constituyó desde un principio un elemento fundamental del régimen, que aunque experimentó oscilaciones, nunca desapareció del todo, planeado como un nubarrón oscuro y permanente sobre la Revolución rusa.

Richard Pipes.