EL
PRIMER MUERTO
«Cuatro
de nosotros bastaríamos para manejar aquella situación. Informé
rápidamente a mis hombres de mi intención de abrir fuego. Quitamos
silenciosamente los seguros, salimos de un salto de detrás del
edificio, y, permaneciendo en pie, abrimos fuego sobre el enemigo
cercano. Algunos resultaron muertos o heridos en el acto, pero la
mayoría se cubrió detrás de escaleras, muretes de huertos y
montones de leña y respondieron a nuestro fuego. Así, a muy corta
distancia, se trabó un tiroteo muy intenso. Yo estaba de pie
apuntando junto a un montón de leña. Mi adversario estaba veinte
metros delante de mí, bien cubierto, tras las escaleras de una casa.
Sólo parte de su cabeza era visible. Ambos apuntamos y disparamos
casi al mismo tiempo y fallamos. Su disparo falló mi oreja por poco.
Tenía que cargar rápido, apuntar con calma y rapidez, y mantener mi
puntería. Esto no era fácil a veinte metros con las alzas graduadas
a 400 metros, especialmente cuando no habíamos practicado este tipo
de tiro en tiempo de paz. Mi fusil restalló; la cabeza del enemigo
se desplomó sobre el escalón. Aún quedaban unos diez franceses
contra nosotros, unos pocos estaban completamente a cubierto. Señalé
a mis hombres que cargasen sobre ellos. Con un alarido acometimos
calle del pueblo abajo. En ese momento aparecieron súbitamente
franceses por todas las puertas y ventanas y abrieron fuego. Su
superioridad era demasiada; nos replegamos tan rápido como habíamos
avanzado y llegamos sin pérdidas hasta el seto donde nuestra sección
se estaba preparando para venir en nuestra ayuda.»
Erwin
Rommel.
La
infantería al ataque.
Editorial
Tempus.