«El fuego se volvió más intenso y nos obligó a echarnos cuerpo a tierra. Tratamos de sacarles de su error agitando nuestros cascos y pañuelos, pero fue inútil. No teníamos cobertura cerca, y las balas de fusil caían en la hierba a pocos centímetros. Pegamos nuestros cuerpos contra el suelo y nos resignamos a ser acribillados por nuestra propia gente, por segunda vez en el curso de unas pocas horas. Los segundos parecieron una eternidad; y podía oír a mis hombres refunfuñar cuando las balas pasaban silbando sobre nosotros. Rezamos para que llegase la oscuridad ya que su amparo nos ofrecía nuestra única oportunidad de salvación.»
Erwin Rommel.