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miércoles, 29 de febrero de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






ROSAS Y VINO PARA UN POETA


“Flores anónimas y arrancadas, flores mojadas en vino, lapiceros de colores. Los nietos enredando entre sus pies, José Hierro se ponía a pintar en mitad de una comida, después de una cena, en un viaje. Él, tan locuaz, se quedaba hermético, no participaba en la conspiración general y pintaba rápido, nervioso, inspirado, porque también los aficionados tienen inspiración. A mí me hizo la portada de mi primer libro, Tamouré, pegando papeles de colores, rectángulos de luz.
Desde los primeros momentos se veía que ponía más inspiración en la pintura que en el dibujo. De todo hacía un color. Dijo Eugenio d'Ors que el dibujo es la honradez de la pintura. Pepe, Pepe Hierro vivía la honradez de ambas cosas, pero se emocionaba más, le temblaban más las manos inventando colores, creando colores inéditos con unas migas de pan, con una lágrima de vino, con todo aquello que él convertía en impresionismo abstracto o figurativo, manchando mucho la mesa donde trabajaba. Cada vez era más dado a aislarse en su pintura, que le permitía desbocar una pasión secreta y, de paso, distanciarse correctamente de la conversación general, cargada de tópicos, de pedantería y de versos. A sus pies, la bombona del oxígeno que de pronto se colgaba al hombro, como un ala de salud, para marcharse.
José Hierro fue crítico de arte. Más de una vez recorrí con él las galerías de Madrid, al caer la tarde. Tomaba unas notas en un cuaderno para luego, en casa, escribir la crónica de cada exposición. Hierro era un crítico claro, riguroso, rápido, honrado, con ideas muy concretas sobre la pintura. Pero más que por sus críticas veía yo por sus creaciones la tendencia a crear una vaguedad de caras sonrosadas, de cabellos con perfume de vino, de improvisaciones que eran hallazgos. Nunca me atreví a pedirle nada. La plástica, sin duda, era su segunda vocación. Quizá dedicó más versos a la música o hizo siempre versos musicales que resonaban en su pecho, pero la pintura era el sello ingenuo que nos dejaba una personalidad tan complicada como la de Hierro.
Cuando conocí a Lines comprendí aquel amor: aquella cabeza era lo que él hubiera querido pintar, una luz rubia que venía del hermoso pelo y una sonrisa pálida siempre y para todos.
Pasaba el tiempo, le hicieron académico, todos los días le daban algún premio, tenía la prisa de vivir y de fumar, iba con su ala de oxígeno volando España y posándose en las más altas almenas de la lírica. Una conferencia suya era una conversación, un relato, una representación, una sorpresa. Algunas tardes vino a buscarme a casa para irnos en un coche a Segovia, a Ávila, a Cuenca, para dar nuestras conferencias. Pepe hablaba de todo y yo hablaba de él. Nada más entrar en mi huerto se ponía a dar botes con una pelota o una fruta. Cuando trabajó en la radio, lo primero que hacía, al llegar por la mañana, era quitarse la chaqueta y hacer el pino durante un rato. Nunca supe qué es lo que escribía en la radio. Lo del pino tenía bastante desconcertados a los otros redactores.
Partíamos en el coche hacia la provincia inmediata. Había un chofer, estaba Lines, estaba Pepe, dormido y delirante, y estaba yo. Conocía los hoteles, conocía las posadas, entraba y pedía vino, se ponía y se quitaba la bombona de oxígeno, un día le llamaron por teléfono al coche para decir que le habían dado el Premio Miguel Hernández de poesía. Dio las gracias, colgó y seguimos hablando de otra cosa. Conocía los ambientes, los campos, conocía España, después de los primeros vinos se ponía a dibujar en un rincón, hasta la hora de la cena.
En mitad de una conferencia donde yo estaba leyendo algo sobre él, me quitó el libro de las manos, lo cerró y lo guardó. No soportaba que se hablase tanto de José Hierro. Pero era igual, porque yo seguí hablando de él, ya sin libro, y tuvo que aguantarse. Cenaba bien, pero exquisito, sabio, selectivo, alternando los manjares rurales con los lujosos pescados de gran hotel y los vinos, el vino blanco, el vino tinto, el chinchón del pueblo, le gustaba comer pero estaba delgado, cuando salíamos del hotel, ya la pequeña ciudad cerrada y dormida, preguntaba a gritos por la casa de prostitución, sólo para alborotar. Luego volvíamos en el coche a Madrid:
—Me verás bebido, pero nunca borracho.
Cuando le hospitalizaron definitivamente yo iba a verle algunas tardes.
Compartía la habitación con un señor del Seguro. A lo mejor él también era del Seguro. Dibujaba sentado en la cama, cumplía encargos que le habían hecho como pintor, sacaba de debajo de la almohada un artículo mío, recortado del periódico, que le había gustado.
—Qué bueno es esto, por qué no escribes versos, cabrón. Eres un poeta exquisito pero te gusta ir de hombre terrible.
Esto me lo dijo muchas veces, pero yo nunca quise decirle que escribía prosa porque la prosa se cobra y el verso no. Incluso él tenía que ayudarse de la prosa. Había un cielo muy alto, un clima muy claro, pero yo veía que eran las últimas tardes del amigo, del poeta. Le dejaba unas flores para que pintase y me iba. Se venía conmigo, en pijama y descalzo, hasta el ascensor. Recuerdo la última tarde, que fue como otras, pero yo salí del hospital con la pesadumbre de la muerte invadiendo un sol excesivo. Luego, en el tanatorio, tuve la cabeza frágil de Lines en mi pecho.”


Francisco Umbral. Días felices en Argüelles. Editorial Planeta.






martes, 28 de febrero de 2012

OBITER DICTUM




La vida en Rio Janeiro, más cara que en ninguna capital de Europa, es muy poco agradable. El espíritu de sociabilidad, lejos de irse desarrollando, no parece sino que se recoge: faltan las reuniones, los bailes, los clubs, las recepciones, todos los medios, en fin, que se conocen en Europa para verse, conocerse, hablar, discutir.


Gorgonio Petano

sábado, 25 de febrero de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





          THE FEARFUL


This man makes a pseudonym
And crawls behind it like a worm.

This woman on the telephone
Says she is a man, not a woman.

The mask increases, eats the worm,
Stripes for mouth and eyes and nose,

The voice of the woman hollows—
More and more like a dead one,

Worms in the glottal stops.
She hates

The thought of a baby—
Stealer of cells, stealer of beauty—

She would rather be dead than fat,
Dead and perfect, like Nefertit,

Hearing the fierce mask magnify
The silver limbo of each eye

Where the child can never swim,
Where there is only him and him.


                                  Sylvia Plath.

martes, 21 de febrero de 2012

OBITER DICTUM





“Para el lector nato la lectura es como una segunda vida, una existencia paralela que corre al lado de la cotidiana sólo en apariencia más real que aquella. Tiene todos los accidentes y características que señalan nuestro paso por la tierra: nacimiento, primeras sorpresas, entusiasmos que en el momento nos parecen perdurables, amores a primera vista, rechazos injustificados, decepciones, amargas enseñanzas, mundos enteros que se abren al apetito de nuestros sueños, amistades difíciles y antipatías incomprensibles, maduras revisiones, reencuentros decepcionantes, rectificaciones aleccionadoras, amistades para toda la vida, arduos intentos de establecer una relación y que terminan en tristes distanciamientos: dos o tres títulos al pie de nuestro lecho de agonía, últimas palabras que nos llegan al oído dichas por alguien que, en ese instante, nos revela quizás un secreto celosamente guardado. Así vive el lector su relación con los libros, así la disfruta y así la padece hora tras hora, día tras día, año tras año. Si las cosas no suceden de esta manera, sencillamente es que estamos ante una falsa vocación, ante un fariseo de los muchos que en este terreno existen o, simplemente, ante alguien que buscó otros caminos de conocimiento, otras secretas rutas para alimentar sus sueños, otra manera de encontrar las respuestas, efímeras o intermitentes como vanos espejismos ya destinadas a calmar la sed que no se sacia.”

Álvaro Mutis

sábado, 18 de febrero de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






MEREDITH


            “El primer requisito es ser inteligible. El segundo, ser interesante. El tercero, conocer la técnica del oficio. Meredith cumplía el tercer requisito, pero no los dos primeros. De ahí que, a pesar de las páginas excelentes de Richard Feverel, nunca pueda igualar a un Dickens o un Thackeray, que reunían los tres. No tenía la menor idea de cómo caían sus palabras en una mente menos complicada. Recuerdo que, en presencia de Barrie, Quiller-Couch y yo leyó un poema titulado Al trabajador inglés, que publicó la Westminster Gazette. No sé qué opinarían del poema los trabajadores ingleses, pero puedo asegurar que nosotros tres nos vimos bastante apurados para comprender el sentido del texto.
         Yo había escrito algunos artículos sobre su obra, uno de los cultos de mi juventud, y él me invitó a ir verlo a su villa de Box Hill. Fue la primera de varias visitas que le hice. Como en la prensa se había hablado mucho sobre su salud, me sorprendí bastante cuando, al abrir la puerta del jardín, vi a un caballero menudo pero robusto ataviado con un traje gris y corbata roja salir de la casa y avanzar por el camino canturreando. Supongo que rondaría los setenta por aquella época, pero parecía mucho más joven con su bello rostro de artista. Tras saludarme, señaló una colina bastante empinada detrás de la casa y dijo:
         --Vengo de hacer una excursión hasta lo alto.
         Miré la pendiente y dije:
         --Debe de estar usted en muy buena forma.
         Él pareció enfadado, y replicó:
         --Eso sería un buen cumplido para un octogenario.
         Algo picado por su susceptibilidad, contesté:
         --Creía que iba a entrevistarme con un enfermo.
         Parecía que la entrevista se iba a terminar en la misma puerta, pero pronto se suavizó y nos hicimos buenos amigos.
         En su juventud había sido un gran entendido en vinos, y aún sabía de sobra lo quera una buena añada; pero, por desgracia, su enfermedad nerviosa le imponía una abstinencia completa. Cuando llegó la hora del almuerzo, me preguntó con aire muy serio si tenía fuerzas para beberme yo solo una botella de borgoña. Le contesté que no veía ninguna dificultad insuperable. Trajeron una botella de vino añejo, de la que fui dando buena cuenta mientras Meredith se interesaba amigablemente en su consumición.
         --Ocurre—me dijo—que me encanta el vino, y tengo una bodeguita que cuido con el mayor cariño del mundo; por eso, cuando un invitado bebe un vaso y desperdicia el resto de la botella, se me cae el alma a los pies. Me he alegrado mucho de que haya disfrutado de ésta.
         Por supuesto, le aseguré que yo me alegraba más que él.
         Su conversación era extraordinariamente viva y apasionada. Alguien la podría haber acusado de artificial, y a él de hacer un poco de teatro; pero no, lo que decía era fascinante y sumamente entretenido. Oyéndole hablar de los mariscales de Napoleón, se habría dicho que los había conocido personalmente: imitó de tal manera el furor de Murat ordenando una carga au bout que creí que la habitación iba a venirse abajo. De vez en cuando salía con alguna frase “a lo Meredith”, que sonaba cómica cuando se aplicaba a asuntos domésticos. Así, cuando la gelatina se bamboleó al ponerla la criada sobre la mesa, dijo:
         --Mary, la gelatina es más traicionera que el caballo de Troya.
         Se rió cuando le conté cómo mi criado, contratado como camarero para una cena especial, le había dicho a la gelatina:”Quieta ahí” en una circunstancia parecida.”


Arthur Conan Doyle. Memorias y aventuras. Valdemar.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




NATURALEZA EXTÁTICA

A Juan Gris
Un segmento de luna
sobre la bandeja

El corazón de la granada
es un abanico del iris

La guitarra la pipa y el periódico
disecados como loros

Papalpando entre el mosaico
el vidrio canta sus reflejos

A través de la ventana        bastidor del sol
el viento afina sus cordajes

Desconsolada             una guitarra
con las clavijas sueltas
enmaraña su testa

                                         Guillermo de Torre.

domingo, 12 de febrero de 2012

OBITER DICTUM




g

Me acuerdo de que Art Tatum le puso «Sweet Lorraine» a una canción porque había estado en la Lorena durante la guerra de 1914-1918.

                     Georges Perec.



Sweet Lorraine

sábado, 11 de febrero de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



UNA CÁRCEL EN NÁPOLES


            “El oficial me llamó esta mañana para comunicarme que el gran fiasco de ayer había sido el resultado de un plan bien organizado, destinado a causar el máximo trastorno en la vida urbana. Un joven soldado alemán llamado Sauro se había ofrecido voluntario a quedarse aquí cuando las tropas se retiraron y luego, una vez que empezaran a explotar los edificios, entregarse y contar la historia de que habían minado toda la ciudad. El general, exasperado, opinaba que había que tratar al soldado como a un espía y fusilarlo. Me ordenaron ir a verle a la cárcel de Poggio Reale y preparar un informe detallado del caso que permitiera determinar si podía justificarse legalmente su ejecución.
            Como yo no había estado nunca en una prisión, a no ser el célebre calabozo de Phillippeville al que arrojaban a los rebeldes árabes para que permanecieran en la oscuridad absoluta, Poggio Reale fue una auténtica sorpresa. Expuse mi cometido en un despacho ubicado entre los muros externos e internos (rodeado de mujeres llorosas) y apareció un individuo con un enorme manojo de llaves que me acompañó a la verja interior. Hizo algún comentario en dialecto napolitano que no comprendí y soltó una risotada. Me dio la impresión de que estaba loco. Cuando llegamos a la verja, se puso de espaldas a ella y luego, sin dejar de reírse y parloteando de forma incoherente, eligió la correspondiente llave del manojo tanteando con las manos a la espalda, la introdujo de forma certera en la cerradura y la giró. Sin duda se trataba de una macabra demostración de pericia que obligaba a soportar a todos los visitantes como yo.
            La verja se abrió; el guardia me miró con una mueca de orgullo y me indicó por señas que pasara; entré en la penumbra azulada de la prisión: su aire viciado y mohoso me llenó los pulmones, y los ecos metálicos y resonantes, los oídos. Llegué a continuación al Ufficio Matricola, el registro, un despacho lúgubre y sucio –con las ventanas pintadas sobre las huellas de los ataques aéreos—y lleno de empleados sin afeitar, que cuchicheaban, que no tenían mucho mejor aspecto en su terrible versión de libertad que los presos que deambulaban por el lugar realizando extrañas tareas de limpieza. Localizaron el paradero de Sauro y un guardia con cara de momia recién desvendada me acompañó a su celda.
            Yo esperaba encontrarme con un teutón gigantesco de ojos claros, pero resultó ser un muchacho moreno y bajo, que me recibió con un lánguido saludo hitleriano y me preguntó si le llevaba algo de comer. Me dijo que hacía dos días que no comía nada. Me pareció verosímil, teniendo en cuenta que la población civil de Nápoles seguía al borde de la inanición y que a las aflicciones que los prisioneros de Poggio Reale tenían que haber esperado normalmente se había añadido la carga de un sargento americano adscrito como asesor a la oficina del director, que se dedicaba a la venta privada de artículos de la cárcel.
            Sauro me explicó que no era alemán, aunque era hijo de padre italiano y madre alemana. Que habían matado a su padre en Tobruk, tras lo cual sus abuelos lo habían llevado a Alemania, donde habían forzado un poco las normas para que él pudiera ingresar en las juventudes hitlerianas. Ya había cumplido diecisiete años, pero representaba unos quince; tenía un agradable rostro consumido de muchacho y los ojos oscuros perfectos clavados con evidente complacencia en la visión del martirio. Se había entregado a ese destino y estaba virtuosamente dispuesto a evitar todo compromiso o cualquier suerte de trato que nos ayudara a encontrar una excusa para no matarle. Prefería que su muerte recayera en nuestra conciencia y se negaba a considerar cualquier forma de excusa que pudiera mitigar la dureza del castigo.
            --Hice todo el daño que pude. Sólo lamento que no fuera más. Lo hice todo por el führer. Pueden fusilarme cuando quieran.
            Era todo un dilema. Por mucho que agrade a los generales que los consideren capaces de actos implacables, en la práctica a veces parecen deseosos de delegar la responsabilidad moral de las decisiones de este género. Habían encargado el caso a un tal comandante Davis y noté su renuencia a dar la orden de ejecutar a Sauro. También advertí, aunque no dieran ninguna muestra clara de ello, que la sección no me lo tendría en cuenta si encontraba alguna salida que permitiera evitar el pelotón de fusilamiento. Esto se ceñía perfectamente a mi modo de ver, pues no estaba dispuesto a responsabilizarme de la muerte de un fanático de diecisiete años. Así que informé que Mauro padecía un desequilibrio mental. El veredicto se aceptó sin comentarios, y probablemente con disimulado alivio.”


Norman Lewis. Nápoles 1944. El Aleph Editores.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






Lef


  Veo a los amigos que un día hicieron conmigo el prodigioso viaje de la juventud y los hallo cambiados y desconocidos; la sombra de un cuidado se extiende sobre sus frentes y, con la vista baja, parecen avergonzados de haber sido jóvenes un día.

En aquel tiempo, ya lejano, parecían tener alas y exhalaban un hálito de fuego por sus ávidas bocas; sus frentes resplandecían como altas tiaras.

Pero hoy son semejantes a viudas que se envuelven entre velos; y con sus frías miradas parecen advertir que han muerto ya para el amor.


Rafael Cansinos Asens.

martes, 7 de febrero de 2012

ALLÁ EN LAS INDIAS




BITORIA Y ESCLAUOS


       “Dixo Tlacaeleltzin a Monteçuma: "Señor, paresçe que os aflixís y fatigáis por el sacrifiçio de estos hijos de el sol benidos de Guaxaca y mixtecas y los demás son. Yo personalmente ando con el ojo largo a la priesa de los albañís, canteros que andan la obra y acabami del gran cu y su brasero y asentaderos de los demás dioses tenedores y sustentadores del çielo. Acabado sea, con gran solenidad, fiesta, rregozijo de todo Mexico Tenuchtitlan y prençipales que a ello serán llamados, se hará y cumpliré buestro deseo y boluntad, que a de ser comprado el gran brasero con nro puro trauajo, sangre, cansançio, y a de ser un gran chalchihuitl, ancho, grueso y la plumería de ofrenda muy ancha y larga, de más de una braça, benida del cabo del mundo, pues pertenesçe a nra abusión (tetzahuitl) Huitzilopochtli; que luego con esto llamaremos a los que están tras de estos montes y montañas, los de Huexoçingo y Atxisco, Cholula y Tlaxcala, Tliliuhquitepec y tecoaca y los de yupicotlaca, son muy lexos, y los atraeremos a nra boluntad aunque los acarreemos como con rrecuas de nros puros pies y, sobre el caso, guerra cruel con ellos y tener basallaxe de ellos y tener qué sacrificar a nros dioses, porque para yr a Cuextlan es muy lexos y más lo es en Mechuacan. Y con estos basallos haremos gran hazienda de sacrifiçios y rrentas, rriquezas y bienes, porque emos llegado a las orillas de la Mar del Çielo y para nuestros tratos y grangerías, nosotros, los mexicanos. Y que no sean tan lexos, bastará los pongamos en Huexoçinco y Cholula y Atxisco, Ytzucan, que es Yçucar, adonde se resgaten y compremos esclauos, oro, piedras muy rricas de balor, plumería y tiendan que es todo y mediante el abusión (tetzahuitl) de Huitzilopochtli. Y con estos tales mercados y tratos bernán los tlaxcaltecas a ellos y allí se comprarán y ellos se benderán por esclauos. Y con este achaque ternemos muy çerca guerras para conseguir bitoria y alcançar esclauos para nuestra pretençion y adornamiento de nras personas con braçaletes de oro y plumería, beçoleras de oro, orexeras de oro y piedras preçiosas, trançaderas de colores engastadas de piedras de mucho preçio y balor. Y será, como dho tengo, çeuadera de nra presa con los tlaxcaltecas y Tliliuhquitepec, Çacatlan, Cholula y los de grandes pueblos çernos, sin tomar la mexicana gente trabaxo de yr tan lexos a guerras, con daños suyos ni afrenta a nra corte y ymperio mexicano, tan nombrado en el mundo.”


Hernando Alvarado Tezozómoc. 
Crónica Mexicana.

sábado, 4 de febrero de 2012

OBITER DICTUM





Quienes me tachan de hipócrita y de ambicioso poco me conocen: no podría tener éxito jamás en la vida de mundo, precisamente porque me faltan una pasión y un vicio, la ambición y la hipocresía. La primera sería a lo sumo en mí amor propio herido; podría desear a veces ser ministro o rey para reírme de mis enemigos; pero al cabo de veinticuatro horas tiraría mi cartera y mi corona por la ventana.


François-René de Chateaubriand

miércoles, 1 de febrero de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





PIERWSZA FOTOGRAFIA HITLERA


A któż to jest ten dzidziuś w kaftaniku?
Toż to Adolfek, syn państwa Hitlerów!
Może wyrośnie na doktora praw?
Albo będzie tenorem w operze wiedeńskiej?
Czyja to rączka, czyja, oczko, uszko, nosek?
Czyj brzuszek pełen mleka, nie wiadomo jeszcze:
drukarza, konsyliarza, kupca, księdza?
A dokąd te śmieszne nóżki zawędrują, dokąd?
Do ogródka, do szkoły, do biura, na ślub
może z córką burmistrza?

Bobo, aniołek, kruszyna, promyczek,
kiedy rok temu przychodził na świat
nie brakło znaków na niebie i ziemi:
wiosenne słońce, w oknach pelargonie,
muzyka katarynki na podwórku,
pomyślna wróżba w różowej bibułce,
tuż przed porodem proroczy sen matki:
gołąbka we śnie widzieć-radosna nowina,
tegoż schwytac-przybędzie gość długo czekany.
Puk puk, kto tam, to stuka serduszko Adolfka.

Smoczek, pieluszka, śliniaczek, grzechotka,
chłopczyna, chwalić Boga i odpukać, zdrów,
podobny do rodziców, do kotka w koszyku,
do dzieci z wszystkich innych rodzinnych albumów.
No, nie będziemy chyba teraz płakać,
pan fotograf pod czarną płachtą zrobi pstryk.

Atelier Klinger, Grabenstrasse Braunau,
a Braunau to niewielkie, ale godne miasto.
solidne firmy, poczciwi sąsiedzi,
woń ciasta drożdżowego i szarego mydła.
Nie słychać wycia psów i kroków przeznaczenia.
Nauczyciel historii rozluźnia kołnierzyk
i ziewa nad zeszytami.


Wisława Szymborska