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domingo, 14 de febrero de 2021

OBITER DICTUM






Lo magnífico y lo cruel no se presta a ser escrito. Existe en nosotros, pero no en nuestras palabras. El sufrimiento es para sufrirlo, no se presta al estudio. Hay más memoria que recuerdos. No dominamos el pasado. Encierra no menos secretos que el futuro. Los álamos altivos crecían junto a la carretera, pero no para mí. Yo sólo los vi, los admiré desde lejos. Las golondrinas mostraban indiferencia. La luna no era estalinista.

Adam Zagajewski.

sábado, 23 de junio de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



UNA VERDAD VESTIDA


Aunque, mirándolo bien, ya me he atrapado algunas veces en la mentira, por más que no fuese una mentira abominable e insolente, sino una verdad adornada, coloreada o exagerada. Por ejemplo, en los momentos bajos, cuando me sentía cansado y harto, exponía mi causa en términos tan elocuentes y enérgicos como cuando estaba en plena forma, y a veces ocurría que, más que exponer mis argumentos y convicciones desde lo más profundo de mi corazón, los recitaba. Oh, sí, esto ocurrió, y más de una vez. En Madrid: llovía, hacía un día oscuro y tormentoso, pardo, y los neumáticos de los coches se hundían en los torrentes de agua turbia. En Edimburgo: era invierno y se me pegó algo del laconismo escocés… E incluso una vez en Ferrara, aunque entonces no le pude echar la culpa al tiempo… El sol colgaba encima de los tejados como una lámpara antigua de oro macizo. Yo acababa de contemplar los frescos de Francesco Cossa, me sentía feliz, saturado de aquel género de felicidad que nos invade desde fuera, desde los lienzos añejos, los árboles gigantescos, las iglesias románicas y el ritmo de las colinas y las valles. Y, a pesar de ello, no supe decir nada verdadero. O tal vez aquélla fuera la causa, tal vez no supiera hacerlo porque la felicidad no me había sido prestada o regalada para utilizarla. Hay regalos tan frágiles, de construcción tan ingeniosa, que se hacen añicos en cuanto los entregamos a un tercero.

Adam Zagajewski.
Dos ciudades.
Acantilado.

viernes, 11 de agosto de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




SIN SENTIMENTALISMO


Si los hombres se dividen en sedentarios, emigrantes y los que no tienen hogar, probablemente yo formo parte de esta última categoría, si bien la concibo de un modo archimaterial, sin una sombra siquiera de sentimentalismo o autocompasión. Los sedentarios mueren donde nacieron. Existen casas de campo que una misma familia habita desde hace más de diez generaciones. Los emigrantes anidan en el extranjero y de esta manera hacen posible que sus hijos vuelvan a formar parte de la categoría de los sedentarios (aunque hablen otro idioma). De modo que el emigrante es un eslabón intermedio, un guía que coge de la mano a las generaciones venideras para conducirlas hasta otro lugar, que cree más seguro. En cambio, un hombre sin hogar es alguien que, por obra del azar, por un capricho del destino, por su culpa o por culpa de su carácter, no quiso o no supo en sus años de infancia y de juventud entablar relaciones estrechas e íntimas con el entorno en que crecía y maduraba. No tener hogar no implica, pues, vivir bajo un puente o en el andén de una estación de metro poco concurrida, como por ejemplo, nomen omen, la estación Europe de la línea Pont de Levallois-Gallieni. Sólo significa que la persona con esta tara es incapaz de determinar la calle, la ciudad o el pueblo que considera su hogar y, como suele decirse, su patria chica.

Adam Zagajewski
Dos ciudades

Acantilado