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viernes, 11 de agosto de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




SIN SENTIMENTALISMO


Si los hombres se dividen en sedentarios, emigrantes y los que no tienen hogar, probablemente yo formo parte de esta última categoría, si bien la concibo de un modo archimaterial, sin una sombra siquiera de sentimentalismo o autocompasión. Los sedentarios mueren donde nacieron. Existen casas de campo que una misma familia habita desde hace más de diez generaciones. Los emigrantes anidan en el extranjero y de esta manera hacen posible que sus hijos vuelvan a formar parte de la categoría de los sedentarios (aunque hablen otro idioma). De modo que el emigrante es un eslabón intermedio, un guía que coge de la mano a las generaciones venideras para conducirlas hasta otro lugar, que cree más seguro. En cambio, un hombre sin hogar es alguien que, por obra del azar, por un capricho del destino, por su culpa o por culpa de su carácter, no quiso o no supo en sus años de infancia y de juventud entablar relaciones estrechas e íntimas con el entorno en que crecía y maduraba. No tener hogar no implica, pues, vivir bajo un puente o en el andén de una estación de metro poco concurrida, como por ejemplo, nomen omen, la estación Europe de la línea Pont de Levallois-Gallieni. Sólo significa que la persona con esta tara es incapaz de determinar la calle, la ciudad o el pueblo que considera su hogar y, como suele decirse, su patria chica.

Adam Zagajewski
Dos ciudades

Acantilado