SIN SENTIMENTALISMO
Si los hombres se dividen en sedentarios,
emigrantes y los que no tienen hogar, probablemente yo formo parte de esta
última categoría, si bien la concibo de un modo archimaterial, sin una sombra
siquiera de sentimentalismo o autocompasión. Los sedentarios mueren donde
nacieron. Existen casas de campo que una misma familia habita desde hace más de
diez generaciones. Los emigrantes anidan en el extranjero y de esta manera
hacen posible que sus hijos vuelvan a formar parte de la categoría de los
sedentarios (aunque hablen otro idioma). De modo que el emigrante es un eslabón
intermedio, un guía que coge de la mano a las generaciones venideras para
conducirlas hasta otro lugar, que cree más seguro. En cambio, un hombre sin
hogar es alguien que, por obra del azar, por un capricho del destino, por su
culpa o por culpa de su carácter, no quiso o no supo en sus años de infancia y
de juventud entablar relaciones estrechas e íntimas con el entorno en que
crecía y maduraba. No tener hogar no implica, pues, vivir bajo un puente o en
el andén de una estación de metro poco concurrida, como por ejemplo, nomen
omen, la estación Europe de la línea Pont de Levallois-Gallieni. Sólo significa
que la persona con esta tara es incapaz de determinar la calle, la ciudad o el
pueblo que considera su hogar y, como suele decirse, su patria chica.
Adam
Zagajewski
Dos
ciudades
Acantilado