Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta Dinesen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dinesen. Mostrar todas las entradas

viernes, 19 de julio de 2019

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






INADAPTADOS

“En lo que respecta a Berkeley Cole y Denys Finch-Hatton mi casa era un local comunista. Se sentían orgullosos de que todo lo que en ella había fuera suyo y traían cosas que creían que le faltaba. Consiguieron que la casa tuviera una elevada categoría en vino y en tabaco, y me traían libros y discos de gramófono de Europa. Berkeley llegaba con su automóvil cargado de pavos, huevos y naranjas de su propia granja en el monte Kenia. Los dos querían que me convirtiera en una experta en vinos como ellos y gastaban mucho tiempo e ideas en la tarea. Les gustaba mucho mi cristalería y mi porcelana danesas, y solían montar en la mesa del comedor una alta y resplandeciente pirámide con toda la cristalería, una pieza sobre otra; les gustaba verla.
         Berkeley, cuando estaba en la granja, se bebía una botella de champán cada mañana a las once. Una vez, cuando se estaba despidiendo de mí y me daba las gracias por el tiempo pasado en la granja, añadió que había un único borrón en el cuadro, y era que habíamos utilizado copas toscas y vulgares para nuestro vino que tomábamos bajo los árboles.
         -- Ya lo sé, Berkeley –le dije--, pero es que tengo muy pocas copas buenas y los criados pueden romperlas al traerlas hasta tan lejos.
         Me miró gravemente, su mano en la mía.
         --Pero, querida –dijo--, ha sido tan triste.
         A partir de entonces hizo llevar mis mejores copas al bosque.
         Había algo muy curioso en Berkeley y Denys –sus amigos en Inglaterra sintieron mucho que emigraran y en la colonia eran muy queridos y admirados—y es que, a pesar de todo, eran unos inadaptados. No es que la sociedad los hubiera echado ni que los hubieran expulsado de lugar alguno en el mundo, sino que era una cuestión de tiempo, no pertenecían a su siglo. No podía haberlos producido otra nación que Inglaterra, pero eran ejemplos de atavismo, la suya era una Inglaterra primigenia, que ya no existía. En aquella época no tenían hogar, viajaban de un lado para otro y con el tiempo llegaron hasta la granja. De eso no se daban cuenta. Tenían un sentimiento de culpabilidad por haberse ido de Inglaterra como si sólo hubiera sido por aburrimiento, esquivando un deber que sus amigos seguían cumpliendo. Denys, cuando hablaba de sus años jóvenes –aunque seguía siendo joven--, del futuro y de los consejos que le daban sus amigos en Inglaterra, citaba al Jacques de Shakespeare:

                            Si alguna vez ocurre
                            que cualquier hombre se convierte en asno,
                            dejando su riqueza y comodidades
                            para agradar a su terca voluntad…

         Pero se equivocaba sobre sí mismo, como también Berkeley y también, quizá Jacques. Se creían desertores que alguna vez tendrían que pagar por su obstinación, pero en realidad eran exiliados que soportaban su exilio con buen humor.”

Isak Dinesen. 
Lejos de África. 
Ediciones Alfaguara.

viernes, 12 de julio de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EL LORO


Un viejo armador danés recordaba los días de su juventud y cómo una vez, cuando tenía dieciséis años, se pasó una noche en un burdel de Singapur. Había ido con los marineros del barco de su padre y se sentó a charlar con una anciana china. Cuando ella oyó decir que era natural de un país muy lejano trajo un viejo loro que le pertenecía. Contó que hacía mucho, mucho tiempo, se lo había regalado un noble inglés que había sido su amante en su juventud. El muchacho pensó que el loro podía tener hasta cien años. Podía decir frases en todos los idiomas del mundo, aprendidas en la atmósfera cosmopolita de la casa. Pero el amante de la mujer china le había enseñado una frase antes de regalárselo, que ella no entendía, ni ningún visitante le había podido decir qué significaba. Así que llevaba muchos años preguntándolo. Pero como el muchacho era de tan lejos quizá fuera en su idioma y pudiera traducirle la frase.
         El muchacho quedó profunda, extrañamente conmovido por la sugerencia.  Cuando miró al loro y pensó que podía oír danés de aquel terrible pico estuvo a punto de marcharse corriendo de la casa. Sólo se quedó por ayudar a la anciana china. Pero cuando ella hizo que el loro dijera su frase, resultó ser en griego clásico. El pájaro dijo sus palabras muy lentamente, y el muchacho sabía lo suficiente de griego como para reconocerlas; eran unos versos de Safo:

La luna y la Pléyades se han puesto,
y medianoche es pasada,
y las horas huyen, huyen,
y yo estoy echada, sola.

La anciana, cuando él le tradujo los versos, chasqueó los labios e hizo girar sus ojos rasgados. Le pidió que se los dijera otra vez y movió la cabeza.


Isak Dinesen. Lejos de África. Ediciones Alfaguara.