Mi lista de blogs

Mostrando entradas con la etiqueta Condori. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Condori. Mostrar todas las entradas

miércoles, 29 de agosto de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL CAJÓN DE JOSEFA


“Destapé la frazada y era ella. En verdad mi mujer estaba muerta, con los ojos como mirándome. Aquí es donde mi corazón se puso amargo y como sonámbulo, desesperado. La sacudía agarrándola de sus cabellos:
        --Oye Josefa, oye Josefa – diciendo.
Pero estaba muerta, desnudita, la ropa de enferma que le dieron ya le habían quitado.
Si no hubiera llevado a mi mujer al hospital, creo que no hubiera muerto. Porque ya después me enteré que se podía curar fácilmente el pulmón-resfrío, haciéndole tomar qonchu caliente con trago y huevo batido. Porque con la tos de este resfrío nuestro pulmón se llena de huecos y este medicamento tapa los huecos s como barro. Así, ella no hubiera muerto, hasta me hubiera estado acompañando.
Mi pobre alma, en la morgue, esta botada en el suelo. Unos me decían: llévatela, y otros me decían: para sacar tu alma primero haz esto, haz aquello. En eso intervino un panteonero, diciendo:
        --Es alma pobre, que la boten a la fosa común.
Mi corazón que estaba amargo de dolor, se volteó, hirviendo, al odio. Parecía que de mis ojos salían llamas de fuego que lo iban a matar a ese panteonero. ¿Cómo, a ver, la iban a botar a la fosa común a mi pobre alma, si yo estaba a su lado y podía darle sepultura de cristiano, en cajón? Y a esa señorita de blanco, le dije:
        --No mamitay, a mi mujer como a cristiana le voy a dar sepultura en cajón."


Gregorio Condori. 
De nosotros los runas. 
Ediciones Alfaguara.

lunes, 23 de noviembre de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




DOS AMIGOS


       “Cuando salí del cuartel, al año, nos fuimos en busca de trabajo a Quincemil, con un amigo de Pomacanchi. Porque todo el mundo se iba a Quincemil y volvía con mucho dinero.
       --Hay oro en el río para sacar con la mano –decían.
       Y todos se iban. Y también yo y mi amigo nos alistamos. Así partimos para Urcos. Cuando llegamos a Ccatcca, se hizo de noche y nos alojamos en la casa de un conocido de mi amigo. Nos dormimos. Pero el dueño de la casa había sabido andar de noche, por ganados; era ladrón, y trajeron, a eso de la media noche, una vaca y entre todos sus hijos y su mujer, degollaron en wayka. En una olla grande, pusieron agua para el caldo, y así empezaron a sacar trozos de carne, uno para caldo, otro para kanka. Al poco rato, la kanka empezó a oler por toda la casa y nosotros alojados en un rinconcito, sobre dos cueritos, haciéndonos los dormidos, sin movernos. Comieron toda la noche, pura carne.
       Ya cuando estaba por amanecer nos invitaron un poquito de caldo. Y como no durmieron todita la noche, comiendo carne, tampoco nos dejaron dormir a nosotros; después de tomar caldo, nos habíamos dormidos todos, hasta de día. Mientras, los dueños del ganado, junto con las autoridades: Gobernador, Teniente y otros acompañantes, habían seguido las huellas del ganado hasta la casa de nuestro amigo. Como los dueños habían dado parte y vinieron con otros acompañantes, entraron a la casa. Y ya cuando estaban buscando y ante el ladrido de los perros, despertamos. Encontraron carne en las ollas. Seguían buscando y encontraron carne trozada que habían ocultado en la cancha, en unos costales, enterrada con guano. También a nosotros nos encontró el Gobernador de Ocongate, y nos dijo:
       --A ver, ustedes.
       --No papay, somos alojados, estamos de viaje a Marcapata.
       El Gobernador llamó al teniente:
       --A ver, teniente, a estos ladrones.
       Así nos tomaron presos.
       Pero el amigo de la casa no había robado sólo una vaca, sino tres. Cargados de carne en hartas llamas nos trajeron a la cárcel de Urcos. Aquí después de estar encerrados tres días en el calabozo, nos sacaron para prestar nuestra declaración. Nuestro amigo declaró:
       --Sí, papay, señor Juez, empujado por mis pecados para hacer comer a mis hijitos, robé esas vacas.
       Escribieron todo lo que hablaba el amigo en el papel y el juez dijo:
       --Esos alojados pasen: Gregorio ¨Condori, prestar declaración…
       Primero me preguntó a mí:
       --Tu hijo, ¿has visto lo que trajo las vacas o han traído contigo más? Avisa, hijo para ti no habrá pena. Entonces, ¿juntos han vaqueado esas vacas?, avisa sin miedo.
       --No señor, no nos hemos metido a eso nosotros. Éramos alojados. Cómo íbamos a robar esa noche si sólo éramos alojados. Claro, el dueño de la casa caminaba esa noche, pero no hemos visto que degolló la vaca esa noche.
       En ese rato, yo pensé para mí: ya estamos perjudicados cuatro días de viaje. Avisaré lo que comieron carne toda la noche.
       --Sí, señor, han comido toda la noche.
       Y el Juez.
       --¿Comieron toda la noche?
       --Sí, señor han comido toda la noche.
       --Y a ustedes ¿no les invitaron siquiera un poquito para comer?
       --No nos dieron nada para comer.
       --¿Cómo? Avisa, entonces, si han robado con ustedes más. Avisa toda la verdad, yo no te voy a castigar.
       --No, papay.
       --Entonces, nada les invitó.
       --Nada, papay.
       Así preguntaba. Pero después volvía a preguntar:
       --Y cómo ¿nada les ha invitado? ¿Ni siquiera un poquito?
       Entonces, como tanto preguntaba, yo le dije:
       --Sí, nos invitó sólo caldito, pero no su carne; sólo su caldito.
       Y el Juez decía:
       --No, hijo; ahora, de eso vas a ir a la cárcel. Ese caldo vale, era sustancia de la vaca. La carne no vale sin el caldo, en el caldo está la sustancia. De eso vas a ir a la cárcel. Si estabas comiendo carne robada has debido avisar a la justicia; ésa es tu culpa: no haber avisado.”



Wayka: trabajo en común.
Kanka: carne asada en la brasa del fogón.


Gregorio Condori. De nosotros los runas. Ediciones Alfaguara.