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miércoles, 29 de agosto de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EL CAJÓN DE JOSEFA


“Destapé la frazada y era ella. En verdad mi mujer estaba muerta, con los ojos como mirándome. Aquí es donde mi corazón se puso amargo y como sonámbulo, desesperado. La sacudía agarrándola de sus cabellos:
        --Oye Josefa, oye Josefa – diciendo.
Pero estaba muerta, desnudita, la ropa de enferma que le dieron ya le habían quitado.
Si no hubiera llevado a mi mujer al hospital, creo que no hubiera muerto. Porque ya después me enteré que se podía curar fácilmente el pulmón-resfrío, haciéndole tomar qonchu caliente con trago y huevo batido. Porque con la tos de este resfrío nuestro pulmón se llena de huecos y este medicamento tapa los huecos s como barro. Así, ella no hubiera muerto, hasta me hubiera estado acompañando.
Mi pobre alma, en la morgue, esta botada en el suelo. Unos me decían: llévatela, y otros me decían: para sacar tu alma primero haz esto, haz aquello. En eso intervino un panteonero, diciendo:
        --Es alma pobre, que la boten a la fosa común.
Mi corazón que estaba amargo de dolor, se volteó, hirviendo, al odio. Parecía que de mis ojos salían llamas de fuego que lo iban a matar a ese panteonero. ¿Cómo, a ver, la iban a botar a la fosa común a mi pobre alma, si yo estaba a su lado y podía darle sepultura de cristiano, en cajón? Y a esa señorita de blanco, le dije:
        --No mamitay, a mi mujer como a cristiana le voy a dar sepultura en cajón."


Gregorio Condori. 
De nosotros los runas. 
Ediciones Alfaguara.