EL CAJÓN DE JOSEFA
“Destapé la frazada y era ella. En
verdad mi mujer estaba muerta, con los ojos como mirándome. Aquí es donde mi
corazón se puso amargo y como sonámbulo, desesperado. La sacudía agarrándola de
sus cabellos:
--Oye
Josefa, oye Josefa – diciendo.
Pero estaba muerta, desnudita, la
ropa de enferma que le dieron ya le habían quitado.
Si no hubiera llevado a mi mujer
al hospital, creo que no hubiera muerto. Porque ya después me enteré que se podía
curar fácilmente el pulmón-resfrío, haciéndole tomar qonchu caliente con trago y huevo
batido. Porque con la tos de este resfrío nuestro pulmón se llena de huecos y
este medicamento tapa los huecos s como barro. Así, ella no hubiera muerto,
hasta me hubiera estado acompañando.
Mi pobre alma, en la morgue, esta
botada en el suelo. Unos me decían: llévatela, y otros me decían: para sacar tu
alma primero haz esto, haz aquello. En eso intervino un panteonero, diciendo:
--Es
alma pobre, que la boten a la fosa común.
Mi corazón que estaba amargo de
dolor, se volteó, hirviendo, al odio. Parecía que de mis ojos salían llamas de
fuego que lo iban a matar a ese panteonero. ¿Cómo, a ver, la iban a botar a la
fosa común a mi pobre alma, si yo estaba a su lado y podía darle sepultura de
cristiano, en cajón? Y a esa señorita de blanco, le dije:
--No
mamitay, a mi mujer como a cristiana le voy a dar sepultura en cajón."
Gregorio Condori.
De nosotros los runas.
Ediciones Alfaguara.
De nosotros los runas.
Ediciones Alfaguara.