«Las plantas superiores del museo celebraban
el bolchevismo con una colección que ya era historia en sí misma. Era como
recorrer la iglesia de una religión muerta: maquetas doradas a tamaño natural
de episodios históricos canonizados y vitrinas con cartas facsímiles y
documentos, todo cuidadosamente expuesto como si fueran originales. Pero en
realidad allí no había nada: sólo el recuerdo de la propaganda. Los bustos de
sus dioses y santos proletarios parecían mirar desde siglos atrás. Pronto se
los llevarían de allí.»
Colin Thubron