«No dejé de pensar con cierta inquietud que era la primera
vez que tenía un lugar fijo y propio para vivir pero sin tiempo ni siquiera
para darme cuenta. Estaba tan ocupado en sortear mi nueva vida, que mi único
gasto notable fue el bote de remos que cada fin de mes le mande puntual a la
familia. Sólo hoy caigo en la cuenta de que apenas si tuve tiempo de ocuparme
de mi vida privada. Tal vez porque sobrevivía dentro de mí la idea de las
madres caribes, de que las bogotanas se entregaban sin amor a los costeños sólo
por cumplir el sueño de vivir frente al mar. Sin embargo, en mi primer
apartamento de soltero en Bogotá lo logré sin riesgos, desde que pregunté al
portero si estaban permitidas las visitas de amigas de medianoche, y él me dio
su respuesta sabia:
--Está prohibido, señor, pero yo no veo lo que no debo.»
Gabriel García Márquez.