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miércoles, 14 de marzo de 2018

OTRA BALSA EN AQUERONTE





EN MEDIO DE UN TIFÓN


       «Probablemente el logro del que me siento más orgulloso, mi vivencia más intensa, ocurrió cuando tenía diecisiete años. Estaba a bordo de una goleta de tres palos frente a las costas de Japón. Y en medio de un tifón. Toda la tripulación había estado en cubierta durante la mayor parte de la noche. A las siete de la mañana me hicieron salir de la litera para que me hiciera cargo del timón. No llevábamos izado ni un palmo de trapo. Navegábamos a palo seco, pero seguíamos avanzando a buena velocidad. La distancia entre olas debía de ser de aproximadamente un octavo de milla, pero el viento batía con fuerza sus crestas llenando el aire con tales rociones que era imposible poder ver más de dos olas a la vez. La goleta era prácticamente ingobernable, escoraba constantemente a estribor y a babor, viraba y cabeceaba hacia cualquier rumbo entre el sudeste y el sudoeste, y crujía cuando las olas la levantaban bruscamente amenazando con volcarla. Si hubiese llegado a volcar se habría perdió irremediablemente junto con las vidas de todos los que íbamos a bordo.
       Me puse a la caña. El contramaestre me observó durante un rato. Dudaba de mí por mi juventud: creía que quizá no tuviese la fuerza ni los nervios necesarios; pero cuando me vio gobernar la goleta entre unas cuantas olas se dio por satisfecho y bajó a desayunar. De repente, todos estaban abajo desayunando. Si hubiésemos volcado, ninguno de ellos habría podido llegar jamás a cubierta. Durante cuarenta minutos estuve a solas con la rueda del timón, dominando la salvaje navegación de la goleta y con las vidas de veintidós hombres en mis manos. En una ocasión me entró una gran ola por popa. La venir a tiempo y, medio ahogado por las toneladas de agua que me caían encima, logré mantener el rumbo y enfilar correctamente la proa. Al cabo de una hora, empapado y extenuado, me relevaron. Pero, ¡lo había conseguido! Con mis propias manos había conseguido dominar el timón y conducir cien toneladas de madera y acero a través del viento y de millones de toneladas de agua.
       Mi satisfacción radicaba en que yo lo había hecho, no en que veintidós hombres supiesen que yo lo había hecho. Un año más tarde, la mitad de aquellos hombres había muerto…»


Jack London. 
El crucero del Snark. 
Editorial Juventud.

lunes, 11 de abril de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






LOCO


       «Nuestras amistades no podían comprender qué nos impulsaba este viaje. No hacían más que proferir quejas y lamentos. Nada podía hacerles entender que lo que hacíamos era dejarnos llevar por la inercia; que para nosotros era más fácil sucumbir a la atracción del mar y surcarlo  en una pequeña embarcación que quedarnos en tierra firme, de la misma forma que para ellos era más sencillo quedarse en tierra que lanzarse a la mar. Es un estado mental provocado por un excesivo egocentrismo. No pueden salir de sí mismos. No pueden alejarse lo suficientemente de sí mismos como para darse cuenta de que su fluir quizá sea diferente al de los demás. Creen que sus deseos y preferencias forman un conjunto con el que han de medirlos los deseos y preferencias del resto de los seres. Esto es injusto. Y yo así se lo digo. Pero no pueden apartarse lo suficiente de sus propios y miserable egos como para llegar a oírme. Creen que estoy loco. Por lo tanto, les soy simpático. Es una situación que ya me es familiar. Todos tendemos a creer que algo debe fallar en la mente de aquellos que no están de acuerdo con nosotros.»


Jack London. El crucero del Snark. Editorial Juventud.