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viernes, 23 de noviembre de 2018

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA







LIED DE LA NOCHE


La nuit vient sur un char conduit par le silence

La Fontaine
Y, de repente,
llega la noche
como un aceite
de silencio y pena.
A su corriente me rindo
armado apenas
con la precaria red
de truncados recuerdos y nostalgias
que siguen insistiendo
en recobrar el perdido
territorio de su reino.
Como ebrios anzuelos
giran en la noche
nombres, quintas,
ciertas esquinas y plazas,
alcobas de la infancia,
rostros del colegio,
potreros, ríos
y muchachas
giran en vano
en el fresco silencio de la noche
y nadie acude a su reclamo.
Quebrantado y vencido
me rescatan los primeros
ruidos del alba,
cotidianos e insípidos
como la rutina de los días
que no serán ya
la febril primavera
que un día nos prometimos.

Álvaro Mutis

miércoles, 19 de marzo de 2014

OBITER DICTUM





“Los periódicos de hace algunos días anunciaron que la aparición en Alemania de los Diarios de Thomas Mann había sido recibida con notoria indiferencia. El autor de La montaña mágica dispuso que estos diarios sólo se publicaran al cumplirse los veinte años de su muerte. Esta frialdad de los lectores alemanes, hacia uno de sus más famosos escritores de los últimos cincuenta años, me ha llevado a reflexionar un poco sobre el fenómeno del olvido de nombres que fueran ilustres en un determinado momento de la vida literaria.
         Por lo que toca a Thomas Mann, es preciso reconocer que, si bien fue el autor de La montaña mágica, de Doctor Faustus y de La muerte en Venecia, también lo fue, por desdicha, de Las confesiones del estafador Félix Kruhl, de Las cabezas trocadas, de La engañada y de otras obras aun más débiles y farragosas. Su estilo pomposo solía caer con frecuencia en un soso y profesoral cubileteo de ideas, a menudo manidas y, en algunos casos, prestadas artificiosamente a los grandes autores de la literatura y el pensamiento germanos. Hay en Mann, no siempre por fortuna, un regodeo y un coqueto énfasis en su propio ingenio, esa debilidad del actor cabotin que se mira actuar y cae en la obviedad y el mal gusto. Tal vez los Diarios estén llenos de tales pasajes y de allí la indiferencia de los paisanos del autor que anota el cable.
         Pero este caso de Mann me ha llevado, decía, a otros nombres y a otros lugares. Qué ha pasado, por ejemplo, con André Gide. Ese Gide que llenó nuestra adolescencia de inquieta y febril esperanza en una vida plena, en donde los sentidos iban a ensanchar sus posibilidades hasta horizontes insospechados. El Gide de Les nourritures terrestres y de Les faux monnayeurs y, luego, más tarde, el Gide del Journal, que nos deslumbró con la certeza de un estilo espléndido. ¿Quién lee hoy a Gide? En Francia casi nadie. Hace mucho que sus obras no se editan, ni llegan al gran público lector. Pero lo que aún es para mí, más inquietante: ¿Quién recuerda hoy a Jean Giraudoux, al novelista delicioso de Simon le pathétique, Sigfried et le limousin, y Suzanne et le Pacifique? Esa prosa tersa, eficaz, rápida de Giraudoux, que a nuestros deslumbrados veinte años nos daba la impresión de estar leyendo un clásico, un escritor intemporal y soberbio que nos acompañaría el resto de nuestros días; esa prosa ha sido ignorada por las nuevas generaciones de lectores de Francia y del mundo. No se edita ya tampoco a Giraudoux. Pasando al terreno de nuestro idioma, me pregunto también: ¿Quiénes leen hoy a Gabriel Miró, a Azorín o a Pérez de Ayala? Ellos que, en su momenco, nos dieron también al leerlos, la impresión de estar frecuentando y gozando a un clásico de nuestro idioma, a un escritor que había vencido la fama pasajera y la acción corrosiva del tiempo. ¿Quién los lee hoy en España y América, con excepción de algún estudiante en trance de tesis? ¿Y quién lee hoy a Norman Douglas, a Aldous Huxley, a Knut Hamsun, a Panait Istrati, a Charles Morgan, a John Dos Passos, a tantos otros que deslumbraron nuestra adolescencia y nuestra juventud?
         Ya hemos caído en la villonesca lamentación que conduce a la autopiedad estéril, a la saudade innecesaria. Pienso yo que, tras este primer regreso al olvido nivelador y no siempre justiciero, hay un regreso ‑o varios, según el tiempo y la obra, como es obvio‑, que es el que nos permite ahora leer, bajo una nueva luz reveladora de inesperadas y magníficas zonas, antes ocultas, la obra de Valle Inclán, de Céline, de Musil, de Arnold Bennet, de Gustav Meirink, de Joseph Roth, y de otros grandes novelistas, que regresan de la penumbra de un relativo olvido, para inquietar de nuevo y enriquecer una vez más el ámbito literario del que se hallaban ausentes.
         Bello libro, digno de Thibaudet o de un Edmund Wilson, aquel que analizara los secretos mecanismos que mueven esta marea de la fama, hasta conseguir desentrañar el secreto de este fenómeno insusitado y a menudo absurdo que llamamos un clásico.”


Álvaro Mutis.

martes, 21 de febrero de 2012

OBITER DICTUM





“Para el lector nato la lectura es como una segunda vida, una existencia paralela que corre al lado de la cotidiana sólo en apariencia más real que aquella. Tiene todos los accidentes y características que señalan nuestro paso por la tierra: nacimiento, primeras sorpresas, entusiasmos que en el momento nos parecen perdurables, amores a primera vista, rechazos injustificados, decepciones, amargas enseñanzas, mundos enteros que se abren al apetito de nuestros sueños, amistades difíciles y antipatías incomprensibles, maduras revisiones, reencuentros decepcionantes, rectificaciones aleccionadoras, amistades para toda la vida, arduos intentos de establecer una relación y que terminan en tristes distanciamientos: dos o tres títulos al pie de nuestro lecho de agonía, últimas palabras que nos llegan al oído dichas por alguien que, en ese instante, nos revela quizás un secreto celosamente guardado. Así vive el lector su relación con los libros, así la disfruta y así la padece hora tras hora, día tras día, año tras año. Si las cosas no suceden de esta manera, sencillamente es que estamos ante una falsa vocación, ante un fariseo de los muchos que en este terreno existen o, simplemente, ante alguien que buscó otros caminos de conocimiento, otras secretas rutas para alimentar sus sueños, otra manera de encontrar las respuestas, efímeras o intermitentes como vanos espejismos ya destinadas a calmar la sed que no se sacia.”

Álvaro Mutis

lunes, 20 de junio de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






     GRIETA MATINAL

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria,
y no permitas que se evada por distracción o engaño.
Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.


Alvaro Mutis.