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viernes, 27 de febrero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                  THE BOOK


The place was dark and dusty and half-lost
In tangles of old alleys near the quays,
Reeking of strange things brought in from the seas,
And with queer curls of fog that west winds tossed.
Small lozenge panes, obscured by smoke and frost,
Just shewed the books, in piles like twisted trees,
Rotting from floor to roof—congeries
Of crumbling elder lore at little cost.

I entered, charmed, and from a cobwebbed heap
Took up the nearest tome and thumbed it through,
Trembling at curious words that seemed to keep
Some secret, monstrous if one only knew.
Then, looking for some seller old in craft,
I could find nothing but a voice that laughed.


H. P. Lovecraft.

lunes, 23 de febrero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




TOMAR ALIENTO


“Por lo demás (¿o más familiarmente «por otra parte»?), el italiano es lo que es, tampoco puedes deshacerte de golpe —de repente— de sus trampas y rémoras adverbiales, de sus «sin embargo» y de sus «al contario» que hacían bufar a mi amigo Talarico, de la maraña de iterationes y consecutiones con las que la raíz latina continúa (o prosigue, o sigue) imponiéndonos su exceso y su jactancia racionalista, su escaramuza de gerundios, subjuntivos, optativos, condicionales, que los ingleses, afortunados ellos, pueden englobar en ese pragmático recurso que les permite emplear el indicativo y el infinitivo, y eso no es todo, pensad en la ventaja de no tener que decidir continuamente si el adjetivo debe anteponerse al sustantivo o viceversa, es una batalla desigual, más o menos como utilizar una maza medieval contra alguien armado de espada y puñal, aunque la maza ofrece claramente ciertas ventajas en los casos en que haya que asestar un golpe definitivo, la verdad es que un italiano debería hablar, escribir y sobre todo recitar en verso o tal vez probar con el contragolpe como hicieron esencialmente todos nuestros subversivos, desde Maquiavelo a Aretino y Ruzante y, a su manera, Pirandello, y, en caso necesario, dar ese pasito más que te emancipa de los aprietos de la puntuación, porque, allí también, hay un grumo de vicio, de holgazanería, puede que de superstición, como en mi inexplicable simpatía por el número cinco, y es evidente que librarse de las comas y los puntos y comas no es la solución a todos los problemas ni siquiera es algo nuevo no lo ha sido nunca y está claro que no lo inventó Giuseppe Berto en El mal oscuro ni siquiera Beckett y hasta el mismo Joyce lo habrá reinventado siguiendo vete a saber qué rastro antiguo la cuestión es que ciertas recherches no pueden hacerse seriamente sin sacudirse de encima la tiranía de las cláusulas formales tanto es así que el viejo Croce sigue asegurándonos  que el contenido acabará por parir alguna forma propia por lo tanto un poco de ánimo qué diablos o si preferís «no es para tanto» como mucho habremos escrito alguna chorrada o alguna página sibilina procuremos pues pescar en el depósito y llena al menos las lagunas más importantes a lo sumo pogamos algún punto donde sea necesario para que el discurso no se vuelva del todo indescifrable o bien por otro motivo más simple para tomar aliento de vez en cuando.”


Vittorio Gassman. Un gran futuro a mis espaldas. Acantilado.

jueves, 19 de febrero de 2015

OBITER DICTUM






«Y una de las reglas más seguras ante el tapete verde es ésta: cuando veas a un jugador que está cansado y tiene mala suerte, que apuesta una y otra vez al mismo número y siempre sin éxito, apuesta tú al número que hasta ahora ha probado en vano y que al fin abandona por cansancio, porque es seguro que saldrá.»

Herman Hesse.

miércoles, 18 de febrero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






ENTRE BUDAS


        “A la mañana siguiente, por casualidad, encuentro a dos amigos estadounidenses que también estudian en la Universidad de Nankín. Acaban de regresar de las grutas de Mogao en Dunhuyang, a unas pocas horas al sur. Opinan, como yo, que las cuevas son hermosas, pero que los guías no llegan a mediocres. La mujer que nos ofrece una somera visita ilumina de vez en cuando un rincón con una linterna que sostiene con opresivo aburrimiento y luego cierra con llave cada cueva a la salida. La vida de Buda, descrita por medio de una serie de murales en una cueva, es interpretada en función de la lucha de clases. Es más gratificante contemplar las pinturas de los murales en un libro. Sin embargo, nada puede destruir la belleza física del oasis: dunas perfectas se alzan sobre un acantilado rocoso, y un manantial salobre riega más abajo algunos bosquecillos de manzanos y albaricoques. Cuando estuve ahí el mes pasado, al final me alejé de la guía y me puse a pasear por entre los árboles frutales. Más tarde, apoyándome sobre los hombros de un amigo, conseguí escalar una cueva tapiada que la visita guiada había pasado por alto. Contenía murales tántricos de una sexualidad intensa y un tanto gimnástica.
        Los inmensos budas esculpidos en Dunhuang, demasiado grandes para dejarse encerrar con comodidad, contemplan con majestuosidad el desierto situado al otro lado del oasis. Quizá la mejor manera de ilustrar la influencia de las variaciones nacionales sobre el estilo artístico y del estilo artístico sobre el efecto emocional sea comparar las imágenes de Buda de diferentes países: las dos grandes estatuas de Dunhuang, las de las cuevas de Datong, por no mencionar la del Buda más grande del mundo, el de Leshan en Sichuan, me trasmiten una intimidante sensación de fuerza; en los budas indios, en cambio, veo una tranquilidad meditativa; y en el gran Buda de bronce de Kamakura en Japón, que se inclina ligeramente hacia la gente que está abajo, tiene una expresión de compasión y ternura tan profunda que su tamaño deja de ser agobiante.”


Vikram Seth. Desde el lago del Cielo. Ediciones B.

lunes, 16 de febrero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






PRINCIPE DE LAS TINIEBLAS


El limpio cielo
Del Sur El calor de una copa
Mientras escucho a Mozart
Las telas de Velázquez o Rousseau
Estas playas en calma que contemplo
Y aquellas que Homero
O con Virgilio he divisado tantas veces
Quienes me amaron y yo amé
La lealtad que mi alma
Guarda a determinados
Paisajes rostros libros
La luz de la cabecera de mi cama
Y en ella Stevenson Montaigne
Cervantes Tácito Stendhal
Shakespeare o Borges
Mi cuerpo y mi destino
Que acepto

                Eso es todo


José María Álvarez

viernes, 13 de febrero de 2015

ALLÁ EN LAS INDIAS






UN GRILLO DE CÁDIZ


         Remediada el agua de la nao capitana, y proveidas las cosas necesarias de agua y carne y otras cosas, nos embarcamos en seguimiento de nuestro viaje, y pasamos la línea Equinoccial; y yendo navegando requerió el maestre el agua que llevaba la nao capitana, y de cien botas que metió no halló más de tres, y habían de beber de ellas cuatrocientos hombres y treinta caballos. Y vista la necesidad tan grande, el Gobernador manó que tomase la tierra, y fueron tres días en demanda de ella; y al cuarto día, un hora antes de amaneciese acaesció una cosa admirable, y porque no es fuera de propósito, la porné aquí, y es que yendo con los navíos a dar tierra en unas aguas peñas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que venían en los navíos, comenzó a cantar un grillo, y había dos meses y medio que navegábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de lo cual el que lo metió venía muy enojado, y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las peñas, que estaban un tiro de ballesta de la nao, y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque íbamos al través a dar en las peñas; y así, las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos; que es cierto, si el grillo no cantara nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos; y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo por nosotros; y de ahí en adelante, yendo navegando por más de cien leguas por luengo de costa, siempre todas las noches el grillo nos daba su música; y así, con ella llegó el armada a un puerto que se llamaba la Cananea, que está pasado el Cabo-Frío, que estará a veinte y cuatro grados de altura. Es un buen puerto; tiene unas islas a la boca de él; es limpio, y tiene once brazas de hondo. Aquí tomo el Gobernador la posesión de él por su majestad; y después de tomada, partió de allí, y pasó por el río y bahía que dicen de San Francisco, el cual está veinte y cinco leguas de la Cananea, y de allí fue el armada a desembarcas en la isla de Santa Catalina, que está veinte y cinco leguas del río de San Francisco, y llegó a la isla de Santa Catalina con hartos trabajos y fortunas que por el camino pasó, y llego allí a 29 días del mes de marzo de 1541. Está la isla de Santa Catalina en veinte y ocho grados de altura escasos.


Alvar Nuñez Cabeza de Vaca. El Río de la Plata.

lunes, 9 de febrero de 2015

OBITER DICTUM






Algunos tienen una cara tan gorda, que pueden darse el lujo de reír bajo su grasa, sin que el más avezado fisonomista sea capaz de percibirlo. No como nosotros, miserables criaturas descarnadas cuya alma está inmediatamente debajo de la epidermis, y que nos expresamos siempre en un idioma en el que es imposible mentir.”


Georg C. Lichtenberg

miércoles, 4 de febrero de 2015

Y EL ÓBOLO BAJO LENGUA






     YO FUI...

Yo fui.

Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.

Busqué lo que pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
lo que pinta el deseo en días adolescentes.
Canté, subí,
fui luz un día
arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo negro,
en el mundo insaciable.

He sido.


                              Luis Cernuda

lunes, 2 de febrero de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN EL REINO DE NADEZHDA


“Nevaba fuerte la tarde en que fui a ver a Nadezhda Mandelstam. La nieve de mi abrigo se fundía y dejaba un reguero de agua sobre el suelo de su cocina. La cocina olía a queroseno y a pan rancio. Sobre la mesa había unos aros pegajosos de color púrpura, un jarrón lleno de begonias y unos vasos secos dejados allí desde la levedad de un verano ruso.
         Un tipo gordo con gafas salió del dormitorio. Se me quedó mirando mientra se anudaba una bufanda en torno a sus mofletes, y se fue.
         Ella me hizo entrar. Estaba tumbada sobre el lado izquierdo, encima de la cama, en medio de las sábanas arrugadas, apoyando la cabeza sobre el puño cerrado. Me saludó sin moverse,
         --¿Qué le parece mi médico? –se burló ella--. Estoy enferma.
         El médico, supongo, era el hombre del KGB que tenía asignado.
         La habitación atufaba de calor y estaba toda regada de libros y ropa. Su pelo de mala calidad parecía liquen, y la luz lateral de la lámpara lo traspasaba. Refuerzos de metal blanco brillaban entre los oscuros espetones de sus dientes. Un cigarrillo colgaba de su labio inferior. Su nariz era un arma. Uno se daba cuenta de inmediato de que era una de las mujeres más poderosas del mundo, y ella lo sabía.
         Un amigo de Inglaterra me había aconsejado que le llevara tres cosas: champán, novelas policíacas baratas y mermelada. Ella se quedó mirando al champán, y dijo: «¡Bollinger!», sin demasiado entusiasmo. Se puso a mirar las novelas y dijo:
         --Romans policiers! ¡La próxima vez que venga a Rusia tráigame verdadera BASURA!
         Pero cuando saqué los tres frascos de mermelada de naranjas sevillanas hechos por mi madre, se quitó el cigarrillo de la boca y sonrió.
         --Gracias, querido. La mermelada es mi infancia. Y dime, querido… --me indicó por señas que cogiera una silla, y en aquel momento una de las tetas se le salió del camisón--. Dime… --volvió a meterse el pecho dentro--, ¿hay algún gran poeta en tu país? Quiero decir verdaderamente grande… De la estatura de Joyce o de Eliot…
         Auden seguía vivo en Oxford. Así que, débilmente, sugerí que Auden.
         --¡Auden no es lo que yo llamaría un gran poeta!
         --Sí –dije--. La mayor parte de las voces están calladas.
         --¿Y en prosa?
         --No mucho.
         --¿Y en América? ¿Hay poetas?
         --Algunos.
         --Dime, ¿fue Hemingway un gran novelista?
         --No siempre –dije--. No ya al final. Aunque hoy goza de poca estima. Sus primeros cuentos son maravillosos.
         --El novelista americano maravilloso es Faulkner. Estoy ayudando a un joven amigo a traducir a Faulkner al ruso. Y tengo que decirle que estamos encontrando dificultades. En Rusia –gruñó—ya no quedan grandes escritores. También aquí las voces se han callado. Tenemos a Solyenitsin. Cuando cree que está diciéndote la verdad, cuenta las falsedades más terribles. Pero cuando piensa que está escribiendo una historia sacada de su imaginación, entonces, a veces, logra la verdad.
         --¿Qué piensa usted de ese relato…? –balbucí--. He olvidado su nombre. Ése donde la anciana es arrollada por un tren.
         --¿Quiere decir usted La casa de Matriona?
         --Sí, ése –dije--. ¿Cree usted que logra la verdad?
         --¡Eso nunca podría haber ocurrido en Rusia!
         Sobre la pared encima de la cama, había un lienzo blanco, colgado en oblicuo. La pintura era blanca, blanco sobre blanco, unas pocas botellas blancas sobre un fondo blanco puro. Conocía al autor de la obra: un judío ucraniano, como ella.
         --Veo que tiene usted un cuadro de Weissberg –dije.
         --Sí. Y me pregunto si querría usted ponérmelo derecho. Tire un libro y le di al cuadro por error. ¡Un libro desagradable de una escritora australiana!
         Le enderecé el cuadro.
         --Weissberg –dijo—es nuestro mejor pintor. Tal vez sea eso todo lo que puede hacerse hoy en Rusia: ¡pintar en blanco!”


Bruce Chatwin. ¿Qué hago yo aquí? Muchnik Editores.