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martes, 11 de enero de 2022

OBITER DICTUM






“Hemingway, querámoslo o no, es el más influyente escritor americano nacido este siglo. Su influencia en el cine americano es enorme. Sus cuentos se publicaron antes de la llegada del sonido, pero su primera novela salió en 1927, justo cuando el cine mudo se hizo hablado. La mayor parte de los guiones de entonces eran comedias de Broadway, pero un poco más tarde cada personaje de cada película de Hollywood no sólo hablaba como los personajes de Hemingway sino que bebían y eran alegres pero infelices, igual que los personajes de Hemingway. Pronto no se podía saber si los personajes de Hemingway hablaban como actores de cine o si los actores de cine hablaban como personajes de Hemingway. Un poderoso paradigma es El halcón Maltés, en que todos los personajes de Dashiell Hammett hablan como personajes de Hemingway y el actor en particular, Humphrey Bogart, hablará para siempre así.”


Guillermo Cabrera Infante.

domingo, 24 de noviembre de 2019

OBITER DICTUM






«Presentes los famosos y los poderosos, en la autobiografía de Chaplin están ausentes gente como Buster Keatón, que estuvo con él en Candilejas (por cierto la secuencia del dúo Keatón-Chaplin, maestros del music hall, en que el viejo Buster se hizo culpable por su excelencia, fue reducida al mínimo para que el segundo brillara más que el maestro), ni Harry Langdon, ni Groucho Marx o al menos Harpo que también se negaba a hablar ni a Laurel (que vino con él a América y juntos fueron a Hollywood) ni a Hardy. Su memoria se hizo tan renuente como cuando olvidó que Raquel Meller cantaba cuplés. Pero el olvido mayor ocurre cuando no recuerda para nada a su fotógrafo de 35 años, el leal Rollie Totheroh, que lo acompaño hasta Candilejas.»


Guillermo Cabrera Infante

lunes, 14 de septiembre de 2015

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE








EL SUEÑO DE FULLER


“Conocí a Samuel Fuller cuando viajé a Hollywood en 1970. Teníamos el mismo agente y coincidimos en una fiesta que dio éste en su casa en un cañón. Conversamos brevemente, pero por azares de las distancias en Los Ángeles y el transporte siempre precario, él y su mujer alemana se ofrecieron a llevarme a mi hotel. Al conocerlo me sorprendió las escasa estatura de Fuller, la ausencia de esa truculencia exhibida en sus fotos y aun en su breve aparición en Pierrot le Fou, donde Godard le hizo un homenaje visual después de haberle dedicado su Made in USA antes.
         Fuller, en la vida, era un viejito amable a quien cualquier director de reparto hubiera asignado enseguida el papel de sabio europeo en una película de espionaje atómico de los años cincuenta. Durante el largo trayecto en su auto, pudimos conversar. Quise llevar la conversación, casi un interrogatorio, al terreno del cine, a pesar de que sabía su renuencia a discutir el tema.
         --¿Cuál es el momento que mejor recuerda en el cine?
         Después de un silencio que me hizo creer que no me había oído, con el ruido del motor y el aire vibrando en el cañón, me dijo:
         --Cuando descubrí el cadáver de Jeanne Eagles, siendo un periodista novato.
         Me pareció sorprendente y al mismo tiempo esperado. No sabía que Fuller había encontrado el cadáver de la belleza del cine silente que murió víctima de las drogas, pero era característico que Fuller escogiera no un recuerdo cinematográfico sino periodístico. Dejé esperar un rato para preguntarle por sus proyectos, que son siempre el único futuro posible en Hollywood.
         --No tengo ninguno. Pero le voy a decir cuál es mi sueño. Sé que le va a parecer raro. Lo que quiero es ser dueño de un periódico y dirigirlo.
         No me pareció raro habiendo visto sus películas y sabiendo que el proyecto en que había hundido todo su dinero años antes había sido una película sobre un hombre para quien su sueño –y su pesadilla—fue fundar y dirigir un diario. Sin embargo las mejores películas de Fuller, aun las que tienen que ver con periódicos y periodistas, están bien lejos del periodismo, ya que parecen hechas no para hoy, como los periódicos, sino para mañana. En ese futuro se inscriben. Es así como he visto la mayor parte de ellas: no en el hoy de su estreno sino en el mañana de cines de clásicos, en retrospectivas y, unión de lo inmediato con lo perdurable, en la televisión. Samuel Fuller, finalmente, ha alcanzado la salida del laberinto de hacer películas en la posteridad del cine.”

Guillermo Cabrera Infante. Cine o sardina. Círculo de Lectores.

viernes, 4 de octubre de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



MÁS CORTÉS QUE CORTÉS


“Siempre supimos que iba a hacer cine. Néstor escogió el arte más difícil, la fotografía. Joyce declaró una vez que él era original por decisión propia, aunque estaba menos dotado que nadie para tal tarea. Néstor se hizo fotógrafo por voluntad, por una veta férrea en su carácter que asombraba a quienes no lo conocían. Empezó con una cámara ordinaria y llegó a ser un fotógrafo de primera. Pero cuando me hizo mis primeras fotografías, que estuvo dos horas fotografiando, al final de la sesión descubrió ¡que había dejado la tapa sobre la lente! Era, desde muchacho, sumamente distraído, y ya como fotógrafo profesional tenía asistentes para asegurarse de que no olvidaba nada. Solía tropezar con todos los objetos que estaban en su camino y aún con algunos que no lo estaban.
Néstor, al descubrir La Habana se descubrió a sí mismo, y al declararse homosexual cambió su vida. Pero siempre fue la discreción misma: en el vestir, al hablar, y uno piensa que así debió de ser Kavafis. La Habana fue entonces su Alejandría. Pero, entre amigos, solía bromear de una manera que era asombrosamente cubana y a la vez muy suya. Néstor, tan serio, solía ser en la intimidad devastadoramente cómico con sus apodos para amigos y enemigos: a un conocido comisario cubano lo bautizó para siempre La Dalia.
Néstor se fue de Cuba cuando la dictadura de Batista y regresó al triunfo de Fidel Castro. Casualmente había conocido a Castro al fotografiarlo en la cárcel de su exilio mexicano. Pronto se desilusionó al descubrir que el fidelismo era el fascismo del pobre. Tenía, me dijo, su experiencia en la España de Franco. “Esto es lo mismo. Fidel es igual que Franco, sólo que más alto –y más joven--.” Ambos habíamos fundado, junto con Germán Puig, la Cinemateca de Cuba, que naufragó en la política. Ambos fuimos fundadores del Instituto del Cine (ICAIC) de PM, un modesto ejercicio en free cinema que habían hecho mi hermano Saba y Orlando Jiménez, Néstor, que había devenido crítico de cine de la revista Bohemia, escribió un comentario elogioso. Fue echado de la revista en seguida. Esta expulsión fue su salvación. Poco después salió de Cuba por última vez.
Néstor se hizo un fotógrafo famoso en Europa. Ésta es una reducción de la realidad. Néstor pasó trabajo, necesidades y hasta hambre, como lo atestiguó su amigo Juan Goytisolo, en París. No fue el fotógrafo favorito de Truffaut y de Rohmer de la noche tropical a la mañana francesa. Lo vi a menudo entonces y supe que llegó a dormir en el suelo de un cochambroso cuarto de hotel que alquilaba un amigo. Néstor siempre fue indiferente a la comida, pero lo que tenía que comer en la Ciudad Universitaria no era nouvelle cuisine precisamente. Para proseguir su vocación, llegó a rechazar una oferta de un lujoso colegio de señoritas americano (donde ya había enseñado en su segundo exilio), y persistió en su empeño en Francia, donde se sostenía haciendo documentales para la televisión escolar. Pasaron años antes de que lo invitaran a fotografiar un corto en una película de historietas. Fue así, con trabajo, a través de su trabajo, que se hizo el fotógrafo que fue.
Tengo que hablar, aunque sea brevemente, de su oficio, que era una profesión, que era un arte, que era una sabiduría. Néstor no era el escogido de Truffaut, de Rohmer, de Barbet Schoëder, de Jack Nicholson, de Terry Malick y, finalmente, de Robert Benton por su cara linda, que nunca tuvo, a pesar de su coquetería de lentillas y sombrero alón. (“Tengo”, solía decir, “cara de besugo”) Todos esos directores, y otros que olvido, usaban a Néstor una y otra vez porque Néstor no sólo fotografiaba sus películas, sino que resolvía problemas de decorado, de maquillaje, de vestuario, con su considerable cultura, sino que reescribía los guiones, como hizo con la fracasada penúltima película de Benton. Trabajaba con el director antes y después de la filmación, enderezando entuertos, que eran muchas veces del director, y hasta resolvía problemas de actuación durante el rodaje. Y aún antes, mucho antes. Hace poco, un guionista americano laureado le pidió que leyera su guión sobre la vida y hazañas de Cortés. Néstor hizo sus comentarios siempre sabios. Incluso evitó al escritor una metida de pata hercúlea cuando descubrió Néstor que Cortés estudiaba en el cine su plan de campaña ¡sobre un mapamundi! Néstor, más cortés que Cortés, le indicó al guionista que era un anacronismo, como cuando Shakespeare en Julio César hace sonar 21 cañonazos a la entrada de César en Roma. La comparación con Shakespeare no sólo era caritativa, sino halagadora. Así era Néstor Almendros.”


Guillermo Cabrera Infante. Cine o sardina. Círculo de Lectores.

viernes, 30 de marzo de 2012

OBITER DICTUM







“Las grandes producciones a las que afectó este mal babélico fueron, entre otras, Tener y no tener, El retrato de Dorian Gray y El filo de la navaja. Tengo que decir que Humphrey Bogart, doblado por un actor mexicano, era tan falso y falaz como doblado en España. Todo este doblaje para América se hizo en Nueva York. No hubiera sido mejor en Hollywood. Afortunadamente el público, de Buenos Aires a La Habana, rechazó el doblaje y reclamó la vuelta del subtítulo y también del familiar sonido original. Nadie en América creía que Humphrey Bogart nació hablando español. De este travesti verbal atesoro un momento de Tener y no tener en el que el pseudo Bogart rechazaba los avances de Marcel Dalio con la frase “Besos no, francés, por favor”. Es de una comicidad irreal que Bogart nunca soñó.”


Guillermo Cabrera Infante.