MÁS CORTÉS QUE CORTÉS
“Siempre supimos que iba a hacer cine.
Néstor escogió el arte más difícil, la fotografía. Joyce declaró una vez que él
era original por decisión propia, aunque estaba menos dotado que nadie para tal
tarea. Néstor se hizo fotógrafo por voluntad, por una veta férrea en su
carácter que asombraba a quienes no lo conocían. Empezó con una cámara
ordinaria y llegó a ser un fotógrafo de primera. Pero cuando me hizo mis
primeras fotografías, que estuvo dos horas fotografiando, al final de la sesión
descubrió ¡que había dejado la tapa sobre la lente! Era, desde muchacho,
sumamente distraído, y ya como fotógrafo profesional tenía asistentes para
asegurarse de que no olvidaba nada. Solía tropezar con todos los objetos que
estaban en su camino y aún con algunos que no lo estaban.
Néstor, al descubrir La Habana se descubrió a sí
mismo, y al declararse homosexual cambió su vida. Pero siempre fue la
discreción misma: en el vestir, al hablar, y uno piensa que así debió de ser
Kavafis. La Habana
fue entonces su Alejandría. Pero, entre amigos, solía bromear de una manera que
era asombrosamente cubana y a la vez muy suya. Néstor, tan serio, solía ser en
la intimidad devastadoramente cómico con sus apodos para amigos y enemigos: a
un conocido comisario cubano lo bautizó para siempre La Dalia.
Néstor se fue de Cuba cuando la dictadura
de Batista y regresó al triunfo de Fidel Castro. Casualmente había conocido a
Castro al fotografiarlo en la cárcel de su exilio mexicano. Pronto se
desilusionó al descubrir que el fidelismo era el fascismo del pobre. Tenía, me
dijo, su experiencia en la
España de Franco. “Esto es lo mismo. Fidel es igual que
Franco, sólo que más alto –y más joven--.” Ambos habíamos fundado, junto con
Germán Puig, la Cinemateca
de Cuba, que naufragó en la política. Ambos fuimos fundadores del Instituto del
Cine (ICAIC) de PM, un modesto ejercicio en free cinema que habían hecho mi
hermano Saba y Orlando Jiménez, Néstor, que había devenido crítico de cine de
la revista Bohemia, escribió un comentario elogioso. Fue echado de la revista
en seguida. Esta expulsión fue su salvación. Poco después salió de Cuba por
última vez.
Néstor se hizo un fotógrafo famoso en
Europa. Ésta es una reducción de la realidad. Néstor pasó trabajo, necesidades
y hasta hambre, como lo atestiguó su amigo Juan Goytisolo, en París. No fue el
fotógrafo favorito de Truffaut y de Rohmer de la noche tropical a la mañana
francesa. Lo vi a menudo entonces y supe que llegó a dormir en el suelo de un
cochambroso cuarto de hotel que alquilaba un amigo. Néstor siempre fue
indiferente a la comida, pero lo que tenía que comer en la Ciudad Universitaria
no era nouvelle cuisine precisamente. Para proseguir su vocación, llegó a
rechazar una oferta de un lujoso colegio de señoritas americano (donde ya había
enseñado en su segundo exilio), y persistió en su empeño en Francia, donde se
sostenía haciendo documentales para la televisión escolar. Pasaron años antes
de que lo invitaran a fotografiar un corto en una película de historietas. Fue
así, con trabajo, a través de su trabajo, que se hizo el fotógrafo que fue.
Tengo que hablar, aunque sea brevemente,
de su oficio, que era una profesión, que era un arte, que era una sabiduría.
Néstor no era el escogido de Truffaut, de Rohmer, de Barbet Schoëder, de Jack
Nicholson, de Terry Malick y, finalmente, de Robert Benton por su cara linda,
que nunca tuvo, a pesar de su coquetería de lentillas y sombrero alón. (“Tengo”,
solía decir, “cara de besugo”) Todos esos directores, y otros que olvido,
usaban a Néstor una y otra vez porque Néstor no sólo fotografiaba sus
películas, sino que resolvía problemas de decorado, de maquillaje, de
vestuario, con su considerable cultura, sino que reescribía los guiones, como
hizo con la fracasada penúltima película de Benton. Trabajaba con el director
antes y después de la filmación, enderezando entuertos, que eran muchas veces
del director, y hasta resolvía problemas de actuación durante el rodaje. Y aún
antes, mucho antes. Hace poco, un guionista americano laureado le pidió que
leyera su guión sobre la vida y hazañas de Cortés. Néstor hizo sus comentarios
siempre sabios. Incluso evitó al escritor una metida de pata hercúlea cuando
descubrió Néstor que Cortés estudiaba en el cine su plan de campaña ¡sobre un
mapamundi! Néstor, más cortés que Cortés, le indicó al guionista que era un
anacronismo, como cuando Shakespeare en Julio César hace sonar 21 cañonazos a
la entrada de César en Roma. La comparación con Shakespeare no sólo era caritativa,
sino halagadora. Así era Néstor Almendros.”
Guillermo Cabrera Infante. Cine o sardina. Círculo de Lectores.