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viernes, 4 de octubre de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



MÁS CORTÉS QUE CORTÉS


“Siempre supimos que iba a hacer cine. Néstor escogió el arte más difícil, la fotografía. Joyce declaró una vez que él era original por decisión propia, aunque estaba menos dotado que nadie para tal tarea. Néstor se hizo fotógrafo por voluntad, por una veta férrea en su carácter que asombraba a quienes no lo conocían. Empezó con una cámara ordinaria y llegó a ser un fotógrafo de primera. Pero cuando me hizo mis primeras fotografías, que estuvo dos horas fotografiando, al final de la sesión descubrió ¡que había dejado la tapa sobre la lente! Era, desde muchacho, sumamente distraído, y ya como fotógrafo profesional tenía asistentes para asegurarse de que no olvidaba nada. Solía tropezar con todos los objetos que estaban en su camino y aún con algunos que no lo estaban.
Néstor, al descubrir La Habana se descubrió a sí mismo, y al declararse homosexual cambió su vida. Pero siempre fue la discreción misma: en el vestir, al hablar, y uno piensa que así debió de ser Kavafis. La Habana fue entonces su Alejandría. Pero, entre amigos, solía bromear de una manera que era asombrosamente cubana y a la vez muy suya. Néstor, tan serio, solía ser en la intimidad devastadoramente cómico con sus apodos para amigos y enemigos: a un conocido comisario cubano lo bautizó para siempre La Dalia.
Néstor se fue de Cuba cuando la dictadura de Batista y regresó al triunfo de Fidel Castro. Casualmente había conocido a Castro al fotografiarlo en la cárcel de su exilio mexicano. Pronto se desilusionó al descubrir que el fidelismo era el fascismo del pobre. Tenía, me dijo, su experiencia en la España de Franco. “Esto es lo mismo. Fidel es igual que Franco, sólo que más alto –y más joven--.” Ambos habíamos fundado, junto con Germán Puig, la Cinemateca de Cuba, que naufragó en la política. Ambos fuimos fundadores del Instituto del Cine (ICAIC) de PM, un modesto ejercicio en free cinema que habían hecho mi hermano Saba y Orlando Jiménez, Néstor, que había devenido crítico de cine de la revista Bohemia, escribió un comentario elogioso. Fue echado de la revista en seguida. Esta expulsión fue su salvación. Poco después salió de Cuba por última vez.
Néstor se hizo un fotógrafo famoso en Europa. Ésta es una reducción de la realidad. Néstor pasó trabajo, necesidades y hasta hambre, como lo atestiguó su amigo Juan Goytisolo, en París. No fue el fotógrafo favorito de Truffaut y de Rohmer de la noche tropical a la mañana francesa. Lo vi a menudo entonces y supe que llegó a dormir en el suelo de un cochambroso cuarto de hotel que alquilaba un amigo. Néstor siempre fue indiferente a la comida, pero lo que tenía que comer en la Ciudad Universitaria no era nouvelle cuisine precisamente. Para proseguir su vocación, llegó a rechazar una oferta de un lujoso colegio de señoritas americano (donde ya había enseñado en su segundo exilio), y persistió en su empeño en Francia, donde se sostenía haciendo documentales para la televisión escolar. Pasaron años antes de que lo invitaran a fotografiar un corto en una película de historietas. Fue así, con trabajo, a través de su trabajo, que se hizo el fotógrafo que fue.
Tengo que hablar, aunque sea brevemente, de su oficio, que era una profesión, que era un arte, que era una sabiduría. Néstor no era el escogido de Truffaut, de Rohmer, de Barbet Schoëder, de Jack Nicholson, de Terry Malick y, finalmente, de Robert Benton por su cara linda, que nunca tuvo, a pesar de su coquetería de lentillas y sombrero alón. (“Tengo”, solía decir, “cara de besugo”) Todos esos directores, y otros que olvido, usaban a Néstor una y otra vez porque Néstor no sólo fotografiaba sus películas, sino que resolvía problemas de decorado, de maquillaje, de vestuario, con su considerable cultura, sino que reescribía los guiones, como hizo con la fracasada penúltima película de Benton. Trabajaba con el director antes y después de la filmación, enderezando entuertos, que eran muchas veces del director, y hasta resolvía problemas de actuación durante el rodaje. Y aún antes, mucho antes. Hace poco, un guionista americano laureado le pidió que leyera su guión sobre la vida y hazañas de Cortés. Néstor hizo sus comentarios siempre sabios. Incluso evitó al escritor una metida de pata hercúlea cuando descubrió Néstor que Cortés estudiaba en el cine su plan de campaña ¡sobre un mapamundi! Néstor, más cortés que Cortés, le indicó al guionista que era un anacronismo, como cuando Shakespeare en Julio César hace sonar 21 cañonazos a la entrada de César en Roma. La comparación con Shakespeare no sólo era caritativa, sino halagadora. Así era Néstor Almendros.”


Guillermo Cabrera Infante. Cine o sardina. Círculo de Lectores.