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lunes, 28 de octubre de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



EL ARRESTO


            “Probablemente mi arresto fue del tipo más suave que imaginarse pueda. No me arrancaron de los brazos de los familiares, ni de nuestra vida doméstica, tan entrañable para nosotros. Un lánguido día de febrero europeo me arrancaron de un estrecho cabo que se adentra en el mar Báltico, donde habíamos rodeado a los alemanes o los alemanes a nosotros –no lo sé bien--, lo cual me privó del familiar grupo de artillería y del espectáculo de los últimos tres meses de la guerra.
         El jefe de la brigada me llamó al Puesto de Mando, y, sin saber para qué, me pidió mi pistola; se la entregué, sin sospechar nada malo, y, de pronto, del grupo de oficiales que en una tensa inmovilidad, se hallaban en un rincón, se adelantaron dos oficiales del contraespionaje, en pocos saltos cruzaron la habitación, me arrancaron la estrella de la gorra, los galones, la correa, la bolsa de campaña… y gritaron con dramática voz:
         --¡¡Queda usted detenido!!
         Abrasado y traspasado de los pies a la cabeza, no se me ocurrió frase más genial que:
         --¿Y?¡¿Por qué…?¡
         Es una pregunta sin respuesta, pero yo, asombrosamente la recibí. Debo mencionarlo, pues supuso algo extraño en nuestras costumbres. Cuando los del SMERSH (1) acabaron de cachearme, junto con la bolsa, me quitaron mis reflexiones políticas escritas. Atormentados por el temblor que en los cristales producían las explosiones alemanas, apresuradamente me empujaron hacia la salida. De pronto sonó una voz firme que se dirigía a mí ¡sí! A través de aquel tajo sordo que me separaba de los que quedaban, el tajo que produjo, al caer pesadamente, la palabra “arrestado”, sobre este límite pestífero, que ya no rebasaría ni el sonido, pasaron las palabras inconcebibles, mágicas del jefe de la Brigada.
         --Soljenitsin, vuélvase.
         Con un movimiento brusco me deshice de los del SMERSH y di un paso atrás, hacia el jefe de la Brigada. Yo apenas lo conocía. Él jamás había condescendido a hablar conmigo. Para mí, la expresión de su cara siempre era una orden, una disposición, un reproche. Pero ahora en su rostro brillaba la reflexión, no sé si era la vergüenza por su forzada participación en un asunto sucio, o el afán de sacudirse la deplorable subordinación de toda su vida. Hacía diez días, en una bolsa, había caído uno de sus grupos de Artillería: doce piezas pesadas; logre rescatar mi batería de exploración casi completa. Ahora, ¡tenía que renunciar aquel hombre a mí por un trozo de papel sellado?
         --¿Usted… --preguntó con firmeza—tiene un amigo en el Primer Frente Ucraniano?
         --Eso no está permitido… ¡No tiene derecho! –gritaron al coronel el capitán y el comandante del contraespionaje.
         En la esquina se acurrucó asustado el cortejo de oficiales de la jefatura, como si temieran hacerse cómplices del inusitado desvarío del jefe de la Brigada (los de la Sección política ya se preparaban para proporcionar material contra él). A mí me bastaba: en seguida comprendí que había sido arrestado por cartearme con un amigo de la escuela y comprendí de qué lado debía esperar el peligro.
         Zajar Georgievich Travkin podía no decir más. ¡Pero no! Siguió dignificándose e irguiéndose ante sí mismo, se levantó de la mesa (antes jamás se había levantado para acudir a mi encuentro) y a través del límite pestífero me tendió la mano (cuando yo era libre nunca me la había pedido) y al estrechármela en medio del mudo horror del séquito, con un poco de calor en su cara siempre severa, dijo sin miedo y con claridad:
         --¡Que tenga suerte, capitán!
         Yo no sólo había dejado de ser capitán, sino que ya había pasado a ser enemigo desenmascarado del pueblo (porque aquí todo el que es detenido queda desenmascarado totalmente desde el momento del arresto). ¿Deseaba suerte a un enemigo…?
         Temblaban los cristales. Las explosiones alemanas azotaban la tierra a unos doscientos metros de allí, recordando que eso no había podido ocurrir dentro de nuestro territorio, bajo la campana de una existencia establecida, sino aquí, sitiendo el hálito de la muerte próxima que es con todos igual.”

1. Abreviatura de SMERt’ SHpiónam: Muerte a los espías.


Alesandr Soljenitsin. Archipiélago Gulag. Plaza & Janés.