MADRID
“Y me persuadí de esta verdad: que se
puede estar diez años, treinta, cuarenta, en una ciudad extranjera; pero si no
se hace un esfuerzo desde el principio, si no se estudia de continuo durante
largo tiempo, si no se está siempre, como decía Giusti, con tanto ojo abierto,
o se hablará siempre mal. Conocí en Madrid italianos viejos que estaban en
España desde su mocedad, y que hablaban el español como perros. Ya de por sí no
es una lengua fácil, ni aun para nosotros los italianos: o por mejor decir, ofrece
la dificultad de las lenguas fáciles; que no es lícito hablarlas pobremente,
puesto que no es indispensable hablarlas para hacerse entender. El italiano que
quiera hablar español en una conversación de gente escogida, donde todos le
entenderían si hablase francés, debe justificar su atrevimiento manejando la
lengua con soltura y con donaire. Precisamente porque la española es mucho más afín
a la nuestra que la francesa, es demasiado más difícil hablar presto, y por
decirlo así de oído, sin incurrir en despropósitos. Se cae en el italiano sin
advertirlo; se altera la sintaxis a cada instante; se tiene siempre en el oído
y en los labios el idioma nativo, que nos embaraza, nos confunde, nos hace
traición. Ni es menos dura que la francesa la pronunciación española: la jota
árabe, fácil de pronunciar cuando va sola es dificilísima cuando caen dos en
una palabra o varias en una proposición; el sonido de la zeta, que se pronuncia
como pronuncian los tartajosos la ese, no se adquiere sino después de largo y
paciente ejercicio; porque es tal, que al principio se hace desagradabilísimo,
y muchos, aún sabiendo, no quieren dejarlo oír. Pero si hay una ciudad en
Europa donde se pueda aprender bien la lengua del país, esta ciudad es Madrid;
y lo mismo pudiera decirse de Toledo, Valladolid y Burgos. El pueblo habla como
los literatos escriben; las diferencias de pronunciación entre la gente culta y
la plebe de los arrabales son ligerísimas. Y aun aparte de aquellas cuatro
ciudades, la lengua española es sin comparación más hablada, más común, y por
lo mismo más determinada, y por consecuencia más eficaz en los periódicos, en
el teatro y en la literatura popular que la lengua italiana. Hay en España
dialecto valenciano, catalán, gallego, murciano, y la antiquísima lengua de las
provincias Vascongadas; pero se habla español en las dos Castillas, en Aragón,
Extremadura y Andalucía: esto es, en cinco grandes provincias. El equívoco que
gusta en Zaragoza gusta también en Sevilla; la frase villanesca que da golpe en
la platea de un teatro de Salamanca, obtiene el mismo efecto en un teatro de
Granada. Dicen que la lengua española de nuestros días no es ya la de
Cervantes, Quevedo y Lope de Vega; que el idioma francés la ha bastardeado; que
Carlos V, si resucitase no diría que es la lengua propia para entenderse con
Dios; que Sancho Panza, en fin, no sería ni comprendido ni gustado. Por poco
que haya uno metido las narices en los tugurios y teatruchos de los barrios
bajos, se acomoda de mal grado a esta sentencia.”
Edmundo de Amicis. España.
Librería de Vicente López