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jueves, 30 de abril de 2020

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 


CAUTIVERIO


«Pues los antiguos camaradas de armas, convertidos en compañeros de cautiverio, sentirían lo mismo. Allí estaban, entre otros, algunos de apellidos tan claros como don Francisco de Meneses, capitán apresado cuando la pérdida de La Goleta. Y el caballero Osorio, y el alférez Ríos… Todos se sujetan a la dirección de aquel antiguo subordinado, que en el cautiverio iba a demostrar sus naturales condiciones de mando, como lo que era: un hombre excepcional. De forma que al punto nos surge una idea: que también hubiera podido ser un gran soldado, si los hombres de su tiempo, los que mandaban en la Corte, se hubieran dado cuenta de ello y le hubieran dado la oportunidad que tantas veces pidió; eso sí, una negativa que, si amarga para aquella alma heroica, acabaría siendo afortunada, porque de allí arrancaría, decididamente, el destino del genial escritor.»


Manuel Fernández Álvarez.

Cervantes visto por un historiador.

Editorial Espasa.


lunes, 28 de noviembre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





PRIMERA PARTE

CAPÍTULO XLVII


            “Cuando don Quijote se vio de aquella manera enjaulado y encima del carro, dijo:
         --Muchas veces y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oído, que a los caballeros encantados los lleven desta manera, y con el espacio que prometen estos perezosos y tardíos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires, con extraña ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o otra bestia semejante; pero que me lleven a mí agora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en confusión! Pero quizá la caballería y los encantos destos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguieron los antiguos. Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos, y otros modos de llevar a los encantados. ¿Qué te parece desto, Sancho hijo?
         --No sé yo lo que me parece –respondió Sancho--, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas.
         --¿Católicas? ¡Mi padre! –respondió don Quijote--. ¡Cómo han de ser católicas, si son todos demonios, que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado? Y si quieres ver esta verdad, tócalos y pálpalos, y verás como no tienen cuerpo sino de aire, y como no consiste más de en la apariencia.
         --Par Dios, señor –replicó Sancho--, ya yo los he tocado; y este diablo que aquí anda tan solícito es rollizo de carnes, y tiene otra propiedad muy diferente de la que yo he oído decir que tienen los demonios; porque, según se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores; pero éste huele a ámbar de media legua.
         Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor, debía de oler a lo que Sancho decía.
         --No te maravilles deso, Sancho amigo –respondió don Quijote--; porque te hago saber que los diablos saben mucho, y puesto que traigan olores consigo, dellos no huelen nada, porque son espíritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hediondas. Y la razón es que como ellos, dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena; y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio.”



Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

sábado, 14 de diciembre de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 




EL DEAN Y LOS CERDOS



«Mayor importancia tuvo en relación con la formación de Miguel, en aquellos primeros años de su vida, que el Deán, compensando sus excesos con rasgos de verdadero benefactor de la sociedad cordobesa, amparase a los niños abandonados, a los expósitos, que recién nacidos eran dejados a su suerte en el Patio de los Naranjos; un hermoso rincón cordobés, sin duda, pero no el más adecuado para que aquellos desventurados pudieran sobrevivir. Y la amenaza era cierta, dado que se les dejaba a la intemperie. Y como el cuidado era nulo, ocurrió que como entonces a los cerdos se les dejaba ir libremente por calles y plazas, varios de ellos franquearon el acceso al Patio de los Naranjos y devoraron a tres de aquellos pobres pequeñuelos, tan abandonados a su negra suerte. El suceso conmovió a la ciudad y el propio Deán tomó a su cargo desde entonces el sostenimiento de la fundación que los acogiera, criara y educara.»



Manuel Fernández Álvarez.

Cervantes visto por un historiador.

Editorial Espasa.


viernes, 2 de agosto de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO LXVIII


“Era la noche algo escura, puesto que la luna estaba en el cielo, pero no en parte que pudiese ser vista: que tal vez la señora Diana se va a pasear a los antípodas, y deja los montes negros y los valles escuros. Cumplió don Quijote con la naturaleza durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo; bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraba su buena complexión y pocos cuidados. Los de don Quijote le desvelaron de manera que despertó a Sancho y le dijo:

-Maravillado estoy, Sancho, de la libertad de tu condición: yo imagino que eres hecho de mármol, o de duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuanto tú estás perezoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conllevar las penas de sus señores y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos convida a entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño. Levántate, por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen ánimo y denuedo agradecido date trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea; y esto rogando te lo suplico, que no quiero venir contigo a los brazos, como la otra vez, porque sé que los tienes pesados. Después que te hayas dado, pasaremos lo que resta de la noche cantando, yo mi ausencia y tú tu firmeza, dando desde agora principio al ejercicio pastoral que hemos de tener en nuestra aldea.

-Señor -respondió Sancho-, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline, ni menos me parece que del extremo del dolor de los azotes se pueda pasar al de la música. Vuesa merced me deje dormir y no me apriete en lo del azotarme; que me hará hacer juramento de no tocarme jamás al pelo del sayo, no que al de mis carnes.

-¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal empleado y mercedes mal consideradas las que te he hecho y pienso de hacerte! Por mí te has visto gobernador, y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde, o tener otro título equivalente, y no tardará el cumplimiento de ellas más de cuanto tarde en pasar este año; que yo post tenebras spero lucem.

-No entiendo eso -replico Sancho-; sólo entiendo que, en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.

-Nunca te he oído hablar, Sancho -dijo don Quijote-, tan elegantemente como ahora, por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: "No con quien naces, sino con quien paces".

-¡Ah, pesia tal -replicó Sancho-, señor nuestro amo! No soy yo ahora el que ensarta refranes, que también a vuestra merced se le caen de la boca de dos en dos mejor que a mí, sino que debe de haber entre los míos y los suyos esta diferencia: que los de vuestra merced vendrán a tiempo y los míos a deshora; pero, en efecto, todos son refranes.”


Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

jueves, 3 de mayo de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






SEGUNDA PARTECAPÍTULO VIII


—¡Que todavía das, Sancho —dijo don Quijote—, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales, que están constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos, que muestran a tiro de ballesta su principalidad! Mal se te acuerdan a ti, ¡oh Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas. Y desta manera debía de ser el de mi señora cuando tú la viste, sino que la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que me han de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen; y, así, temo que en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar otras acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera historia. ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias.


Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.