SEGUNDA PARTECAPÍTULO VIII
—¡Que todavía das,
Sancho —dijo don Quijote—, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi
señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va
desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales, que están
constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos, que muestran
a tiro de ballesta su principalidad! Mal se te acuerdan a ti, ¡oh Sancho!,
aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en
sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las
cabezas y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí
el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas
y tejidas. Y desta manera debía de ser el de mi señora cuando tú la viste, sino
que la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las
que me han de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen;
y, así, temo que en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas,
si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas
por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar otras
acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera historia.
¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los
vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no
trae sino disgustos, rancores y rabias.
Miguel
de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.