«Cuando penetré por
primera vez al anfiteatro, un practicante aserraba con calma el cráneo recién
rapado de un muerto. La cabeza de otro cadáver al lado, tenía ya cortada la
tapa y se veían en los sesos las circunvoluciones. Aquella ocasión, de regreso
del hospital, no pude comer. Al día siguiente comí doble. Contra la tenacidad
del cuerpo que insiste en vivir y gozar, hay el disolutivo eficaz de la
cadaverina. Pero en auxilio de la vida llega el olvido y actúan las apetencias.
Con todo, años después, en la voluptuosidad de un amor que declinaba, sentí de
pronto algo como el tufo de la cadaverina. Como si el interior de la entraña se
adelantase y se diese a la muerte antes que la piel y el rostro, antes de que
la muerte se imponga.»
José Vasconcelos.