Thomas Bernhard
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domingo, 18 de agosto de 2019
OBITER DICTUM
viernes, 1 de enero de 2016
OBITER DICTUM
Aquí, hasta los que se llaman socialistas, un concepto que
no se puede armonizar con el suelo de la alta montaña y, en especial, con el
suelo de la alta montaña salzburguesa, tienen a la vez rasgos
nacionalsocialistas y católicos, en cualquier caso, esa mezcla humana, como
tal, resulta reconocible a diario para el visitante, y demuestra, en todos sus
modos de actuar, una actitud espiritual católiconacionalsocialista.
Thomas Bernhard
jueves, 25 de septiembre de 2014
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
EN EL LODAZAL
«La ciudad es,
para quien la conoce y conoce a sus habitantes, un cementerio en la superficie
hermoso, pero bajo esa superficie en realidad horrible, de fantasías y deseos.
Para el que aprende o estudia, e intenta encontrar su orden y su derecho en esa
ciudad, que sólo es famosa en todas partes por su belleza y su construcción, y
que en la época de los llamados Festivales es además famosa todos los años por
el, así llamado, Gran Arte, esa ciudad no es pronto más que un museo de la
muerte, frío y expuesto a todas las enfermedades y vilezas, en el que crecen
todos los obstáculos imaginables e inimaginables que desintegran y hieren en lo
despiadadamente más profundo, sus energías y dotes y disposiciones
intelectuales, y pronto la ciudad no es ya para él una hermosa naturaleza y una
arquitectura ejemplar sino nada más que una impenetrable maleza humana, hecha
de abyección y vileza y, cuando camina por sus calles, no camina ya rodeado de
música sino que se siente nada más que repelido por el lodazal moral de sus
habitantes.»
Thomas Bernhard.
El origen.
Editorial Anagrama.
jueves, 23 de agosto de 2012
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
LA GUERRA EN SALZBURGO
«Un impacto de lleno había convertido la llamada Casa de Mozart
en un montón de escombros humeantes y dañado gravemente, como vimos en seguida,
los edificios de alrededor. Por horrible que fuera ese espectáculo, las gentes
no se quedaron allí, sino que, esperando una devastación mucho mayor aún,
siguieron corriendo hasta la ciudad vieja, donde se suponía que estaba el
centro de la destrucción y en donde todos los ruidos posibles y olores hasta
entonces desconocidos para nosotros indicaban una mayor desolación. Hasta
atravesar el llamado Staatsbrücke no pude apreciar ninguna clase de cambios en
la situación que conocía, pero en el mercado viejo, como se podía ver ya desde
lejos, la conocida y apreciada tienda de confecciones para caballeros de Slama,
un comercio en el que, cuando tenía dinero y oportunidad, compraba mi abuelo,
había resultado duramente afectada, todos los escaparates del comercio, los
cristales de las vitrinas y las prendas expuestas detrás, que aunque eran de
calidad inferior, como correspondía a la época de guerra, resultaban sin
embargo apetecibles, estaban hechos pedazos y jirones, y me sorprendió que las
personas que había visto en el mercado viejo, haciendo caso apenas de la
destrucción de las confecciones para caballeros Slama, corrieran en dirección
de la Residenzplatz, y enseguida, cuando, con otros internos, doblé la esquina
de Slama, supe qué era lo que hacía que aquellas personas no se quedaran allí
sino que continuaran apresurándose: una de las, así llamadas, minas aéreas
había alcanzado a la catedral, y la cúpula se había precipitado en la nave, y
llegamos a la Residenzplatz en el momento exacto: una gigantesca nube de polvo
flotaba sobre la catedral, que estaba horriblemente abierta, y donde había
estado la cúpula había ahora un agujero del mismo tamaño y, ya desde la esquina
de Slama, pudimos ver directamente las grandes pinturas, en parte brutalmente
arrancadas, de las paredes de la cúpula: ahora se destacaban, iluminadas por el
sol de la tarde, contra el claro cielo azul; parecía como si al gigantesco
edificio, que dominaba la parte baja de la ciudad, le hubieran hecho en la
espalda una herida espantosamente sangrante. Toda la plaza, bajo la catedral,
estaba llena de cascotes, y la gente, que había acudido como nosotros de todas
partes, contemplaba asombrada aquel cuadro ejemplar, sin duda alguna
monstruosamente fascinante, que para mí era una monstruosidad como belleza y no
me producía ningún terror, de repente me enfrentaba con la absoluta brutalidad
de la guerra, y al mismo tiempo me fascinaba esa monstruosidad, y me quedé
contemplando durante unos minutos, sin decir palabra, aquel cuadro que todavía
tenía el movimiento de la destrucción, y que formaban para mí la plaza con la
catedral poco antes alcanzada y la cúpula salvajemente abierta, como algo
poderoso e incomprensible.»
Thomas
Bernhard.
El
origen.
Editorial
Anagrama.
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