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sábado, 31 de diciembre de 2022

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE


 



EL BALLENERO Y EL GALLO


«En el gallinero queda un único inquilino: el otrora alegre y apuesto gallo, de intrépida conducta entre las tímidas gallinas. Mírenlo ahora; hélo ahí, todo el día abatido, sobre su incansable pata. Se aparta con repugnancia del grano enmohecido que tiene delante y del agua salobre de su cuenco. Sin duda sufre por la pérdida de sus compañeras, literalmente arrebatadas a él unas tras otra para no verlas jamás. Pero sus días de sufrimiento están contados, pues Mungo, nuestro negro cocinero, me dijo la víspera que al fin se había dictado sentencia y la suerte del pobre «Pedro» estaba echada. Su menguado cuerpo se pondría sobre la mesa el próximo domingo y mucho antes del anochecer sería sepultado con todas las ceremonias acostumbradas, dentro del estómago del capitán. ¿Quién pudiera creer que exista alguien tan cruel como para desear la muerte del infortunado Pedro? Sin embargo, nuestros marineros ruegan a cada momento —¡egoístas!— para que a la miserable ave le llegue su fin. Argumentan que el capitán no pondrá proa a puerto hasta disfrutar antes de un plato de carne fresca. Sólo esta infeliz ave puede proporcionarla; y una vez devorada, el capitán entrará en razón. No os deseo daño, Pedro, mas como estáis condenado tarde o temprano a seguir la suerte de toda vuestra especie, y como poner punto final a vuestra existencia será la señal de nuestra liberación, ¡cuánto deseo —a decir verdad— que seáis decapitado en este mismo instante! ¡Oh, cuánto anhelo volver a ver tierra llena de vida!»


Herman Melville.

Taipi.

Ediciones Astarté.


martes, 30 de noviembre de 2021

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






TATUAJES Y GENITALES



«La tripulación de la nave, inclinada sobre el pasamano para poder apreciar mejor el panorama, atrajo pronto la atención de la reina. Sus ojos se clavaron en la figura de un viejo lobo de mar, cuyos brazos, piernas y pecho descubiertos mostraban tantas inscripciones en tinta china como la tapa de un sarcófago egipcio. Haciendo caso omiso de todas las indicaciones y reprimendas disimuladas de los oficiales franceses, se acercó de inmediato al hombre, abrió más la pechera de su jersey, subió una pierna del ancho pantalón del marino y miró con admiración el pene azul-rosáceo que quedó así a la vista de todos. Se asió al individuo acariciándolo y expresando su deleite con una serie de salvajes gestos y exclamaciones. El desconcierto de los educados galos ante suceso tan inesperado puede imaginarse fácilmente, pero figúrense su consternación cuando de pronto la dama real, deseosa de mostrar los jeroglíficos que llevaba su dulce figura, se inclinó hacia delante por un momento y dando un medio giro, se alzó la saya y reveló una escena de la cual los horrorizados franceses se apartaron precipitadamente y lanzándose en sus botes, huyeron de tan catastrófica demostración.»



Herman Melville.

Taipi.

Editorial Valdemar.


martes, 30 de mayo de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 


LAS MARQUESAS



«El grupo al que nos dirigíamos ahora (aunque estaba entre los primeros descubrimientos europeos en el Mar del Sur, visitado por primera vez en 1595) sigue estando habitado por seres tan extraños y salvajes como los de entonces. Los misioneros enviados en su sagrado errar habían navegado a lo largo de sus adorables costas y las habían abandonado a sus ídolos de madera y piedra. Interesantes son las circunstancias de su descubrimiento. En el rumbo de las naves de Mendaña, quien navegaba en busca de alguna región rica en oro, aparecieron estas islas como un lugar encantado, y por un momento el español pensó que su brillante sueño se había hecho realidad. En honor al marqués de Mendoza, entonces virrey del Perú, —bajo cuyos auspicios zarpó el navegante— les confirió el nombre que denota el rango de su patrono y ofreció al mundo, a su regreso, un relato ambiguo y suntuoso de su belleza. Pero estas islas, imperturbadas durante años, volvieron a caer en su anterior oscuridad y sólo recientemente se ha conocido algo respecto de ellas. Cada cincuenta años, más o menos, algún explorador aventurero interrumpiría su pacífico reposo, y asombrado por el extraordinario paisaje se sentiría tentado a proclamar el mérito de un nuevo descubrimiento.»



Herman Melville.

Taipi.

Ediciones Astarté.