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martes, 8 de febrero de 2022

ALLÁ EN LAS INDIAS






EL PADRECITO LEÍA A CIEZA DE LEÓN?


«Mitimaes llaman a los que son traspuestos de una tierra en otra. Y la primera manera o suerte de mitimaes mandada poner por los Ingas era que, después que por ellos había sido conquistada alguna provincia o atraída nuevamente a su servicio, tuvieron tal orden para tenerla segura y para que con brevedad los naturales y vecinos de ella supiesen cómo la habían de servir y de tener y para [que] desde luego entendiesen los demás qué entendían y sabían sus vasallos de muchos tiempos, y para que estuviesen pacíficos y quietos y no todas veces tuviesen aparejo de se rebelar y si por caso se tratase de ello que hubiese quien lo estorbase, trasmutaban de las tales provincias la cantidad de gente que de ella parecía convenir que saliese; a los cuales mandaban pasar a poblar a otra tierra del temple y manera de donde salían, si fría, si caliente, en donde les daban tierras y campos y casas tanto y más como dejaron. Y de las tierras y provincias que de tiempo largo tenían pacíficas y amigables y que habían conocido voluntad para su servicio, mandaban salir otros tantos o más y entremeterlos en las tierras nuevamente ganadas y entre los indios que acababan de sojuzgar, para que deprendiesen [aprendiesen] de ellos las cosas arriba dichas y los impusiesen en su buena orden y policía y para que, mediante este salir de unos y entrar de otros, estuviese todo seguro con los gobernadores y delegados que se ponían, según y como dijimos en los capítulos de atrás. Y conociendo los Ingas cuánto se siente por todas las naciones dejar sus patrias y naturalezas propias, porque con buen ánimo tomasen aquel desierto, es averiguado que honraban a estos tales que se mudaban y que a muchos dieron brazaletes de oro y plata y ropas de lana y de pluma, y mujeres, y eran privilegiados en otras cosas muchas; y así, entre ellos había espías que siempre andaban escuchando lo que los naturales hablaban o intentaban, de lo cual daban aviso a los delegados e con priesa grande iban al Cuzco a informar de ello al Inga. Con esto todo estaba seguro, y los mitimaes temían a los naturales y los naturales a los mitimaes, y todos entendían en obedecer y servir llanamente. Y si en los unos o en los otros había motines o tramas o juntas, hacíanse grandes castigos porque los Ingas, algunos de ellos, fueron vengativos y castigaban sin templanza y con gran crueldad. Para este efecto estaban puestos los unos mitimaes, de los cuales sacaban muchos para ovejeros y rabadanes de los ganados de los Ingas y del Sol y otros para roperos y otros para plateros y otros para canteros y para labradores y para dibujar y esculpir y hacer bultos, en fin, para lo que más los mandaban y de ellos se querían servir. Y también mandaban que de los pueblos fuesen a ser mitimaes a la montaña de los Andes a sembrar maíz y criar la coca y beneficiar los árboles de fruta y proveer con lo que faltaba en los pueblos donde con los fríos y con las nieves no se pueden dar ni sembrar estas cosas.»

Pedro de Cieza de León.
Crónica del Perú.

sábado, 10 de agosto de 2019

ALLÁ EN LAS INDIAS





LOS YUNGAS


«Los señores naturales de ellos fueron muy temidos antiguamente, y obedecidos por sus súbditos, y se servían con gran aparato, según su usanza, trayendo consigo indios truhanes y bailadores, que siempre los estaban festejando, y otros continuo tañían y cantaban. Tenían muchas mujeres, procurando que fuesen las más hermosas que se pudiesen hallar. Y cada señor en su valle tenía sus aposentos grandes con muchos pilares de adobes, y grandes terrados y otro portales cubiertos con esteras. Y en el circuito de esta casa había una plaza grande adonde se hacían sus bailes y areytos. Y cuando el señor comía, se juntaban gran número de gente, los cuales bebían de su brebaje hecho de maíz, o de otras raíces. En estos aposentos estaban porteros que tenían cargo de guardar las puertas, y ver quien entraba o salía por ellas. Todos andaban vestidos con sus camisetas de algodón y mantas largas, y las mujeres lo mismo, salvo que la vestimenta de la mujer era grande y ancha a manera de capuz, abierta por los lados, por donde sacaban los brazos. Alguno de ellos tenían guerra unos con otros, y en partes nunca pudieron los más de ellos aprender la lengua del Cuzco. Aunque hubo tres o cuatro linajes de generaciones de estos yungas, todos ellos tenían unos ritos y usaban unas costumbres. Gastaban muchos días y noches en sus banquetes y bebidas. Y cierto, cosa es grande la cantidad de vino o chicha que estos indios beben, pues nunca dejan de tener el vaso en la mano. Solían hospedar y tratar muy bien a los españoles que pasaban por sus aposentos y recibirlos honradamente, ya no lo hacen así, porque luego que los españoles rompieron la paz, y contendieron en guerra unos con otros, por los malos tratamientos que les hacían fueron aborrecidos de los indios, y también porque algunos de los gobernadores que han tenido les han hecho entender algunas bajezas tan grandes que ya no se precian de hacer buen tratamiento a los que pasan, pero presumen de tener por mozos a algunos de los que solían ser señores. Y esto consiste y ha estado en el gobierno de los que han venido a mandar, algunos de los cuales ha parecido grave la orden del servicio de acá, y que es opresión y molestia a los naturales sustentarlos en las costumbres antiguas que tenían, las cuales si las tuvieran, ni le quebrantaban sus libertades, ni aun los dejaban de poner más cercanos a la buena policía y conversión. Porque verdaderamente pocas naciones hubo en el mundo a mi ver que tuvieron mejor gobierno que los Ingas. Salido del gobierno yo no apruebo cosa alguna antes lloro las extorsiones y malos tratamientos, y violentas muertes que los españoles han hecho en estos indios, obrados por su crueldad, sin mirar su nobleza y la virtud tan grande de su nación. Pues todos los más de estos valles están ya casi desiertos, habiendo sido en lo pasado tan poblados como muchos saben.»

Pedro de Cieza de León.

Crónica del Perú.

viernes, 22 de diciembre de 2017

ALLÁ EN LAS INDIAS




YERBA PONZOÑOSA


       “Por ser tan nombrada en todas partes esta yerba ponzoñosa que tienen los indios de Cartagena y Santa Martha, me pareció dar aquí relación de la composición de ella, lo cual es así. Esta yerba es compuesta de muchas cosas. Las principales yo las investigué y procuré saber en la provincia de Cartagena un pueblo de la costa llamado Bahayre, de un cacique o señor de él, que había por nombre Macuriz, el cual me enseñó unas raíces cortas de mal olor, tirante el color de ellas a pardas. Y díjome, que por la costa del mar junto a los árboles que llamamos manzanillos cavaban debajo de la tierra, y de las raíces de aquel pestífero árbol sacaban aquellas, las cuales queman en unas cazuelas de barro, y hacen de ellas una pasta y buscan unas hormigas tan grandes como un escarabajo de los que se cría en España, negrísimas y muy malas, que solamente de picar a un hombre se le hace una roncha y le da tan gran dolor, que casi lo priva de su sentido, como aconteció, yendo caminando en la jornada que hicimos con el licenciado Juan de Vadillo, acertando a pasar un río un Noguerol y yo, adonde aguardamos ciertos soldados que quedaban atrás, porque él iba por cabo de escuadra en aquella guerra adonde le picó una de estas hormigas que digo, y le dio tan gran dolor, que se le quitaba el sentido, y se le hinchó la mayor parte de la pierna y aun le dieron tres o cuatro calenturas del gran dolor, hasta que la ponzoña acabó de hacer su curso. También buscan para hacer esta mala cosa unas arañas muy grandes, y así mismo le echan unos gusanos peludos delgados cumplidos como medio dedo, de los cuales yo no me podré olvidar, porque estando guardando un río en las montañas que llaman de Abibe, abajó por un ramo de un árbol donde yo estaba uno de estos gusanos y me picó en el pescuezo, y llevé la más trabajosa noche que en mi vida tuve y de mayor dolor. Hácenla también con las alas del murciélago, y la cabeza y cola de un pescado pequeño que hay en el mar que ha por nombre peje tamborino de muy gran ponzoña, y con sapos y colas de culebras, y unas manzanillas que parecen en el color y olor naturales de España. Y algunos recién venidos de ella a estas partes, saltando en la costa, como no saben la ponzoña que es, las comen. Yo conocí a un Juan Agraz (que ahora le vi en la ciudad de San Francisco del Quito que es de los que vinieron de Cartagena con Vadillo, que cuando vino de España y salió del navío en la costa de Santa Martha comió diez o doce de estas manzanas, y le oí jurar que en el olor, color, y sabor no podían ser mejores, salvo que tienen una leche, que debe ser la malentia tan mala, que se convierte en ponzoña, después que las hubo comido pensó reventar, y si no fuera socorrido con aceite, ciertamente muriera. Otras hierbas y raíces también le echan a esta hierba, y cuando la quieren hacer aderezan mucha lumbre en un llano desviado de sus casas o aposentos, poniendo unas ollas buscan alguna esclava o india que ellos tengan en poco, y aquella india la cuece y pone en la perfección que ha de tener, y del olor y vaho que echa de sí muere aquella persona que la hace, según yo oí.”


Pedro de Cieza de León. 
Crónica del Perú.

lunes, 26 de septiembre de 2016

ALLÁ EN LAS INDIAS





PANAMÁ


         “Está trazada y edificada de Levante a Poniente, en tal manera que saliendo el sol, no hay quien pueda andar por ninguna calle de ella, porque no hace sombra ninguna. Y esto siéntese tanto, porque hace grandísimo calor, y porque el sol es tan enfermo, que si un hombre acostumbra andar por él, aunque no sea sino pocas horas, le dará tales enfermedades que muera, que así ha acontecido a muchos. Media legua de la mar había buenos sitios y sanos, y adonde pudieran al principio poblar esta ciudad. Mas, como las casas tienen gran precio, porque cuesta mucho a hacerse, aunque ven el notorio daño que todos reciben en vivir en tal mal sitio; no se ha mudado, y principalmente porque los antiguos conquistadores son ya todos muertos, y los vecinos que ahora hay son contratantes, y no piensan estar en ella más tiempo, de cuanto puedan hacerse ricos. Y así idos unos vienen otros, y poco o ninguno miran por el bien público. Cerca de esta ciudad corre un río que nace en unas sierras. Tiene asimismo muchos términos y corren otros muchos ríos, donde en algunos de ellos tienen los españoles sus estancias y granjerías, y han plantado muchas cosas de España, como los naranjos, cidras, higueras. Sin esto hay otras frutas de la tierra, que son piñas olorosas y, plátanos, muchos y buenos guayabas, caimitos, aguacates, y otros frutos de los que suele haber de la misma tierra. Por los campos hay grandes hatos de vacas, porque la tierra es dispuesta para que se críen en ellas. Los ríos llevan mucho oro. Y así luego que se fundó esta ciudad, se sacó mucha cantidad. Es bien proveída de mantenimiento, por tener refresco de entrambas mares, digo de entrambas mares, entiéndase la del Norte por donde vienen las naos de España a nombre de Dios, y la mar del Sur, por donde se navega de Panamá a todos los puertos del Perú. En el término de esta ciudad no se da trigo ni cebada. Los señores de las estancias cogen mucho maíz y del Perú y de España traen siempre harina. En todos los ríos hay pescado y en la mar lo pescan bueno aunque diferente de lo que se cría en la mar de España. Por la costa junto a las casas de la ciudad hallan entre el arena unas almejas muy menudas que llaman chucha, de la cual hay gran cantidad. Y creo yo que al principio de la población de esta ciudad, por causa de estas almejas se quedó la ciudad en aquesta parte poblada, porque con ella estaban seguros de no pasar hambre los españoles.”


Pedro de Cieza de León. Crónica del Perú.

sábado, 1 de noviembre de 2014

ALLÁ EN LAS INDIAS




LOS CHAPAPOYAS



”Antes de llegar  a esta provincia de Caxamalca, sale un camino que también fue mandado hacer por los reyes Ingas, por el cual se iba a las provincias de los chachapoyas. Y pues en la comarca de ellas está poblada la ciudad de la Frontera, será necesario contar su fundación, de donde pasaré a tratar lo de Guánuco. Tengo entendido y sabido por muy cierto, que antes que los españoles ganasen ni entrasen en este reino del Perú, los Ingas señores naturales que fueron de él tuvieron grandes guerras y conquistas. Y los indios chachapoyanos fueron por ellos conquistados aunque primero por defender su libertad y vivir con tranquilidad y sosiego pelearon de tal manera, que se dice poder tanto que el Inga huyó feamente. Mas como la potencia de los Ingas fuese tanta, y los chachapoyas tuviesen pocos favores, hubieron de quedar por siervos del que quería ser de todos monarca. Y así después que tuvieron sobre sí el mando real del Inga, fueron muchos al Cuzco por su mandado, adonde les dio tierras para labrar, y lugares para casas, no muy lejos de un collado que está pegado a la ciudad llamada Carmenga. Y porque del todo no estaban pacíficas las provincias de la serranía confinantes a los chachapoyas, los Ingas mandaron con ellos y con algunos orejones del Cuzco hacer frontera y guarnición, para tenerlo todo seguro. Y por esta causa tenían gran proveimiento de armas de todas las que ellos usan, para estar apercibidos a lo que sucediese. Son estos indios naturales de las chachapoyas los más blancos y agraciados de todos cuantos yo he visto en las Indias que he andado, y sus mujeres fueron tan hermosas, que por sólo su gentileza muchas de ellas merecieron serlo de los Ingas, y ser llevadas a los templos del Sol. Y así vemos hoy día que las indias que han quedado de este linaje son en extremo hermosas, porque son blancas y muchas muy dispuestas. Andan vestidas ellas y sus maridos con ropa de lana, y por las cabezas usan ponerse sus llautos, que son la señal que traen para ser conocidos en toda parte. Después que fueron sujetados por los Ingas, tomaron de ellos leyes y costumbres con que vivían, y adoraban al sol, y a otros dioses, como los demás y allí debían hablar con el demonio, y enterrar sus difuntos como ellos, y les imitaban en otras costumbres.”


Pedro de Cieza de León. Crónica del Perú.





lunes, 30 de mayo de 2011

ALLÁ EN LAS INDIAS





ENTRE LAGARTOS


         “En los ríos hay gran cantidad de lagartos, que son tan grandes y fieros, que es admiración verlos. En el río del Cenú he yo visto muchos y muy grandes, y comido hartos huevos de los que ponen en las playas. Un lagarto de estos hallamos en seco en el río que dicen de San Jorge, yendo a descubrir con el capitán Alonso de Cáceres las provincias de Urute, tan grande y deforme, que tenía más de veinte y cinco pies en largo, y allí le matamos con las lanzas, y era cosa grande la braveza que tenía, y después de muerto lo comimos con la hambre que llevábamos. Es mala la carne y de un olor muy enhastioso. Estos lagartos o caimanes han comido a muchos españoles, y caballos, y indios, pasando de una parte a otra, atravesando estos ríos. En el término de esta ciudad hay poca gente de los naturales, porque todos se han consumido por malos tratamientos que recibieron de los españoles, y con enfermedades que tuvieron. Toda la más de esta ciudad está poblada, como yo dije, de muchos y muy honrados mercaderes de todas partes, trata en ella y en el Nombre de Dios, porque el trato es tan grande, que casi se puede comparar con la ciudad de Venecia. Porque muchas veces acaece venir navíos por la mar del Sur a desembarcar a esta ciudad cargados de oro y plata, por la mar del Norte es muy grande el número de las flotas que allegan al Nombre de Dios, de las cuales gran parte de las mercaderías viene a este reino por el río que llaman de Chagre [Chagres] en barcos y del que está cinco leguas de Panamá los traen en grandes y muchas recuas que los mercaderes tienen para este efecto. Junto a la ciudad hace la mar un ancón grande, donde cerca del surgen las naos, y con la marea entran en el puerto, que es muy bueno para pequeños navíos. Esta ciudad de Panamá fundó y pobló Pedraria [Pedrarias] de Ávila, gobernador que fue de Tierra Firme en nombre del invictísimo César don Carlos Augusto rey de España nuestro señor, año de mil quinientos y veinte. Y está en ocho grados de la Equinoccial a la parte del Norte. Tiene un buen puerto, donde entran las naos con la menguante, hasta quedar en seco. El flujo y reflujo de esta mar es grande, y mengua tanto, que queda la playa más de media legua descubierta del agua, y con la creciente se torna a henchir. Y quedar tanto creo yo que lo causa tener poco fondo, pues quedan las naos de baja mar en tres brazas, y cuando la mar es crecida están en siete.”


Pedro de Cieza de León. Crónica del Perú.