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jueves, 16 de agosto de 2018

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



 ATENAS Y EL FENICIO


«Tan lleno de confianza en sus dotes accedió a la cátedra de retórica de Atenas, que le sirvió de proemio de sus palabras ante ellos no la sabiduría de los atenienses, sino la suya propia, pues comenzó del siguiente modo: «De nuevo llegan letras desde Fenicia ». Proemio tal era propio de quien respiraba superioridad sobre los atenienses y les otorgaba un bien mayor del que recibía. Desempeñaba sus funciones en la cátedra de Atenas con relumbrante boato, vestía ropajes costosísimos y llevaba sobre sí maravillosas piedras preciosas, acudía a sus clases en un carruaje provisto de frenos de plata y, tras impartirlas, volvía a su morada suscitando envidia con su séquito de estudiantes de retórica procedentes de todas partes, que lo veneraban ya, como las gentes de Eleusis al hierofante cuando oficia los ritos más solemnes. Los atraía con diversiones, reuniones en que ofrecía vino, partidas de caza y asistiendo, en su compañía, a las fiestas helénicas. Se comportaba, en cualquier ocasión, lo mismo que los jóvenes, por lo que se sentían ante él como hijos delante de un padre bondadoso y afable, y llevaba el paso con ellos en las danzas griegas. Yo sé bien que algunos de estos lloran cuando lo recuerdan y que imitan el tono de su voz, su modo de andar, la distinción de su atuendo.»



Adriano, el fenicio.



Filóstrato de Atenas.

Vidas de los sofistas.

Editorial Gredos.