EL BIGOTE Y LAS CACHIPORRAS
Tan pronto como llegué a mi camerino, Quinn, el empresario, entró
apresuradamente echando chispas.
—Oye, muchacho —dijo—. La
semana pasada actuaste en el Palace, ¿no es verdad?
Siempre actor, respondí:
—Sí, y he de confesar que
tuvimos un gran éxito. De hecho, nos preguntaron cuándo podríamos volver. Y
bien, ¿qué se le ofrece?
—¿Qué se me ofrece? —repitió—.
¡Ya te diré yo lo que se me ofrece! Te estoy pagando a ti y a tus compinches el
mismo salario que cobrabais en el Palace, ¿no es verdad? Bueno, pues, quiero
que lleves el mismo bigote que llevabas en el Palace. ¿De acuerdo?
Yo dije:
—Oiga usted, huno invernal,
¿qué diferencia hay en la clase de bigote que lleve? El público se ha reído
esta noche de un modo exactamente tan ruidoso como lo hicieron la semana pasada
los espectadores del Palace. Eso es todo lo que usted puede exigir. Ahora,
pues, ¡lárguese!
Estuve especialmente valiente
aquella noche, algo fuera de lo normal. ¿Por qué razón? Mis tres hermanos
permanecían de pie junto a mí, balanceando como por azar sus cachiporras, como
un anuncio de que alguien iba a ser mutilado.
Groucho
Marx.
Groucho
y yo.